Por
José Luis Ramos.
Hace ya más de tres décadas
que murió el hombre que recuperó la esperanza de España. Quizás
sea verdad lo que decía García Serrano, acusando a Franco de
habernos hecho creer en algo que no existía. Puede que España no
haya existido más que en nuestra imaginación, por lo menos desde
el Desastre del 98, un acontecimiento que humilló a los españoles
y que provocó que España se viera obligada a reencontrar esa
esperanza.
El tiempo que Franco sostuvo en
sus manos el destino de España fue el interludio de una tragedia,
de un proceso de decadencia y desintegración que hizo que nuestra
Patria pasase de la realidad a la quimera. Tras el Desastre, los desórdenes
públicos, los feroces actos anticlericales, la exacerbación del
nacionalismo separatista, el fuerte analfabetismo y los continuos
conflictos políticos marcaron los primeros años de siglo, dejando
a España herida de muerte y a los españoles descorazonados. Parecía
que España estaba condenada a la extinción. Tanto Maura como
Canalejas intentaron recobrar el aliento nacional, pero La Semana Trágica
y la posterior claudicación de Alfonso XIII al Bloque de Izquierdas
y el asesinato del segundo hicieron aumentar la inestabilidad. Más
tarde, el gobierno del general Primo de Rivera intentó otro
renacer, pero la obsesión de la provisionalidad y las crecientes
dificultades políticas y económicas no la dejaron abrir los ojos
del todo. Es entonces cuando se proclama (en la calle) la II República
y los desórdenes, conflictos y hostilidades se multiplican,
especialmente contra la las Fuerzas Armadas y la Iglesia, a la que
se persiguió como nunca antes en la Historia de la Humanidad. El
Comunismo y la Masonería querían ser dueños de nuestra maltrecha
nación.
|
|
Poco a poco, a partir del
Desastre, fuimos dejando a un lado la conciencia, la
inquietud, la vigilancia
constante, la perenne disposición a la defensa. Fuimos
perdiendo nuestros principios y dejamos de luchar por nuestra propia
esencia, por el alma y el espíritu que habían llevado a España,
de manera incomparable, a integrar en la civilización occidental y
cristiana a pueblos de todo el mundo. Este espíritu se iba
desvaneciendo y España parecía muerta, a pesar de los grandes
personajes que Dios nos regaló en la primera parte del siglo y sus
esfuerzos para que nuestra Patria volviese
a ser grande como en sus mejores tiempos. España, sin duda,
estaba “tocada” y las primeras piedras de su estructura
comenzaban a caer impulsadas por la inconsciencia y por los grandes
enemigos que nos obligaban a renunciar a la Cruz y a nuestro espíritu.
Fue entonces cuando comenzó el
sueño. Nuestra Cruzada y Guerra de Liberación hizo que España
volviera a renacer y, liberada del bolchevismo en los campos de
batalla, reverdeció en ella el espíritu nacional, la esperanza y la
fe. Volvió el orden social a nuestras calles y el orden moral a
nuestro ambiente. Fue Franco el que nos hizo creer en todo ello.
Puede que hasta él mismo pensase que todo aquello iba a ser efímero.
Y fue Franco el que, además, permitió el cambio de
la alpargata al automóvil, del botijo a la nevera y de las fábricas
de churros a las grandes siderúrgicas. Esa es la realidad,
lejos de cualquier enardecimiento.
Pero murió Franco y España
despertó. Por un momento no recordaba que estaba herida de muerte.
Pero surgió entonces el “inventillo” de la transición y bajo
un “Estado social y democrático de derecho” y amparados en una
Constitución que es fruto de un extraño consenso entre oligarcas y
marxistas, se apagó la esperanza que Franco hizo renacer en el
corazón de todos los españoles. Ahora sólo había que recuperar
aquello que quedó en el camino, pero ahora con más y mejores
medios y, sobre todo, con la lección aprendida.
¿Podremos volver a soñar?
INICIO
|