El navarrismo secesionista se moviliza.
Por
Javier Alcalde.
02/09/2008.
Aunque haya pasado prácticamente inadvertido
para los medios de ámbito nacional, en el mes de junio se presentó en San
Sebastián (antes, en el mes de abril, se hizo lo mismo en Pamplona) un
manifiesto al que autodenominan ‘cultural’, en el que sutilmente se
reivindica la identidad vasca de Navarra y se añora la época medieval, en el
que en la Península Ibérica coexistían varios reinos.
En dicho documento, denominado ‘Manifiesto
1512-2012 Conquista de Navarra’, se
afirma que Navarra era un ‘país pequeño’ anclado a ‘ambos lados del
Pirineo’ que tenía como vecinos a Francia y España, a los que se culpa de
fomentar ‘las luchas entre agramonteses y beamonteses que arruinaban los
pueblos’. ‘La ocupación militar’ del ejército castellano, dirigido por
el Duque de Alba, -que tardó quince días en llegar a Pamplona, en el 25 de
julio de 1512- ‘duró cien años, y de hecho persistió hasta la
actualidad’.
Por tanto, la anexión o incorporación
pactada de Navarra a la Corona Castellana sin apenas oposición del pueblo
navarro (con excepción principalmente de Tudela), no es interpretada como una
‘feliz unión’, ni un ‘pacto entre iguales’ (reinos de Castilla y
Navarra), sino como una ocupación en el que, señala el manifiesto, ‘la
resistencia fue continuada, con gestas inolvidables’ que estos separatistas de
nuevo cuño se sacan de la manga sin ninguna justificación histórica. San
Ignacio de Loyola, insigne vasco, estaba a favor de la unión con la Monarquía
española, y cuando navarros agramonteses intentaron sin éxito recuperar el
reino, vizcaínos, alaveses y, entre ellos, guipuzcoanos de Oñate, atacaron su
retaguardia en Velate y capturaron sus cañones, que pasaron a formar parte del
escudo de Guipúzcoa hasta que en 1993 los eliminaron en un acto de manipulación
histórica patente, por aquello de la corrección política.
El texto, arremetiendo gravemente contra la
constitucionalidad de España como nación, recuerda que en el 2012 se cumple el
‘500 aniversario del inicio de la Conquista de la Alta Navarra por España, y
por tanto una fecha clave en la destrucción por la fuerza de nuestra
estatalidad’ (sic). En este libelo antiespañolista se considera que Navarra
es una ‘colonia española y francesa’ (término el de colonia caído en
desuso por el separatismo periférico desde los años de la transición) y
amenaza -sin decir cómo- con ‘recuperar lo que de manera ilegítima nos
arrebataron’ (la soberanía), fruto de la ‘invasión violenta de los
territorios navarros’ por las ‘conquistas españolas y las ambiciones
francesas’.
Como un ‘paso hacia nuestra libertad’, el
escrito infamante apunta cínicamente a la ignorancia de la sociedad navarra, al
advertir la convicción de que la ‘mayoría de los navarros no conocen
lo ocurrido hace cinco siglos’.
Manifiestos como éste y otros se suceden en
el tiempo y, con pesadumbre y dolor, pienso que el Gobierno de España, tan
pomposamente reivindicado al final de cada anuncio propagandístico del partido
socialista en el poder, así como otras instituciones públicas, tertulianos de
medios audiovisuales, pensadores, intelectuales y sociedad civil
en general, deberían reaccionar y oponerse radicalmente a la voluntad de
estos personajes que intentan desestabilizar la democracia española y la
convivencia pacífica entre españoles, haciendo que cunda el desasosiego
nacional y fomentando intencionadamente las discordias civiles.
Políticos de tercera o miembros de
asociaciones o fundaciones que sobreviven a la sombra de las subvenciones de
gobiernos regionales afines, en el fondo, a proyectos independentistas, intentan
movilizar a una población hastiada de sufrir las cuitas de políticos anodinos,
preocupados en sus intereses personales y sin calcular ni medir las
consecuencias de sus palabras y de sus actos.
Las instituciones públicas españolas hacen oídos
sordos o callan cobardemente ante las barbaridades proferidas por estos políticos
profesionales en la mentira y la tergiversación de la historia. Por ejemplo, en
el caso que nos ocupa, se habla sin pestañear de la ‘guerra de los 1.000 años
entre vascones contra extranjeros aún continúa y continuará’, o se denomina
a Francia y España ‘países artificiales’.
