Por
Pablo Gasco de la Rocha.
El
discurso que José Antonio pronunció el día 29 de octubre de 1933
en el teatro de La Comedia de Madrid, en el marco del Acto de
Afirmación Nacional que con motivo de la apertura del periodo
electoral se organizo, es su propio y personal discurso, único y
singularísimo, sin interferencias ni apoyaturas coyunturales. Un
discurso que es puro sentimiento, por cuanto nos conmociona, y no sólo
por la oratoria o por la exposición de los argumentos esgrimidos y
los registros apuntados, ni siquiera por su poética y su llamada a
la acción, sino porque nos invita a escuchar el clamor de las armonías
superiores. Esas armonías superiores que él había oído mucho
antes que todos los que le habían precedido… "Que sigan los
demás con sus festines…", nos dijo, no sólo como actitud
ante la situación del momento, sino como actitud permanente ante la
vida. De ahí, el enorme impacto, la profunda conmoción que aquel
discurso produjo y sigue produciendo. Y es que, aquel joven orador, "el
hijo del Dictador" –como despectivamente algunos le
llamaban-, se descubrió como lo que realmente era, un pensador
original, que no novedoso, por su actitud de rigurosidad con la que
impregnó toda su discursiva política posterior, al margen de
apoyaturas circunstanciales.
José
Antonio, que ciertamente fue un pensador clásico y por eso mismo
occidental, sigue –mal que les pese a muchos- arrastrando su corte
de incondicionales, una corte que debe saber, que estamos ante un
político intemporal por sus registros metafísicos y, sobre todo,
que el ruido de voces que importunaron su tiempo no le impidieron
dar un paso al frente, que es siempre una decisión de voluntad y de
riesgo. De ahí, otra de sus muchas cualidades, la valentía, pues
asume la condición del valor en esa doble dimensión imprescindible
para que tal actitud no sea un impulso momentáneo y mucho menos una
acto de bravuconería.
Ni
su más querida vocación, su profesión de abogado, ni la
experiencia de cómo habían tratado a su padre, ni sus encuentros y
desencuentros con un pueblo, con el que no se sentía muy
identificado en muchos aspectos, ni siquiera su profunda pereza de
intelectual para la acción, le impidieron dar un paso al frente
desde ese compromiso serio, honrado y formal que se propuso fuera su
tarjeta de visita en la vida.
Era
joven, vivo, fuerte, optimista, sanamente ingenuo y todavía
inexperto para tanto como se le exigió, en un tiempo convulso de
intrigas y fratricida de resultados. Porqué, al margen de su
novedad y originalidad, otra de sus características fue la
frescura, en parte, por una ausencia de exceso de experimentación antigua;
retranca que sí portaban los políticos profesionales que venían
de largo. Circunstancia ésta tantas veces obviada o relativizada,
pero que obra como componente fundamental de indudable valoración
personal. Toda vez que dimensiona algunas de las interpretaciones
que sobre determinados aspectos se han dado con absoluta falta de
rigor. Aunque, por ende, ha servido y contribuido en no poca medida
a conectar bien con un amplio sector. Algo que a muchos les ha
resultado atractivo y hasta lleno de posibilidades, que a la postre
se han demostrado irrealizables. Pongamos, por ejemplo, las
distintas valoraciones que se han dado sobre su "simpatía"
por el Fascismo, o su más que "supuesto" republicanismo,
que para nada queda manifestado en ninguna de sus afirmaciones o
argumentaciones. Cuestiones a las que doy en llamar, manipulación
demagógica de los riesgos exteriores.
|
|
Con
todo, no podemos inventarnos a un José Antonio que no existe. Pues
eso justifica y explica muchas desavenencias enquistadas a lo largo
de todo este tiempo. Porque él, que fue capaz de superar todo, supo
capitalizar la prioridad de lo realmente importante: la Dignidad del
hombre y la Justicia Social frente a cualquier otro argumento, en
parte, porque incidió con éxito en la escasa, por no decir nula,
capacidad que tenían sus oponentes, la derecha y la izquierda,
paras conjugar ambos conceptos.
Fue
ciertamente la experiencia de la República, y no las críticas
injustas y maldicientes a la obra y a la persona de su padre, que
hubieran sido una anécdota en su vida, la que le saca y le obliga a
salir de su mundo, plácido y sin sobresaltos, a ese escenario, la
política, que le era incomodo y hostil, precipitado por la convicción
subsiguiente del panorama de una Europa acosada por los nuevos bárbaros,
los comunistas, entregándose a ella durante los tres años de vida
que le dejaron tener. ¿Cómo no hacer, entonces, un elogio
incondicional de un hombre que ofrece a las masas las posibilidades
para un desarrollo personal, social y político? Y ello, sin mirar
atrás, sin añorar aquellos tiempos en los que mandaban los de su
clase.
