Por
Javier Alcalde.
Aunque haya pasado prácticamente inadvertido para los medios de ámbito
nacional, en el mes de junio se presentó en San Sebastián (antes,
en el mes de abril, se hizo lo mismo en Pamplona) un manifiesto al
que autodenominan ‘cultural’, en el que sutilmente se reivindica
la identidad vasca de Navarra y se añora la época medieval, en el
que en la Península Ibérica coexistían varios reinos.
En dicho documento, denominado ‘Manifiesto
1512-2012 Conquista de Navarra’, se
afirma que Navarra era un ‘país pequeño’ anclado a ‘ambos
lados del Pirineo’ que tenía como vecinos a Francia y España, a
los que se culpa de fomentar ‘las luchas entre agramonteses y
beamonteses que arruinaban los pueblos’. ‘La ocupación
militar’ del ejército castellano, dirigido por el Duque de Alba,
-que tardó quince días en llegar a Pamplona, en el 25 de julio de
1512- ‘duró cien años, y de hecho persistió hasta la
actualidad’.
Por tanto, la anexión o incorporación pactada de Navarra a la Corona
Castellana sin apenas oposición del pueblo navarro (con excepción
principalmente de Tudela), no es interpretada como una ‘feliz unión’,
ni un ‘pacto entre iguales’ (reinos de Castilla y Navarra), sino
como una ocupación en el que, señala el manifiesto, ‘la
resistencia fue continuada, con gestas inolvidables’ que estos
separatistas de nuevo cuño se sacan de la manga sin ninguna
justificación histórica. San Ignacio de Loyola, insigne vasco,
estaba a favor de la unión con la Monarquía española, y cuando
navarros agramonteses intentaron sin éxito recuperar el reino,
vizcaínos, alaveses y, entre ellos, guipuzcoanos de Oñate,
atacaron su retaguardia en Velate y capturaron sus cañones, que
pasaron a formar parte del escudo de Guipúzcoa hasta que en 1993
los eliminaron en un acto de manipulación histórica patente, por
aquello de la corrección política.
El texto, arremetiendo gravemente contra la constitucionalidad de España
como nación, recuerda que en el 2012 se cumple el ‘500
aniversario del inicio de la Conquista de la Alta Navarra por España,
y por tanto una fecha clave en la destrucción por la fuerza de
nuestra estatalidad’ (sic). En este libelo antiespañolista se
considera que Navarra es una ‘colonia española y francesa’ (término
el de colonia caído en desuso por el separatismo periférico desde
los años de la transición) y amenaza -sin decir cómo- con
‘recuperar lo que de manera ilegítima nos arrebataron’ (la
soberanía), fruto de la ‘invasión violenta de los territorios
navarros’ por las ‘conquistas españolas y las ambiciones
francesas’.
Como un ‘paso hacia nuestra libertad’, el escrito infamante apunta cínicamente
a la ignorancia de la sociedad navarra, al
advertir la convicción de que la ‘mayoría de los navarros
no conocen lo ocurrido hace cinco siglos’.
Manifiestos como éste y otros se suceden en el tiempo y, con pesadumbre y
dolor, pienso que el Gobierno de España, tan pomposamente
reivindicado al final de cada anuncio propagandístico del partido
socialista en el poder, así como otras instituciones públicas,
tertulianos de medios audiovisuales, pensadores, intelectuales y
sociedad civil en
general, deberían reaccionar y oponerse radicalmente a la voluntad
de estos personajes que intentan desestabilizar la democracia española
y la convivencia pacífica entre españoles, haciendo que cunda el
desasosiego nacional y fomentando intencionadamente las discordias
civiles.
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Políticos de tercera o miembros de asociaciones o fundaciones que
sobreviven a la sombra de las subvenciones de gobiernos
regionales afines, en el fondo, a proyectos independentistas,
intentan movilizar a una población hastiada de sufrir las
cuitas de políticos anodinos, preocupados en sus intereses
personales y sin calcular ni medir las consecuencias de sus
palabras y de sus actos.
Las instituciones públicas españolas hacen oídos sordos o callan
cobardemente ante las barbaridades proferidas por estos políticos
profesionales en la mentira y la tergiversación de la historia.
Por ejemplo, en el caso que nos ocupa, se habla sin pestañear
de la ‘guerra de los 1.000 años entre vascones contra
extranjeros aún continúa y continuará’, o se denomina a
Francia y España ‘países artificiales’.
