Por
Álvaro d'Ors. Revista
Razón Española nº104.
En su admirable testamento político, Francisco Franco declaraba
perdonar a cuantos se declararon sus enemigos, aunque él sólo
reconocía como enemigos suyos a los que lo fueron "de España".
Perdonaba como debe hacerlo un buen cristiano, pero venía a
identificarse con la nación española a efectos de la discriminación
política. Porque, decía Carl Schmitt, la esencia de lo político
está en la discriminación del enemigo; por eso, la declaración de
no tener enemigos personales no puede conllevar el desconocimiento
del enemigo político. En este sentido, también la Iglesia reconoce
tener enemigos.
Entra también en la naturaleza de la enemistad política la
comprensión de los distintos enemigos dentro de un único término:
se discrimina al enemigo, pero no entre ellos. Esta simplificación
es un gran recurso de la propaganda política. Piénsese, por
ejemplo, en la eficacia que tuvo, en la propaganda estaliniana,
haber reducido todo tipo de enemigo al término
"fascista": cualquiera que no se adhiriera al comunismo
estaliniano quedaba calificado de "fascista". Hoy prosigue
esa gran propaganda, aunque estemos lejos del estalinismo; pero esta
perseverancia terminológica favorece eficazmente que, pese a los
cambios estratégicos mundiales, la ética comunista siga vigente, a
cambio, esto sí, de abstenerse de intervenir en la economía,
baluarte intangible del capitalismo.
También en España, la propaganda política oficial acuñó el término
"anti-España" como común denominación de lo que se oponía
al nuevo régimen político de Franco. Hasta el extremo de que algún
joven jurista, que luego resultó más político que jurista, se
atrevió a desacreditar un cierto artículo del Código civil que no
se acomodaba en su particular opinión como norma no vigente por ser
de la "anti-España". Pero si la política necesita ceñir
a todos los enemigos con un término único, es más propio de
nuestro oficio intelectual de jurista no simplificar, sino analizar
y distinguir entre los que se presentan como "enemigos" en
un determinado momento histórico.
Es frecuente hablar hoy de "antifranquismo", pero hemos
evitado deliberadamente este término. Ya por un reparo lingüístico,
quizás excesivo para conseguir rectificar un uso muy difundido, que
es el de no componer una palabra híbrida, con un prefijo griego
unido a lo que no es griego. Híbridos de este género, como la ya
inevitable "sociología" o, en razón de la desinencia,
"tanatorio", son hoy lamentablemente frecuentes, pero
insanables. Respecto al prefijo "anti-", se ha producido
una confusión con el latino "ante-", que no significa
"contra", como el "anti-" griego, sino
"antes" o "delante". Es inútil ya pretender
sustituir el "anti-" por el "contra" del
castellano, y decir "contrafranquismo".
Pero, sobre todo, aquella otra palabra viene a servir a la
simplificación propia, como hija de la propaganda política y no
del análisis intelectual. Por eso he preferido hablar, en plural,
de enemigos; no "de España", sino "de Franco",
aunque él no quisiera reconocerlos como "enemigos" si no
lo eran políticos "de España".
No se trata ahora, naturalmente, de confeccionar una "nómina
de enemigos", sino de ofrecer una pauta para su clasificación,
y permitir hacer distinciones muy atendibles entre los distintos
tipos de enemistad personal. Es claro que esta enemistad tiene
consecuencias políticas, pero, precisamente para poder distinguir,
hace falta considerar la personalidad del enemigo en relación con
la del mismo Franco. También la amistad, que es algo esencialmente
personal, puede presentarse como política, pero siempre bien
diferenciada por su especialidad.
Debo advertir que, aunque la enemistad pueda traer sus causas del
pasado, la clasificación que ahora presento se refiere a la
enemistad actual, después de haber muerto Franco, hace ya un cuarto
de siglo. Porque los muertos se llevan su personal responsabilidad,
pero dejan siempre la de sus enemigos vivos.
