Señor Baltasar, créame que me importuna sobremanera tener que ocuparme
nuevamente de usted por otra de sus actuaciones, sin duda, la más pésima
de todas, incluso, por encima de su negativa a procesar al genocida
Carrillo, tal vez por el único motivo de ser amigo del Rey.
La vida, señor Baltasar, está llena de contratiempos y novedades no
siempre afortunadas, y es deber de inteligencia e imperativo de
bondad, tratar de no encresparla más con nuestras actuaciones. Pero
entiendo, también, que esta máxima no va con usted, toda una
estrella mediática de los medios al estilo de Marujita Díaz o de
la Obregón, aunque de juez y con el pelo blanco. Que es, sin duda,
otra forma de pasar por la vida.
Señor Baltasar, nadie tiene la culpa, ni siquiera Franco, de su
complejos personales o familiares. Es decir, que nadie tiene la
culpa, ni siquiera Franco, que su familia no llegase a la posición
social, económica o cultural, incluso a las tres juntas, algo así
como al unísono, que a usted le hubiese gustado, pues esto depende
mucho de la genética y de la suerte; dos circunstancias que todavía,
a Dios gracias, no controlamos. Ni siquiera ustedes, los que se
hacen llamar así mismos "señorías", un simple
protocolo. Pues muchos entendemos que, eso de "señoría",
es un magisterio que uno se gana con sus actuaciones y con su vida,
que no por el ejercicio de una determinada actividad profesional.
Señor Baltasar, parece mentira que no se dé cuenta que está cayendo
en el más patético de los ridículos, y que ha perdido toda
credibilidad, salvo para alguna tribu del Amazonas a cuyos miembros
tiene engañados. Y es que, desde sus primeras actuaciones contra
ETA, tan jalonadas por los niños y las niñas del CEU y por algún
que otro imbécil al uso, que luego no se han correspondido con
otras respecto al mismo tema, pasando por el asunto Pinochet, el
caso Carrillo y el 11-M, todo ha sido un actuar mediático en función
de sus propios y particulares intereses de juez estrella. Lo que me
da pie a considerar que en algo sí acertó Felipe González, que
incluso prefirió Corcuera por encima de sus capacidades. Algo que
todavía usted, Baltasar, no ha digerido. Y que tengo para mí, que
con esto de sacar muertos de la tierra lo que pretende es darle un
argumento a Zapatero para que le haga ministro. Y como el presidente
es tan mínimo en todo, a lo mejor lo consigue.
Usted, señor Baltasar, no es de fiar ni es buena persona, porque su
actuación es de todo punto descabellada y peligrosa, ya que no hace
otra cosa que enfrentar a los españoles en un tema que ya durante
la época del Generalísimo había quedado para la historia. Una
historia que, por otra parte, había disculpado como no podía ser
de otra forma, el levantamiento del 18 de Julio y los gloriosos 40 años
bajo la dirección de Franco, que convirtió a un país de
alpargatas en la octava potencia industrial, puesto en el que hemos
sigue estando durante estos años y que ahora parece que ya no
estamos. Un país, señor Baltasar, que posibilitaba estudiar con
becas a los hijos de los obreros como usted.
Señor Baltasar, enfrentar a los españoles, máxime en un tiempo como
el que vivimos, no sólo no es inteligente, sino suicida. Por lo que
si de tal enfrentamiento surgen muertos, Dios no lo quiera, habrá
que imputárselos a usted para procesarle, sentenciarle y
encerrarle.
Le decía, señor Baltasar, que usted no es de fiar y que se está
echando la tierra encima, aunque en su osadía no lo vea por el
momento. De todas formas, siempre existen remedios para su ego
desbordado, como por ejemplo la viagra o los espejos. Digo la viagra
porque, según un amigo mío que es médico, quien funciona a bien
con una mujer, no suele ser pendenciero; y tal es así, que el
propio magisterio de la iglesia Católica en relación al
matrimonio, habla del disfrute al cuerpo "plena y
efusivamente". Y respecto a los espejos, que es también
remedio apropiado, tienen la ventaja que uno puede disfrazar sin que
nadie le vea con todos los honores y atributos, y verse reflejado
tal y como si correspondiesen a su dignidad figurada. Es decir, dos
remedios baratos y al alcance de cualquier bolsillo, mucho más del
bolsillo de su señoría.
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