Por
Jaime Miguel Tur, antiguo Sargento Legionario.
En
esta ocasión -Querido Paco-, te voy a recordar lo que manifesté
en el escrito que le mandé al Jefe del Estado Mayor del Ejército
de Tierra de nuestra Nación.
Supongo,
que estarás de acuerdo conmigo, en cuanto a la inadecuada presencia
de la mujer en nuestra querida Legión Española. Vamos, estoy
seguro de que te sumas a mi rechazo.
Por
lo que sin más, el susodicho escrito fue el siguiente:
Excelentísimo Señor:
Sin saber el porqué –sólo utilizo la televisión desde las quince
hasta las dieciséis horas de cada día-, me encontré frente
al desfile de la Hispanidad, que
nuestras Fuerzas Armadas efectuaron el día 12 de este mes de
octubre del año 2008.
Aunque confieso que no vi desfilar al personal; ya que al contemplar las
caras de los jerifaltes que se dan cita en tan vistoso e importante
acontecimiento, y van llegando a la tribuna que los acoge, no tuve más
remedio que apagar el aparato.
El sobresalto que me llevé fue de órdago a la mayor. Si estás viendo
el físico del Rey -ya vejete-, cerca del de la Reina que lo
atestigua en mayor cuantía –los años no pasan en balde y suelen
hacer estragos-; con el rostro indescriptible de la nueva Ministra
de Defensa y la cejas mefistofélicas con boca de vieja sin dientes
del ZP; junto al birrioso y parlanchín loro Pepiño; así como el
rostro del planeta de los simios que luce la Vicepresidenta del
Gobierno, pensé, al pronto, que los españoles estamos en manos de
la familia Monster. ¡Qué susto!
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Señor, expuesto el anterior inciso anecdótico, quiero entender, que si
encendí la televisión a una hora desechada de continúo, sería
por el tirón de ver desfilar a las mujeres vestidas con el uniforme
militar. Algo que me trae a mal traer. ¿Cómo es posible?, se
pregunta uno. “Cosas veredes, amigo Sancho”
Lo digo, porque sin ser
machista, no estoy de acuerdo con la decisión de que la mujer forme parte de los ejércitos. Sobre todo, de
ninguna de las maneras una
mujer puede vestir el uniforme legionario. La Legión es un cuerpo
de choque; mejor dicho, lo era.
Yo pasé catorce años de mi vida en la Legión; en la que alcancé el
grado de sargento -Suboficial- y participé en varios de los
combates –soy superviviente de Edchera- que hubo en el conflicto
Ifni-Sahara, como fundador de la Gloriosa XIII Bandera.
De ahí, que el respeto por los fundadores de tan Glorioso Cuerpo, con
los doce espíritus que conforman el Credo Legionario, como por los
10,836 muertos y desaparecidos, con sus 22 Cruces Laureadas de San
Fernando, ganadas en combate; y las 211 Medallas Militares
Individuales, más las 37,031
Medallas y Cruces de Guerra, digo, deberían haber tenido las
obligadas y firmes voces del hoy mudo generalato,
que obligaran a cerrar la página, dejándolo en un
respetuoso y honorable recuerdo; para formar de inmediato un nuevo
cuerpo con otro nombre, antes de consentir que la mujer vistiera el
uniforme legionario, si
esa era la nueva idea de la progresía cagarruta que
gobierna a nuestro desconocido País.
Por supuesto, acepto que la mujer tenga tanto o más valor que algunos
hombres, faltaba más. Pero el sitio de una mujer no es el de
Ministra de Defensa, a más si es antimilitarista -faena que nos ha
hecho esa extraña cosa llamada ZP, para desprestigio de la
Institución Militar-, como tampoco es de ellas, entrar a la
bayoneta en una trinchera enemiga, llegado el caso.
Es mío, Excelentísimo Señor, que el indigente intelectual
que se ha colado de rondón
en la Presidencia del Gobierno de nuestro País, todo lo que
haga respecto a nuestros ejércitos, será para desprecio de los
mismos, tal como hizo -quedándose
sentado-, cuando pasaba
la Bandera de los Estados Unidos en aquel célebre desfile.
La mujer, Señor, nace mujer para ser femenina –divina cualidad a la
que natura obliga-; y es una pena y
un gran dolor
que los estúpidos e innecesarios cambios progresistas, estén
convirtiendo a las mujeres españolas en
machos sin rabo. Que eso es lo que parecen las mujeres
encuadradas en el ejército.
Que todo ello lo ha traído la influencia de las cuatro felinas que
comandan las hilarantes y ridículas asociaciones feministas. Esos
objetos no identificados de aspecto y talante varonil, voz
aguardentosa, algunas con bigote, que calzan un cuarenta y cinco,
escupen, roncan y son feas como demonios.
Y han conseguido que en la actualidad cueste Dios y ayuda contemplar una
pantorrilla cuando sales a la calle. La sibilina y estimulante
pantorrilla ha desaparecido de nuestra visión como por ensalmo. Una
gran mayoría de mujeres sólo visten el pantalón de machote.
Excelentísimo Señor, le
pido tolerancia y comprensión, por si algunos de los conceptos
expuestos en este escrito pudieran haber traspasado la línea del
respeto debido.
No sé como expresar lo que no siento. Y le aseguro que si no hubiese
decidido exponer lo que opino sobre la mujer y el Ejército, hubiera
reventado. De todas maneras, Señor, siempre tuve y mantengo anchas
espaldas.
Reciba
con todo mi respeto y alta consideración un cálido y afectuoso
saludo.
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¿A qué tengo razón? Y me atrevo a creerlo, por
conocer el aprecio que siempre sentiste por la mujer española.
Nunca te olvidaras de aquella modesta mujer que se presentó en tu
cuartel general con un pequeño cesto en el que traía para la
causa, todo el oro –anillos de boda, medallas, cadenas, pulseras,
etc.- que pudieron reunir en aquel pueblo de gente pobre. Pequeño
pueblo extremeño, en
el que no quedó ni una pizca de oro.
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