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Una clasificación
consiste siempre en hacer grupos y subgrupos; también ésta. La
primera división es de tres tipos generales de enemigos: los
perseverantes, los purgantes y los ignorantes, y dentro de cada uno
de estos tres grupos hay que hacer otras distinciones.
a) Llamo perseverantes a los enemigos "de antes", es
decir, ''beligerantes'' de la Guerra Española de 1936-1939, aunque
no hay que olvidar que hubo una preguerra en Asturias, en 1934, de
la que ya Franco había salido vencedor militar, aunque con
consecuencias políticas muy efímeras, pues antes de un bienio se
desencadenó la revolución anárquica que llevó a la reacción del
Alzamiento militar de 1936. En realidad, como no ha dejado de
decirse, la guerra había empezado ya en 1934; pero la distinción
cronológica no deja de tener interés para la distinción entre los
propiamente beligerantes, que fueron en parte los mismos en ambos
momentos y los adversarios ''distanciados'', como los exiliados, que
sólo aparecen en el segundo momento bélico.
En rigor, enemigos de la revolución de Asturias en 1934 fueron los
comunistas o afines, y sólo desde 1936 se unieron a ellos los
separatistas; pero los de Cataluña podían considerarse aliados ya
desde entonces; en cambio, los vascos sólo se alinearon con la
revolución en 1936, y por una decisión de última hora; en efecto,
a los vascos se les presentaba el dilema entre religión y política,
que sólo con perplejidad, y hasta paradójicamente, se resolvió
por una razón política.
Es explicable que estos enemigos beligerantes sigan siéndolo, a
pesar de haber sido vencidos por las armas; las circunstancias políticas
de la posguerra mundial han venido a reparar su derrota con la
victoria internacional contraria. Al cabo de los años, aquellos
vencidos han llegado a sentirse vencedores, pero no olvidan al
hombre que los venció, y no fue, él, nunca vencido. Murió en su
puesto, pero la hostilidad sigue, incluso de forma bélica; por
ejemplo, en el separatismo vasco, aunque sea a modo de "guerra
sucia".
Pero a estos perseverantes enemigos españoles se unen los
beligerantes extranjeros, con lo que el grupo de perseverantes queda
enormemente ampliado. En efecto, aparte de los que combatieron en
las Brigadas Internacionales, se habían de solidarizar todos los
que se hallaron en guerra, aunque personalmente no fueran
combatientes, contra los aliados del Ejército nacional de España:
principalmente, el "Eje" de Alemania e Italia.
Quizá pueda decirse que no se trataba de hostilidad contra estas
naciones, sino contra los jefes que las gobernaban; pero, en aquel
momento, era indiscutible que tales gobernantes, aunque fuera por el
respeto que se debe a todo poder constituido, representaban a la
inmensa mayoría de sus pueblos. No hablo de responsabilidades
colectivas, pues la responsabilidad es siempre personal, aunque
pueda parecer solidaria, sino del hecho indiscutible de una adhesión
popular a los respectivos jefes.
Quizá, por la deformación inevitable que se produce con el
transcurso del tiempo, puedan pensar algunos que la adhesión
popular a los respectivos jefes fue del pueblo menos culto, pero no
de los intelectuales. Contra esto hay que recordar que, ciertamente,
muchos intelectuales tuvieron que distanciarse por ser de raza judía,
también, aunque más tardíamente, en Italia, pero que la
intelectualidad, en general, no discrepó del pueblo; así se
explica que los dos más destacados filósofos de Alemania e Italia,
respectivamente, estuvieran con sus jefes políticos: Heidegger y
Gentile, éste ignominiosamente asesinado por la Resistencia, con la
complicidad inglesa, el 15 de abril de 1944. La proporción entre
exiliados, mayormente judíos, y conformistas incluso sin reservas,
pudo variar según los lugares y especialidades académicas, pero,
por lo que a mi campo científico afecta, puedo decir que, dejando
aparte a los exiliados judíos, romanistas alemanes e italianos muy
destacados permanecieron adictos a sus respectivos regímenes políticos.
Si he recordado esto aquí, ha sido por obviar la falsa idea de que
los intelectuales estuvieron siempre contra sus respectivos jefes
"totalitarios".
