Ejército de España.
(21 de noviembre de 1975 - 9 de marzo de 2008)
de las machadas de los espontáneos, a las proclamas de los jubilados: crónica de una decepción.
Por
Pablo Gasco de la Rocha.
26/03/2008.
Si ha habido algo en lo que los políticos han trabajado al unísono, es
en hacer callar al Ejército. O más exactamente, en hacer del Ejército un
estamento de funcionarios al servicio de una política de defensa dictada desde
fuera de nuestras fronteras como contribución al dividendo de paz
internacional. Y así, sobre el argumento de la homologación con los ejércitos
europeos, nuestras FFAA se han venido posicionando firmes y en primer tiempo de
saludo ante el desbarajuste nacional, cuyo primer peligro, la desmembración de
la unidad territorial y política de España, es hoy un gravísimo problema de
difícil solución. Pues el nacionalismo crecido y con base jurídica-política
suficiente trabaja incansablemente en hacer inviable el Estado como organización
política común a todos los españoles.
Sobre la base de la obediencia al poder civil legalmente establecido,
legalidad de la que se tendría mucho que precisar, nuestras FFAA, incluyo también
por motivos obvios a la Guardia Civil, ha venido mostrando una actitud que
cuanto menos se me antoja esperpéntica. Y tan esperpéntica, que aquellas machadas
que apenas podía contener el señor Gutiérrez Mellado, luego no se han
visto correspondidas con una actitud acorde con la deriva de la Patria. Una
deriva que a día de hoy es casi imparable, por cuanto cuestiona la misma idea
de España.
El pasado 23 de febrero se cumplió el 27 aniversario de la toma del
Congreso de los Diputados y de los acontecimientos que a tenor del mismo se
sucedieron en distintas capitales de España. Como ocurrió desde los primeros
aniversarios, también este 27 ha pasado sin pena ni gloria, casi desapercibido.
Hasta el punto, que ya ni fue mencionado, siquiera de forma tangencial o puntual
por los medios de comunicación. Pues, después de tantos años y muertos muchos
de sus más directos protagonistas, la acción está perfectamente dimensionada
como un intento de golpe de Estado protagonizado por unos militares ultras,
descerebrados y decimonónicos que "querían acabar con la
convivencia pacífica que entre todos nos estábamos dando". Que
tal fue el magnífico argumento utilizado desde el día siguiente de los
hechos, y que se ha seguido utilizando de forma impertérrita y monocorde
durante estos veintisiete años.
Claro
que, para descargo de tal actitud, puede que tengamos que referirnos a dos
aspectos de aquel suceso que de alguna forma determinan esta visión. Son dos
aspectos que, pese a todo lo que se ha escrito y dicho del "suceso",
nadie a contemplado. En primer lugar, lo que doy en llamar el factor
estructural, pues, tras la toma del Congreso no hubo una proclama que
justificase el acontecimiento, lo que de alguna forma lo desdibujaba de las
razones o justificaciones que lo animaban. Quedando tan sólo la plástica de un
señor con bigotes y pistola en mano que en la tribuna de oradores alguien
confunde con un torero. Y en segundo lugar, el factor coyuntural que finalmente
terminará por deslegitimar el acontecimiento. Pues ni el Ejército ni la
Guardia Civil fueron capaces de permutar las penas de sus compañeros por el
aniquilamiento total de ETA, que a tantos compatriotas había asesinado, y que
ha sido, y es, el gran problema de España desde la transición, por la
cobertura que le ha prestado la llamada "solución política" que
todos los gobiernos del Rey han contemplado.
No
quiero terminar este comentario sin manifestar mi más profunda aversión a
todos esos militares que sólo son capaces de hablar cuando se les jubila, que
es lo que ha hecho el Tte. Gral. José Mena Aguado. Por ende, tampoco
quiero dejar de rendir un merecido recuerdo a esos militares con los que siempre
se puede contar, los galaxicos, lo que necesariamente no lleva aparejado
que siempre se tenga que estar de acuerdo en sus planteamientos, métodos y acción:
don Antonio Tejero y don Ricardo Sáenz de Ynestrillas, a quien
deseo esté descansando ya en la presencia de Dios.
Y
es que, frente a la obediencia debida, tantas veces manifestada como
elemento imprescindible y de alto valor simbólico, se olvida la obligación no
pactada. Una obligación que tiene uno de sus ejemplos en una anécdota militar,
fechada a final del siglo XIX, ("El Ejército Español en campaña: 1643
– 1921, José Manuel Guerrero Acosta, Editorial Almena) en la que tras un duro
combate, un soldado se presentó a su capitán solicitando permiso para ir en
busca de un compañero que no había regresado del campo de batalla, perdido al
enemigo.
A
pesar de serle denegado, marchó en su busca, volviendo al cabo, herido de
muerte, pero trayendo el cadáver del compañero. ¿Mereció la pena? –le dijo
el capitán-. Ahora cuento con dos hombres menos. Sí, mi capitán, -respondió
el soldado- mereció la pena; cuando le encontré aún estaba con vida y pude oírle
decir: "Sabría que vendrías".
Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com