Pero,
cómo podía saber tanto un hombre tan joven. Pues, porque sus
comienzos venían de lejos, de las palabras oídas en familia según
las cuales la libertad surge de la condición de ser protagonista
del propio destino, y de su sensibilidad sentida e interiorizada,
antes que nada, como una obligación de Justicia; pues él había
conocido el mundo rural, los suburbios y las regiones hundidas en el
olvido de los siglos. Había visto la injusticia, la incultura y el
hambre, causas y razones de casi todas las violencias, y ese bagaje
de sensibilidad hondamente sentida, no exenta, antes al contrario,
de una profunda caridad cristiana, le bastaron para dar un salto al ruedo
Ibérico, pese a todas sus reservas e incomodidades, para
intentar salvar a España. Que es su grandísima aportación, por
encima, incluso, de lo que dijera.
Todas
estas consideraciones pueden ayudar, significativamente, a
comprender hoy a José Antonio, pero lo que más va a beneficiarnos
es la sensación colectiva generalizada de que España tiene que
abrir una nueva página histórica, y buscar, como hizo en su tiempo
José Antonio, una nueva alternativa sobre la base de una propuesta
colectiva de Dignidad y Justicia. Justo, lo que hizo con
indiscutible acierto José Antonio a pesar de que su éxito inicial
y el plan de salvación nacional que propuso no pudiese concretarse
en la situación inquietante y sin soluciones fáciles de la
España que le tocó vivir. Lo que impidió, pues antes le mataron,
que su vigor y su impacto emocional, fuesen efectivos
electoralmente.
La
sociedad española está ante el mayor pensador para su futuro.
Porque hoy la sociedad, con sus efectos y su verdad simulada, hace a
los ciudadanos incapaces para vérselas con el mundo real. Con
el dolor y el amor, con la verdad y la muerte: con la Patria,
el Pan y la Justicia…
Y
es que estamos obligados nuevamente a escucharle otra vez para
establecer un triple pacto: un pacto social que permita estructurar
la sociedad sobre los valores (la Patria, el Pan y la Justicia) en
los que todos podemos encontrarnos; un pacto moral para sacar a la
sociedad, grupos e instituciones de la irresponsabilidad en la que
viven, y un pacto político para eliminar los partidos políticos,
verdaderas superestructuras que ahogan cualquier tipo de
representatividad. Entretanto, nuestro José Antonio no se jubila.
A
partir de ahora, pues, todos los escenarios electorales tienen que
ser posibles en una sociedad que necesita, y de forma urgente,
superar una etapa que ha sido profundamente negativa tanto para la
credibilidad política como para el mismo ser de España, en donde
se han alcanzado récords históricos de antiespañolismo, un tema
que ya empieza a sensibilizar y a preocupar a su ciudadanía. Por
ello, al menos nosotros, establezcamos las estrategias y, sobre
todo, adecuemos los medios a los objetivos hasta lograr que la Nación
vuelva a funcionar con naturalidad y eficacia.
Hay
que apostar decididamente a favor de una salida positiva e incluso
saludable a esta encrucijada política que ha venido a coincidir,
desafortunadamente, con un proceso de descomposición occidental
complejo y delicado, en el que todavía, seguro, nos esperan algunas
sorpresas. Porque lo importante ahora, una vez superada esta situación,
es aprovechar la dura experiencia para modificar ciertos
comportamientos y rectificar algunas conductas, en especial las
relativas a las tentaciones momentáneas.
Aquí
estamos, 75 años después, recordando, conmemorando y celebrando lo
que a todos nos ha traído hasta aquí en esta tarde de noviembre,
como también era ya tarde la que vivieron aquellos que nos
precedieron, y que hoy están, todos, en nuestro recuerdo. Y como
ayer y como hoy y como siempre será, nada importa que seamos pocos
o muchos -el número aritmético nunca fue signo de excelencia-,
porque "aunque lo mejor es, ciertamente, la acción fraternal
en compañía de otros, también es hermoso –como nos dejo dicho Hölderlin-
quedarse solos y atravesar la noche sin nadie al lado cuando faltan
los compañeros de lucha".
INICIO
|