La labor de estos políticos radicales -la
mayoría de la izquierda nacionalista navarra- y de otros ideólogos y plumillas
situados en el espectro político extraparlamentario e integrados en
innumerables entidades, dicen, es la de ‘hacer llegar la conciencia de
Estado de Navarra’, donde los ‘nombres en euskera
de las diferentes localidades marcan claramente los límites naturales de
nuestro Estado de Navarra’.
En Navarra siguen vigentes los fueros, el régimen
jurídico propio del autogobierno mantenido a lo largo de los siglos.
El Fuero confiere a los navarros el derecho a
decidir sobre todo aquello que les afecta directamente, con el límite del
respeto a la unidad constitucional. El Fuero equivale a lealtad y, son fruto del
pacto entre Navarra y la instancia que, en cada momento, ejerce el poder
soberano del Estado. Durante más de un milenio Navarra ha mantenido su régimen
foral y lo ha adaptado a la realidad de cada momento mediante sucesivos pactos.
Los Fueros de Navarra, que han sido siempre
para los ciudadanos más queridos que conocidos, son pieza fundamental para
avanzar hacia un futuro de progreso, bienestar y libertad, y garantía democrática
de un futuro común que proporciona a los navarros su libertad colectiva y
nuevas cotas de desarrollo.
Estos ideólogos (burukides
en vascuence) rencorosos que siembran cizaña entre los ciudadanos, apuestan por
la revolución social para hacer cumplir sus ensoñaciones, y algunos políticos,
enfrascados en sus conflictos cainitas y sus discusiones bizantinas, no se dan
cuenta del problema que subyace latente, en letargo, en algunas regiones españolas
con separatitas aupados en el poder ejecutivo de sus territorios
correspondientes, sin ninguna lealtad constitucional.
’Los agentes políticos o sindicales no
solucionarán el conflicto’, afirman sin rubor, ‘sólo el Pueblo es el único
sujeto capaz de desmontar todas las traiciones, intereses, ambiciones y
mezquindades que rodean a los políticos’ (J. Rezio Luke, nacionalista de pro,
dixit).
‘Nabarra, la tierra de los pueblos
Vascos’, como dicen, en efecto fue asediada por soldados españoles
procedentes de distintas provincias y regiones españolas, entre ellas las
provincias vascongadas, y la población civil navarra prefirió el poder
soberano de un rey español que de uno francés, más autoritario y ejercido por
funcionarios extranjeros sin las garantías legales tradicionales. Hubo una
estrategia navarra común de oposición al gobierno autoritario de la monarquía
francesa y a la gestión de los gobernadores y funcionarios franceses, entre
ellos, la actuación de los famosos Infanzones de Obanos, miembros de la baja
nobleza de Navarra que comparten con los ricoshombres su estatuto privilegiado,
pero que carecen de papel político ni desempeñan tareas de gobierno.
En relación con los Infanzones navarros, en
un claro gesto de demagogia y de mixtificación de la historia, cuando dicho
manifiesto nacionalista hace suya al final de dicho texto la divisa de los
conocidos Infanzones de Obanos, "Pro libertate patria gens libera state"
(¡En pie los hombres libres, por la libertad de la patria!), que puede leerse
en la fachada del Palacio de Navarra, retuercen la historia, pues esa proclama
no se grita contra los españoles ni contra los navarros beamonteses, sino que
se refería a la época en la que Navarra se incorpora a la Corona francesa en
1274. La Junta de Infanzones -junto con otros estamentos- se une a las buenas
villas para defender el respeto a las leyes del reino y limitar el poder del rey
francés, y como nos recuerda Mª Raquel García Arancón, Profesora de la
Universidad de Navarra, esta Junta se suprime en 1510 por su escasa utilidad.
Los demócratas estamos hartos de la retahíla permanente de disparates, fantasías y aberraciones que suponen, en la realidad, un retroceso en la historia, pues se malgasta energía y tiempo sin sentido. Hubo, como alegan permanentemente los concejales de UPN, dos guerras mundiales alentadas por nacionalismos, y eso es un hecho objetivo e indiscutible. La sociedad democrática actual no acepta como un trágala obligatorio las crónicas delirantes de un sector social –el nacionalista- ignorante y sumiso a los intereses e ideologías con aires expansivos e imperiales alimentados con mitos de aldea y con mentiras.
Afortunadamente, quedan políticos corajudos y
valientes que no se dejan engañar por las artimañas y
los cantos de sirena envenenados de la izquierda nacionalista, y los
concejales de UPN, por ejemplo, en el Ayuntamiento de Leiza, que se adhirió al
Manifiesto 1512-2012, se opusieron a la firma del texto. La matrona de la
Estatua de los Fueros de Pamplona estará muy orgullosa de ellos.
Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com