La labor de estos políticos radicales -la mayoría de la izquierda
nacionalista navarra- y de otros ideólogos y plumillas situados
en el espectro político extraparlamentario e integrados en innumerables entidades, dicen, es la de ‘hacer llegar la
conciencia de Estado de Navarra’, donde los ‘nombres en euskera de las diferentes localidades marcan claramente los límites
naturales de nuestro Estado de Navarra’.
En Navarra siguen vigentes los fueros, el régimen jurídico propio del
autogobierno mantenido a lo largo de los siglos.
El Fuero confiere a los navarros el derecho a decidir sobre todo aquello que
les afecta directamente, con el límite del respeto a la unidad
constitucional. El Fuero equivale a lealtad y, son fruto del
pacto entre Navarra y la instancia que, en cada momento, ejerce
el poder soberano del Estado. Durante más de un milenio Navarra
ha mantenido su régimen foral y lo ha adaptado a la realidad de
cada momento mediante sucesivos pactos.
Los Fueros de Navarra, que han sido siempre para los ciudadanos más
queridos que conocidos, son pieza fundamental para avanzar hacia
un futuro de progreso, bienestar y libertad, y garantía democrática
de un futuro común que proporciona a los navarros su libertad
colectiva y nuevas cotas de desarrollo.
Estos ideólogos (burukides en
vascuence) rencorosos que siembran cizaña entre los ciudadanos,
apuestan por la revolución social para hacer cumplir sus ensoñaciones,
y algunos políticos, enfrascados en sus conflictos cainitas y
sus discusiones bizantinas, no se dan cuenta del problema que
subyace latente, en letargo, en algunas regiones españolas con
separatitas aupados en el poder ejecutivo de sus territorios
correspondientes, sin ninguna lealtad constitucional.
’Los agentes políticos o sindicales no solucionarán el conflicto’, afirman sin rubor, ‘sólo el Pueblo es el único
sujeto capaz de desmontar todas las traiciones, intereses,
ambiciones y mezquindades que rodean a los políticos’ (J.
Rezio Luke, nacionalista de pro, dixit).
‘Nabarra, la tierra de los pueblos Vascos’, como dicen, en efecto fue
asediada por soldados españoles procedentes de distintas
provincias y regiones españolas, entre ellas las provincias
vascongadas, y la población civil navarra prefirió el poder
soberano de un rey español que de uno francés, más
autoritario y ejercido por funcionarios extranjeros sin las
garantías legales tradicionales. Hubo una estrategia navarra
común de oposición al gobierno autoritario de la monarquía
francesa y a la gestión de los gobernadores y funcionarios
franceses, entre ellos, la actuación de los famosos Infanzones
de Obanos, miembros de la baja nobleza de Navarra que comparten
con los ricoshombres su estatuto privilegiado, pero que carecen
de papel político ni desempeñan tareas de gobierno.
En relación con los Infanzones navarros, en un claro gesto de demagogia y
de mixtificación de la historia, cuando dicho manifiesto
nacionalista hace suya al final de dicho texto la divisa de los
conocidos Infanzones de Obanos, "Pro libertate patria gens
libera state" (¡En pie los hombres libres, por la libertad
de la patria!), que puede leerse en la fachada del Palacio de
Navarra, retuercen la historia, pues esa proclama no se grita
contra los españoles ni contra los navarros beamonteses, sino
que se refería a la época en la que Navarra se incorpora a la
Corona francesa en 1274. La Junta de Infanzones -junto con otros
estamentos- se une a las buenas villas para defender el respeto
a las leyes del reino y limitar el poder del rey francés, y
como nos recuerda Mª Raquel García Arancón, Profesora de la
Universidad de Navarra, esta Junta se suprime en 1510 por su
escasa utilidad.
Los
demócratas estamos hartos de la retahíla permanente de
disparates, fantasías y aberraciones que suponen, en la
realidad, un retroceso en la historia, pues se malgasta energía
y tiempo sin sentido. Hubo, como alegan permanentemente los
concejales de UPN, dos guerras mundiales alentadas por
nacionalismos, y eso es un hecho objetivo e indiscutible. La
sociedad democrática actual no acepta como un trágala
obligatorio las crónicas delirantes de un sector social –el
nacionalista- ignorante y sumiso a los intereses e ideologías
con aires expansivos e imperiales alimentados con mitos de aldea
y con mentiras.
Afortunadamente, quedan políticos corajudos y valientes que no se dejan
engañar por las artimañas y los
cantos de sirena envenenados de la izquierda nacionalista, y los
concejales de UPN, por ejemplo, en el Ayuntamiento de Leiza, que
se adhirió al Manifiesto 1512-2012, se opusieron a la firma del
texto. La matrona de la Estatua de los Fueros de Pamplona estará
muy orgullosa de ellos.
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