Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Mis hermanos y yo, pese a que nos pudimos haber librado, los tres hicimos
la mili. Uno de ellos, el que sirvió como voluntario en Aviación,
ocupó toda su etapa militar, salvo el período de instrucción, pasándole
a máquina las memorias personales a un coronel, hasta que un día
se cansó y pidió ir a su destino. Una tarde formó la guardia y se
la rindió a Arias Navarro en visita por el Ministerio –todavía
se recuerda-, aunque fue simplemente por armarla, que no por devoción
al político fallecido. Al día siguiente mi madre tuvo que llevarle
un par de mudas porque estaba en el calabozo y degradado de su
empleo de cabo. Mi otro hermano, el más joven, ha sido,
posiblemente, el mejor cabo I de reemplazo de ida y vuelta
que ha pasado por las boinas negras; con todo, y pese a tanto
halago, se marchó cuando cumplió con la Patria. Y yo mismo, sin ir
más lejos, fui apartado del servicio de pasaportes y relegado a las
oficinas por una "pequeña" discusión con un rojo que
vino a informarse sobre una posible pensión por los años en los
que estuvo a las órdenes del PCE matando civiles y saqueando
iglesias. Una pensión, que a mi padre, sargento del Requeté, no se
la hubieran concedido, porque tan sólo estuvo 18 meses en el frente
hasta que le evacuaron vía Cruz Roja por tener 16 años.
Digo esto, no para dármelas de nada, que por lo que respecta a mi
persona poco puedo, sino para dimensionar el tema que voy a tratar:
el Ejército de España…
De siempre hemos oído la gente de mi generación –yo soy del
reemplazo del 79- que los militares vivían mal con Franco. Es
decir, que no ganaban lo suficiente para vivir con dignidad. Y que
tan mal vivían, al parecer, que hasta tenían que ocuparse en otras
cosas, pues ni los soldados a su disposición personal (escribientes
de memorias, pintores, albañiles, carpinteros, fontaneros,
abogados, electricistas, mecánicos, etcétera); ni las casas, que
se les antojaban que eran pequeñas y algunas mal ventiladas; ni los
economatos que les parecían caros, ni siquiera las farmacias, les
quitaban el hambre. Y era tal el hambre de estos señores en la época
de la que hablamos, que yo conocí a un teniente que ejercía de
taxista. De ahí, deduzco, que años más tarde el general Piris les
hiciese tanto reír a los americanos con sus famosos comentarios
previos a la Guerra del Golfo en el periódico El
Independiente. …. Toda una joya de sapiencia y preparación
militar este tal Piris.
"Mi teniente, por favor, a Cibeles"
El general Atares, uno de los predilectos de la extrema derecha, aunque
no sé todavía por qué, también tuvo su momento de gloria frente
a un Gutiérrez Mellado al que más que actos aislados y esporádicos
de indudable egolatría y empavonamiento, a tenor de las mínimas
consecuencias que tales actos acarreaban, se le tuvo que haber
convocado en un cuarto de banderas y apretarle los machos en primer
tiempo de saludo. Pero esto no se hizo.
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Durante la época de las amnistías a todo tipo de asesinos marxistas,
fiel a ese principio según el cual había que "legalizar todo
lo que estuviera en la calle", ETA mató con ganas y rabia a
cientos de miembros de las fuerzas del Orden Público y a miembros
del Ejército –entre ellos a dos compañeros de reemplazo que
ejercían de chóferes: José y Florentino-. Sin embargo, el
entierro del Gobernador Militar de Madrid fue una anécdota
pasajera, esporádica y sin más consecuencias.
Es cierto que don Antonio Tejero y don Ricardo Ynestrillas –a los que
muchos militares de distinta graduación saludamos en el Gobierno
Militar de Madrid por aquel asunto de la "cafetería
Galaxia"- merecen un apartado especial. Pero como no trato de
hacer historia, sino describir un periplo, decir respecto a Tejero,
que fue engañado por los del "Golpe de timón", y por lo
que respecta a Ynestrillas, que le sobró siempre corazón.
Y llegamos necesariamente a otro general –auque este por la gracia del
PSOE- también muy querido por la llamada extrema derecha y
por todo el elenco de conversos que se han venido sucediendo, me
refiero a Rodríguez Galindo, al que la justicia puso en su sitio,
porque, pese a todo lo que se quiera especular, se le encontró
culpable de trapicheos con droga y autor de la comisión de delitos
de tortura y de dos asesinatos escabrosos. Amén de de descubrirse
esa forma tan poco "ortodoxa" con la que trabajaba para
detener comandos terroristas.
El general Mena no fue un general valiente, sino un oportunista a punto
de jubilarse, que hasta tuvo la osadía de escribir un libro. Un
libro que, según tengo entendido, se compraron todos los niños y
las niñas del CEU; esos pijos que van con los cuellos de los
polos levantados y el casco de la moto en el codo. Es decir, los
propagandistas del señor Coronel.
Hoy estamos en otra época distinta, y como por fin los militares están
bien pagados, ahora sí que pueden dedicarse por entero a su profesión
y oficio. Y ahí tenemos, como muestras palpables de su quehacer en
el dividendo de paz internacional que nos corresponde, todas esas
salas de parto, todas esas guarderías y todos esos hogares del
anciano que montan en un pis pas y con una destreza increíble
en cualquier parte del mundo donde se les envía. Sin duda, unos
chicos y unas chicas fantásticos de los que podemos estar sumamente
orgullosos. Hasta me voy arrepentir de haberle quitado de la cabeza
a mi hijo la idea de irse Zaragoza.
Claro que ahora, y una vez se quitó el retrato del Dictador de todas
las academias militares, es cuando se les instruye convenientemente
para lo que es su cometido. Un cometido en el que no se descarta ir
a pagar fuegos. De ahí que la Chacón, seguro que con el beneplácito
de la Pajín, haya nombrado como JEMAD a don José Luís Rodríguez,
el primer general "bombero" de la historia de nuestro Ejército.
Con todo, están son las FFAA que tenemos. Las que tiene este lugar de
paso, sitio de fronteras, ubicación a desaparecer que es España.
La misma tropa a la que no se hace desfilar en ciertos lugares de
España, y no me refiero a Gibraltar. Al menos solamente. Por eso
algunos ya han empezado a desear que ojala viniera Franco, aunque
fuese de cabo. ¡Toda una osadía!
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