Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Frente a los que olvidan
con facilidad que la responsabilidad deviene tanto por acción u
omisión, o que los sucesos y acontecimientos históricos están
concatenados en una sucesión de relaciones de causalidad, este tipo
de análisis suele ser muy provechoso, porque impele a contestarnos
sobre nuestra actuación, y a responder por la parte de culpa que
tengamos en una determinadas situación. Y así, por ejemplo,
debemos constatar que en gran proporción nuestro discurso político
ha estado sostenido sobre la confrontación con los
"otros". Lo que sin duda ha revelado no sólo la
esquematización que de las tensiones políticas del momento hacíamos,
sino la falta de confianza en el proyecto político de
alternativa presentábamos.
Fracaso que cobra
mayor gravedad, si cabe, porque nadie ha expresado más exactamente
cuál es el verdadero engaño de la democracia liberal y la farsa de
su imagen más aparente como nosotros. Pues, pese a su mitificación,
todos sabemos cuán eficaces son los mecanismos de control, inducción
y chantaje, directo o indirecto que se ejerce sobre los súbditos a
los que se da en llamar soberanos (que esa es su parte más
graciosa) Es más, todos sabemos, aunque se finja, que tal farsa
tiene una escasa o nula credibilidad, cuya razón de ser es más la
imagen exterior, que el intento de resolver nada o dar cauce a los
deseos del pueblo. Aunque sea una imagen que se prohíje, por falaz
e hipócrita que sea, porque libra de enfrentarse a la realidad, al
menos de momento.
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Sin embargo, hemos venido actuando de una forma equivocada, lo que
finalmente se ha revelado como un enorme fracaso, pese a las
condiciones que se nos han ofrecido, y sin aprovechar la propia
alternativa que presentábamos. Porque frente a la evidencia, hemos
preferido la eterna cantinela de la víctima..."No nos
comprenden", una convicción que no explica nada, pero que para
muchos ha sido la forma de confirmase frente a los
"otros". Planteamiento que ha ocupado todo el espacio político
de estos años, sobre la base de un discurso encaminado a mostrar
que los "otros" eran los malos. Pues, abatidos ante las
circunstancias, nos hemos avocado a la melancolía, y tal actitud, más
como disposición emocional, que como proposición ideológica. Y de
esta forma, hemos venido viendo a España como una máquina que
hubiera que frenar y no como una fuente de oportunidades de ser
puestas al servicio de su Unidad, Grandeza y Libertad.
Nos hemos agotado en el intento, en conservar lo que amenazaba ser
destruido sin remitirnos a ninguna construcción de alternativa.
Olvidando que la mentalidad reparadora se configura a costa del
pensamiento innovador y anticipador. Justo lo que José Antonio nos
hizo ver aquella tarde del 29 de octubre de 1933 cuando
valientemente salió a un escenario, la política, que le era
particularmente incómodo y hasta hostil, para presentar una
alternativa superadora ante las presunciones de las ideas caducas,
ofreciendo una solución de alternativa sobre los valores en los que
todos podemos encontrarnos: la Patria, el Pan y la Justicia.
Se impone, pues, un debate. Un debate que nos haga ver lo que es lo
nacional irrenunciable de lo accesorio. Un debate, que más que
incidir sobre que "otra realidad es posible", nos haga
comprender que hay otras maneras de concebir y actuar sobre esa
realidad. Una realidad, la presente-actual, que se nos muestra
caduca en cuanto a vitalidad e ideas.
Un sistema estructurado entorno a hombre-un voto, que hipoteca el futuro
con la dilapidación de recursos públicos, propiciando un sistema
subsidiario con medidas coyunturales sin abordar, la mayoría de las
veces, las de fondo y estructurales que la sociedad necesita. Pues
el voto se adquiere mediante dádivas y no a través de políticas
consistentes, sólidas y de largo recorrido, coherentes con una
concepción determinada del funcionamiento social y proyectadas a
dispensar sus consecuencias positivas en ciclos largos y fructíferos.
De ahí que, la demagogia por una parte y la consideración
despectiva del quehacer político por otra sean las formas de
detentar el poder, clave y fundamente del sistema de la democracia
de partidos. Un sistema bochornoso, en donde la impostura manifiesta
se advierte en cuanto se pone al mismo nivel el voto del sabio que
el del imbécil, que, pese a su tara, tiene el mismo valor. Un
sistema, pues, de impostura y simulación que, bajo la apariencia de
gobernar convierte su discurso político en pura charlatanería o
altercado de taberna; lejos, pues, de los intangibles didácticos y
de la capacidad de sementera que para el futuro debe tener la acción
de gobernar.
Y si a esto le sumamos una indeterminación constitucional suicida en
cuanto a la organización política-jurídica de la Nación y del
Estado, una estructura jurídicamente "compleja", según
ha reconocido el propio Tribunal Constitucional, que da lugar a un
permanente chantaje por parte de los poderes autonómicos
independentistas, el mal llamado "nacionalismo democrático",
la situación no puede ser más que de nausea.
A tenor de lo dicho, y sin más dilación, deberemos de encarar un
proyecto político razonable e inteligente sobre la realidad en la
que nos encontramos, que a punto de cumplirse el treinta aniversario
de la Constitución, que puso en pie todo el edificio político que
hoy padecemos, la situación de España no puede ser peor. Y tal
realidad, sobre la base de la constatación de que siempre tuvimos
razón, toda la razón y nada más que la razón, como de forma
harto evidente nos vienen dando los foros de la derecha y personajes
que hasta ayer conformaban en la algarada de la izquierda, que no sólo
el "Trío Calavera": Jiménez Losantos (ex PCE), Juan
Juaristi (ex ETA) y Pío Moa (ex GRAPO).
Y tal impulso, a no ser, naturalmente, que tan sólo queramos ser, la
inercia necesaria para seguir tirando... la guinda surrealista de la
tarta que ellos utilizarán como coartada de talante y libertad,
pues han dejado manifestarse (15 de octubre) a "10
personas", puede que hasta 11, con una bandera anti-constitucional,
y nada menos que frente a la sede del partido que gobierna.
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