Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Si ha habido algo en lo que los políticos han trabajado al unísono, es
en hacer callar al Ejército. O más exactamente, en hacer del Ejército
un estamento de funcionarios al servicio de una política de defensa
dictada desde fuera de nuestras fronteras como contribución al
dividendo de paz internacional. Y así, sobre el argumento de la
homologación con los ejércitos europeos, nuestras FFAA se han
venido posicionando firmes y en primer tiempo de saludo ante el
desbarajuste nacional, cuyo primer peligro, la desmembración de la
unidad territorial y política de España, es hoy un gravísimo
problema de difícil solución. Pues el nacionalismo crecido y con
base jurídica-política suficiente trabaja incansablemente en hacer
inviable el Estado como organización política común a todos los
españoles.
Sobre la base de la obediencia al poder civil legalmente establecido,
legalidad de la que se tendría mucho que precisar, nuestras FFAA,
incluyo también por motivos obvios a la Guardia Civil, ha venido
mostrando una actitud que cuanto menos se me antoja esperpéntica. Y
tan esperpéntica, que aquellas machadas que apenas podía
contener el señor Gutiérrez Mellado, luego no se han visto
correspondidas con una actitud acorde con la deriva de la Patria.
Una deriva que a día de hoy es casi imparable, por cuanto cuestiona
la misma idea de España.
El pasado 23 de febrero se cumplió el 27 aniversario de la toma del
Congreso de los Diputados y de los acontecimientos que a tenor del
mismo se sucedieron en distintas capitales de España. Como ocurrió
desde los primeros aniversarios, también este 27 ha pasado sin pena
ni gloria, casi desapercibido. Hasta el punto, que ya ni fue
mencionado, siquiera de forma tangencial o puntual por los medios de
comunicación. Pues, después de tantos años y muertos muchos de
sus más directos protagonistas, la acción está perfectamente
dimensionada como un intento de golpe de Estado protagonizado por
unos militares ultras, descerebrados y decimonónicos que "querían
acabar con la convivencia pacífica que entre todos nos estábamos
dando". Que tal fue el magnífico argumento
utilizado desde el día siguiente de los hechos, y que se ha seguido
utilizando de forma impertérrita y monocorde durante estos
veintisiete años.
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Claro que, para
descargo de tal actitud, puede que tengamos que referirnos a dos
aspectos de aquel suceso que de alguna forma determinan esta visión.
Son dos aspectos que, pese a todo lo que se ha escrito y dicho del
"suceso", nadie a contemplado. En primer lugar, lo que doy
en llamar el factor estructural, pues, tras la toma del Congreso no
hubo una proclama que justificase el acontecimiento, lo que de
alguna forma lo desdibujaba de las razones o justificaciones que lo
animaban. Quedando tan sólo la plástica de un señor con bigotes y
pistola en mano que en la tribuna de oradores alguien confunde con
un torero. Y en segundo lugar, el factor coyuntural que finalmente
terminará por deslegitimar el acontecimiento. Pues ni el Ejército
ni la Guardia Civil fueron capaces de permutar las penas de sus
compañeros por el aniquilamiento total de ETA, que a tantos
compatriotas había asesinado, y que ha sido, y es, el gran problema
de España desde la transición, por la cobertura que le ha prestado
la llamada "solución política" que todos los gobiernos
del Rey han contemplado.
No quiero terminar
este comentario sin manifestar mi más profunda aversión a todos
esos militares que sólo son capaces de hablar cuando se les jubila,
que es lo que ha hecho el Tte. Gral. José Mena Aguado. Por
ende, tampoco quiero dejar de rendir un merecido recuerdo a esos
militares con los que siempre se puede contar, los galaxicos,
lo que necesariamente no lleva aparejado que siempre se tenga que
estar de acuerdo en sus planteamientos, métodos y acción: don Antonio
Tejero y don Ricardo Sáenz de Ynestrillas, a quien deseo
esté descansando ya en la presencia de Dios.
Y es que,
frente a la obediencia debida, tantas veces manifestada como
elemento imprescindible y de alto valor simbólico, se olvida la
obligación no pactada. Una obligación que tiene uno de sus
ejemplos en una anécdota militar, fechada a final del siglo XIX,
("El Ejército Español en campaña: 1643 – 1921, José
Manuel Guerrero Acosta, Editorial Almena) en la que tras un duro
combate, un soldado se presentó a su capitán solicitando permiso
para ir en busca de un compañero que no había regresado del campo
de batalla, perdido al enemigo.
A pesar de serle
denegado, marchó en su busca, volviendo al cabo, herido de muerte,
pero trayendo el cadáver del compañero. ¿Mereció la pena? –le
dijo el capitán-. Ahora cuento con dos hombres menos. Sí, mi capitán,
-respondió el soldado- mereció la pena; cuando le encontré aún
estaba con vida y pude oírle decir: "Sabría que vendrías".
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