La verdad os hará libres,
nos dice el Señor, que así mismo se define como la Verdad.
Con evidente gozo recibimos los católicos el nuevo texto del Catecismo
dirigido a los niños, que nuestro Episcopado impulsa para
"transmitir la fe" a los más pequeños, a quienes
toman la Primera Comunión todos los años en España. ¡Loado
sea el Señor! Por que, los que tenemos cierta experiencia en este
tipo de catequesis, sabemos de los fallos en los modos, formas y
maneras que se han venido empleando a lo largo de muchos años. Dándose
el caso, que muchas veces la catequesis de la primera comunión la
daba una mamá, aunque no fuera experta, y ni siquiera tuviera que
ser practicante. Sin mencionar los textos que se han manejado.
Y sin que importará mucho que al final de la misma, un día antes
de la Comunión, el niño o la niña no supiera los Mandamientos,
las Virtudes, incluso el mismo Credo, porque lo importante, era que
hubiera quedado clara la idea de que "Dios es bueno". De
ahí, pues, que el nuevo texto se organice en torno al Credo.
Nuestra auténtica profesión de fe.
Pese a todo, para comprender la Verdad, el niño debe empezar cuanto
antes a leer la Biblia, el Libro revelado. Pues, como dice la
Segunda carta a Timoteo: "Desde niño conoces las Sagradas
Letras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación"
(2Tim 3, 15)
Y como primera máxima, partir de dos presupuestos fundamentales. El
primero, saber que existe una absoluta armonía entre la verdad
revelada, es decir, la que encontramos en la Biblia, y la verdad
natural, la que encontramos en la naturaleza; y es que, de otro
modo, estaríamos ante una contradicción, pues las verdades que
hallamos en la creación como las que descubrimos en la Escritura
son obra del mismo y Único Dios. Y el segundo, darnos cuenta que la
Biblia no es un libro de ciencias naturales ni un tratado de
historia, sino de religión; pues sus autores no son astrónomos, ni
matemáticos, ni geólogos, ni historiadores, sino catequistas y teólogos,
que tratan de expresar con un lenguaje fácil y adaptado a los
lectores de su tiempo, las verdades fundamentales de la salvación.
De ahí, por tanto, que la única sabiduría que hay que buscar en
la Biblia, es la que se refiere a nuestra salvación.
Por tanto, cuando la Biblia sostiene, por ejemplo, que "el sol se
detuvo y la Luna se paró" (Jos 1, 12), como no pretende enseñar
astronomía, no afecta para nada a la veracidad bíblica. De la
misma forma que cuando dice, que "la liebre es un animal
rumiante" (Lev 11, 6), no tiene por finalidad que aprendamos
zoología. O cuando cae en errores históricos, puesto que no
pretende darnos una lección de historia. Y es que, como ninguna de
estas afirmaciones sirven para nuestra salvación, y no pertenecen
estrictamente al ámbito teológico, no debemos tomarlas como enseñanzas
bíblicas. De este modo, desaparecen todas las objeciones que pueden
hacerse a la Biblia en los diversos campos humanos que contemplemos.
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