En fin, la secuela de esa discriminación bélica internacional
amplió enormemente, tras la victoria aliada, el número de los
"enemigos" del que consideraban "amigo" de los
vencidos. Por lo demás, la perseverancia de la enemistad de estos
beligerantes nacionales o extranjeros había de continuar en sus
respectivas estirpes, que, aunque ajenas ya a la contienda, mantendrían
la enemistad de sus antecesores. Todo esto aumenta el número de los
enemigos de Franco.
Por adversarios distanciados entiendo aquellos españoles que, sin
haber tomado personalmente las armas contra Franco, optaron por el
exilio. Dentro de este grupo las diferencias son muy notables, pues
puede comprender desde quizá delincuentes huidos, y beligerantes
escapados de la contienda, hasta personas inicialmente adheridas a
la contrarrevolución, pero luego decepcionadas en sus expectativas
de protagonismo político, que prefirieron alejarse de España en
tanto no se aclarara el resultado de la guerra; algunos de ellos
eran liberales antidemocráticos (aquí el anti- es correcto) que,
perseguidos por el socialismo, huyeron sin aceptar en modo alguno el
nuevo régimen. Entre estos distanciados, exiliados o no, no dejaba
de haber aquellos que, inicialmente partidarios, quedaron
defraudados en sus expectativas de cierto protagonismo político que
las circunstancias de la guerra y el celo del jefe hacían
inviables. Puede así distinguirse, dentro de este grupo de enemigos
distanciados, los adversarios de los propiamente rivales. Incluir a
todos los distanciados en el concepto de "exiliados" sería
una simplificación antihistórica, fueran cuales fueran las
asociaciones coyunturales que entre ellos hubieran podido darse,
pues algunos de ellos no huyeron de España.
b) El segundo gran grupo de enemigos es el de los
que denomino purgantes. Son aquellos que, por distintas causas, se
creyeron en la necesidad de "purgar" su adhesión a Franco
y declararse enemigos de él.
Algunos de éstos que llegaron a ser enemigos procedían de ideologías
liberales e incluso socialistas, pero, ante la necesidad de optar
por uno de los dos bandos enfrentados, lo hicieron por el
"nacional". En muchos casos esta opción pudo venir
determinada por el hecho de hallarse en la zona nacional al
iniciarse el conflicto, pero también algunos de ellos se
encontraban en el extranjero y optaron por lo que les parecía una
exigencia mínima de orden contra la revolución anárquica; éste
fue el caso de jóvenes intelectuales que se hallaban pensionados en
el extranjero por razón de estudios, que no sólo optaron por
adherirse al alzamiento militar, sino que también lo hicieron con
fervor político y llegaron a ocupar cierto protagonismo en el régimen,
ya desde antes del final de la contienda; pero luego, sin esperar la
desaparición del nuevo régimen, reavivaron su antigua ideología y
se alinearon en la oposición. Éste es el grupo de los que llamo
reversos.
Distinto de estos reconvertidos a su anterior ideología política
de juventud es el grupo de los que llamo tránsfugas. Son aquellos
que nunca tuvieron otra posición ideológica que la favorable a
Franco, pero luego, al decaer la expectativa de continuidad y, sobre
todo, tras la muerte de aquél, optaron por considerarse como
enemigos, con el propósito de tener una mejor situación en un
nuevo régimen político. Quizá la palabra "tránsfuga"
pueda parecer excesivamente dura, pues es claro que de un hombre político,
por su propio talante, no hay que esperar siempre una lealtad
indefectible que le inhabilite para su futura carrera en la gestión
pública para la que se cree destinado.
