Por
Manuel Clemente Cera.
En nuestros días se habla demasiado de política y se
trabaja poco. Se observa una tendencia reiterativa y contundente en
abordar problemas inveterados irresolutos que han perdido el interés
informativo para la opinión pública, hastiada de tantas falacias y
contradicciones, auspiciadas por la manipulación mediática del
sistema.
Existen fundadas sospechas que pretenden embaucar a un
público ignaro con escasa sustancia gris cerebral, predispuesto a
tragarse los gazapos que le suministran tan astutos
estadistas, convictos de que el presunto receptor es un
tragaldabas sin la más mínima ilustración.
Estamos hartos de tanto oír hablar de trasvases, de
sequías terroríficas antediluvianas amenazantes, así como de las
sabias predicciones de cambios climáticos apocalípticos, pseudos
científicos, que atemorizan a la humanidad, encubriendo temas más
candentes que pasan inadvertidos, sin contar con la sabia
naturaleza, y como es obvio, en un estado aconfesional y agnóstico,
ignorando la presunta intervención divina en la dirección del
universo.
Analícese después de tanto catastrofismo
tercermundista anunciado, como vinieron las fructíferas lluvias
primaverales tan esperadas con mayor abundancia de lo que se
imaginaban.
Ahora ya podemos estar tranquilos y respirar con
esperanza, dejando transitoriamente en suspenso la luminosa idea del
trasvase –fuente de algunas discordias regionales– la ridícula
importación por vía marítima del agua procedente de otras
latitudes y las anunciadas desalinizaciones.
Durante la larga y engorrosa polémica sobre temas
fluviales, ningún experto autorizado en el Plan Hidrológico
Nacional, ha sido capaz de hablar de embalses y canalizaciones.
España dispone de 850 pantanos, y concretamente en
Cataluña durante la autarquía, entre 1960 y 1969 fueron
construidos 27 embalses, hoy ignorados por decreto. Si alguno se
inauguró después de 1975, fue sobre proyectos anteriores, como el
de la Presa o Pantano de Tous, finalizado en 1979 y que el 20 de
octubre de 1982 reventaba, ocasionando la muerte de 12 personas,
unas pérdidas económicas de 50.000
millones de pesetas y 7.000 damnificados.
¿Es qué la España democrática no necesita más
pantanos ante el considerable incremento de la población en las
tres últimas décadas? ¿Debemos permitir que las torrenciales
aguas que desbordan los ríos en momentos de copiosas lluvias se
pierdan en el mar? ¿No sería más lógico y razonable retener esta
agua, encauzarlas y embalsarlas construyendo nuevos pantanos en
previsión de ulteriores períodos
de sequía?
La actual Administración especialista en la
improvisación, adolece de facultades de prevención por falta de
estudio y plena dedicación, recurriendo generalmente a las
lamentaciones y tratamientos paliativos cuando surge espontáneamente
el infortunio, muchas veces predecibles por los expertos, sin
entonar jamás humildemente el “mea culpa” por tanta
negligencia.
Necesitamos políticos experimentados, con verdadera
vocación de estadistas para cada una de las funciones encomendadas.
|
|
A título de ejemplo citaremos a dos personalidades
históricas que reunían las cualidades aludidas. Alfonso Peña
Boeuf, ministro de Obras Públicas del primer Gobierno autoritario,
desde 1938 a 1945. Ingeniero de Caminos, doctor en Ciencias Exactas
y Catedrático. Con él comenzó la política de pantanos, llevando
a la práctica los proyectados por la Dictadura del general Miguel
Primo de Rivera, completándose posteriormente mediante una red de
presas diseminadas por toda nuestra geografía. Otro tecnócrata
similar del primer Gobierno nacional, fue el insigne Ingeniero de
Caminos Pedro González-Bueno y Boscos, ministro de Acción y
Organización Sindical, equivalente al Ministerio del Trabajo.
Universitarios relevantes que habían triunfado en la
vida civil, acceden a los altos cargos con espíritu de servicio,
dotados de una firme vocación por lo social y por la creación de
riqueza. Actuando en todo momento movidos por el interés nacional.
Al cesar en el Ministerio, éste último, tuvo que vivir algún
tiempo de préstamos de sus hermanos. Así eran de austeras aquellas
edificantes personas en circunstancias heroicas, que hoy se
pretenden borrar de la historia, como si no hubieran existido. El
trabajo, el sacrificio, la unidad y su ardorosa fe en el triunfo,
fueron los factores esenciales de la victoria final.
En el último lustro del Régimen autoritario accede al
Ministerio de Obras Públicas, en sustitución de Silva Muñoz –el
ministro eficacia–, Gonzalo Fernández de la Mora y Mon, uno de
los más sobresalientes intelectuales del siglo XX. Embajador de
España, perteneciente a la carrera diplomática, numerario de la
Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, licenciado en
Derecho y Filosofía y Letras a los 20 y 21 años respectivamente.
Regentó el Ministerio aproximadamente durante cuatro años. Formó
parte de los ilustres tecnócratas de la época. En su discurso de
toma de posesión, se expresó en los siguientes términos: “Vengo
a un ministerio técnico”. “No hay más que dos dogmas políticos,
uno de carácter ético y otro pragmático: el primero el de la
justicia, y el segundo el de la eficacia”. Por ello, se propuso
despolitizar su gestión técnica, nombrando para subsecretarios a
dos ilustres juristas de larga experiencia, y eligiendo a tres
destacados Ingenieros de Caminos expertos en su profesión y en la
contratación, como directores
generales de Carreteras, Obras Hidráulicas y Puertos. El mismo
criterio adoptó en el nombramiento del presidente de RENFE.
Su colaboración en el Gobierno puede sintetizarse en
austeridad gestora y honestidad a rajatabla. Comentó el ex
ministro: “Salí del Ministerio más pobre que entré”.
Una de las personalidades más importantes de nuestra
generación, dotado de una erudición excepcional, que como a otros
muchos de sus condiciones y pensamiento similares no se les ha hecho
justicia, mientras se mitifican a las mediocridades del Sistema.
Comparemos sucintamente los currículos académicos y
profesionales de aquellos beneméritos gobernantes cuya misión
primordial era la plena dedicación al trabajo y al progreso
nacional, con nuestros políticos contemporáneos, que consumen el
tiempo y energías en áridos parlamentos y en conflictos intestinos
para escalar los puestos más privilegiados, así como en constantes
descalificaciones al adversario, de acoso y derribo, con falaces
argumentos a todas luces insostenibles. Todo menos gobernar con
seriedad y abnegación.
INICIO
|