La apisonadora
mordaz iconoclasta del socialismo imperante en nuestra patria, han
conseguido, por fin, descabalgar la estatua ecuestre del Generalísimo
Franco en Santander, después de varios intentos previos y valiéndose
siempre de subterfugios falaces, propios de mentes descerebradas que
desconocen el talento. Precisamente en una ciudad que sufrió el
infernal incendio que tuvo lugar en la madrugada del 15 al 16 de
febrero de 1941.
Fue reconstruida
bajo la tutela y protección del Régimen de Franco, convirtiendo
una ciudad provinciana, en una urbe moderna y distinguida, atractiva
para el turismo nacional e internacional.
¿Cómo es posible
que un alcalde –que para más inri es del PP– transitorio y de
vida efímera en este fugaz mundo terrenal, cargue con la
responsabilidad de ejecutar una orden gubernamental fruto de la
envidia, el odio viperino y el revanchismo?
Muy mal ese
maricomplejines de alcalde llamado Iñigo de la Serna, de un Régimen
pseudodemocrático, que gobierna dictatorialmente sin contar con el
pueblo que les paga y los sostiene magnánimamente con sueldos y
prebendas astronómicas.
Cualquier día, don
Iñigo y sus ediles serán relevados y no quedarán sus nombres ni
su lamentable paso por el Ayuntamiento, mientras que Francisco
Franco está en la Historia, en la que perdurará a través de los
siglos, a pesar de la persecución post mortem que esos falsos demócratas
quieren hacer borrar todos los símbolos. Pero la Historia ha sido
como ha sido y no como la que a ustedes les hubiese gustado que
fuese.
Sepa ilustrísimo
alcalde del PP, por si lo ignora, o como imagino no lee, que la
figura del Caudillo ha motivado la edición de miles de volúmenes
diseminados por todas las bibliotecas nacionales e internacionales,
y sigue suscitando nuevas obras históricas que semanalmente
aparecen en las librerías.
Mi protesta y
repulsa más seria por la afrenta, la descalificación para el
gobierno y sus secuaces, que siguen las consignas masónicas de la
estrafalaria Memoria Histórica (Histérica), apriorismo de invención
zapateril, que la llamada democracia de ese infame sistema deglute
sin disfagia.
Recuerde el señor
Presidente del Consistorio de la capital cántabra, que el 26 de
agosto de 1937 fue liberada de las garras rojas del Frente Popular
–que tantas barbaridades y masacres cometieron en la bella
ciudad– por las tropas Nacionales del Ejército del Norte,
mandadas por el heroico general Fidel Dávila Arrondo. Hay que
rememorar entre las infinitas actuaciones criminales de los rojos,
los horrores del Cabo Mayor, arrojando desde el Faro a los
acantilados, a personas cuyo gran pecado era el ser sacerdotes o de
derechas. Menos mal, como vienen insistiendo continuamente los
sucesores de aquellas hordas, que lucharon ‘por la libertad y la
democracia’…
Tenga la completa
seguridad que la estatua del Caudillo, volverá en un futuro al
pedestal que lo ha sustentado. Tal vez, por cuestión de edad,
nosotros no lo veamos, pero sí las generaciones venideras.
A Don Juan Tenorio
no le causaban pavor ni muertos ni vivos, siempre con la espada a
punto de pelea. A los que componen la plantilla del Sistema, el solo
hecho de pensar en una resurrección de la egregia figura del
Generalísimo, les produce pavor y disenteritis aguda, mientras galoparían como los caballos de
carreras para atravesar las fronteras. Lamentablemente esos
‘valientes’ del Sistema que se dedican a derribar estatuas y
cargarse todos los símbolos de una época gloriosa de España, no
son más que unos desgraciados revanchistas llenos de rencor, odio y
cobardía por no haber ganado la guerra, ¡a Deo gratias! pues España
la hubiesen convertido en una Albania, o en cualquiera de los
infelices y desdichados países del Este que fueron ‘liberados por
los demócratas soviéticos comandados por el angelito Stalin’.
A ver si se enteran
de una vez, que sus antepasados perdieron la contienda justamente,
entre otras cosas, por inepcia, indisciplina, falta de mando y
luchas intestinas.
Los Nacionales
consiguieron la Victoria por estrategia, táctica, disciplina férrea,
mando único y el entusiasmo del ejército y el pueblo español que
le acompañaba con indudable afán de triunfo.
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