A su vez, distinto del tránsfuga es el que llamo transeúnte. También
éste ha cambiado de orientación política, pero, no tanto por el
deseo de. mantenerse en condiciones personales de actuar en la vida
política, cuanto por la convicción que no deja de ser apreciable,
incluso patriótica, de servir al tránsito pacífico a un nuevo régimen
inevitable; puede haber ocurrido que hayan seguido teniendo su papel
en el nuevo régimen, pero su intención principal no era la de
procurarse la continuidad política personal, sino la de salvar sin
violencia el tránsito causado por la imposibilidad de "sucesión"
en la legitimidad fundada en una victoria militar. En este sentido,
hablo de "transeúntes" y no de "tránsfugas",
pues sería del todo injusto, a pesar de las apariencias,
considerarlos traidores a la causa que venían defendiendo. Es más,
en mi opinión, tampoco como perjuros, porque los juramentos de
fidelidad política a una persona no pueden prescindir de la
relatividad que les afecta por la naturaleza personal de esa causa y
la consideración de la coyuntura de hecho. Todo juramento político
proviene, históricamente considerado, del juramento militar; éste
obliga a defender a un jefe o a una bandera como símbolo de un
grupo humano, actual o potencialmente beligerante, pero supone
concretamente esta beligerancia, desaparecida la cual, el juramento
pierde su sentido. Así, cuando la "causa" ha dejado de
ser beligerante, los que juraron defenderla no pueden quedar
indefinidamente obligados por su juramento. La experiencia bélica
muestra cómo, tras la rendición de un ejército, es lícito que
algunos de sus jefes intervengan en el armisticio sin faltar a su
lealtad. Y creo que esta consideración de la realidad de la lealtad
jurada puede servir para no considerar desertores o tránsfugas a
los que se prestaron a un pacífico tránsito y por eso llamo
"transeúntes"; también ellos intervinieron en un
armisticio o arreglo de paz.
c) Finalmente, los ignorantes. Éstos son los que
se consideran enemigos de Franco por desconocimiento de lo que éste
fue y significó para la historia de España en el siglo XX: su
principal figura, indiscutiblemente, de la que se puede ser enemigo,
pero no debiera ser por ignorancia. Como siempre, la ignorancia
puede ser inconsciente o voluntaria.
Es comprensible que muchos jóvenes, mal instruidos en la Historia
de España más reciente, tengan una idea tan superficial como falsa
de Francisco Franco y de la Guerra española que él capitaneó, y
que, por ello, sigan dócilmente la propaganda propalada por los
otros enemigos, a los que irreflexiblemente se asocian por pura
indolencia. Pero hay otros, jóvenes o menos jóvenes, que, aun
presintiendo que la mala fama propalada no corresponde a la
realidad, se niegan a rectificar su voluntaria ignorancia.
Quizá se diga que nadie reconocerá ser enemigo por ignorancia
voluntaria, del mismo modo que no se puede esperar un reconocimiento
de la propia mala fe. Pero no podemos dejar de ver el carácter
residual de esta última categoría de enemigos. En efecto, cuantos
no se reconozcan enemigos perseverantes o purgantes lo son por
ignorancia, y, si se obstinan en no revisar su propia ignorancia, es
claro que vienen a quedar en esta otra categoría residual de
enemigos, que es más numerosa de lo que se podría esperar.
Puede alguien pensar que un juicio adverso sobre Franco, como sobre
cualquier otro personaje de la Historia, resulta a veces de un
estudio desapasionado de ésta; esto siempre es posible, pero,
precisamente por tratarse de un juicio objetivamente histórico, no
resulta compatible con el sentimiento de una actual enemistad, como
tampoco puede esto ocurrir con un juicio adverso sobre, por ejemplo,
Godoy, Prim, Azaña o cualquier otra figura de nuestra Historia más
reciente.
Es evidente que podríamos señalar ejemplos nominados de estos
distintos tipos de enemistad, pero nada más lejos de nuestra
intención. Como decía al principio, sólo pretendía ofrecer una
clasificación de los distintos tipos de enemistad. En primer lugar,
para evitar la simplificación de la propaganda política, que trata
en bloque a los que considera enemigos, sin distinguir entre ellos.
En segundo lugar, para facilitar a los que se declaran hoy enemigos
de Franco su inserción en alguno de los grupos señalados.
Para facilitar esta ubicación de la propia enemistad, ofrezco la
siguiente sinopsis de los grupos que he distinguido:
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|nacionales
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|beligerantes
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|extranjeros
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|perseverantes
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|adversarios
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|distanciados
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|rivales
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Enemigos
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|reversos
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|purgantes
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|tránsfugas
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|transeúntes
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|inconscientes
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|ignorantes
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|voluntarios
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