Política hidráulica.
Por
Manuel Clemente Cera.
12/08/2008.
En nuestros días se
habla demasiado de política y se trabaja poco. Se observa una tendencia
reiterativa y contundente en abordar problemas inveterados irresolutos que han
perdido el interés informativo para la opinión pública, hastiada de tantas
falacias y contradicciones, auspiciadas por la manipulación mediática del
sistema.
Existen fundadas
sospechas que pretenden embaucar a un público ignaro con escasa sustancia gris
cerebral, predispuesto a tragarse los gazapos que le suministran tan astutos
estadistas, convictos de que el presunto receptor es un tragaldabas sin
la más mínima ilustración.
Estamos hartos de tanto oír
hablar de trasvases, de sequías terroríficas antediluvianas amenazantes, así
como de las sabias predicciones de cambios climáticos apocalípticos, pseudos
científicos, que atemorizan a la humanidad, encubriendo temas más candentes
que pasan inadvertidos, sin contar con la sabia naturaleza, y como es obvio, en
un estado aconfesional y agnóstico, ignorando la presunta intervención divina
en la dirección del universo.
Analícese después de
tanto catastrofismo tercermundista anunciado, como vinieron las fructíferas
lluvias primaverales tan esperadas con mayor abundancia de lo que se imaginaban.
Ahora ya podemos estar
tranquilos y respirar con esperanza, dejando transitoriamente en suspenso la
luminosa idea del trasvase –fuente de algunas discordias regionales– la ridícula
importación por vía marítima del agua procedente de otras latitudes y las
anunciadas desalinizaciones.
Durante la larga y
engorrosa polémica sobre temas fluviales, ningún experto autorizado en el Plan
Hidrológico Nacional, ha sido capaz de hablar de embalses y canalizaciones.
España dispone de 850
pantanos, y concretamente en Cataluña durante la autarquía, entre 1960 y 1969
fueron construidos 27 embalses, hoy ignorados por decreto. Si alguno se inauguró
después de 1975, fue sobre proyectos anteriores, como el de la Presa o Pantano
de Tous, finalizado en 1979 y que el 20 de octubre de 1982 reventaba,
ocasionando la muerte de 12 personas, unas pérdidas económicas de
50.000 millones de pesetas y 7.000 damnificados.
¿Es qué la España
democrática no necesita más pantanos ante el considerable incremento de la
población en las tres últimas décadas? ¿Debemos permitir que las
torrenciales aguas que desbordan los ríos en momentos de copiosas lluvias se
pierdan en el mar? ¿No sería más lógico y razonable retener esta agua,
encauzarlas y embalsarlas construyendo nuevos pantanos en
previsión de ulteriores períodos de sequía?
La actual Administración
especialista en la improvisación, adolece de facultades de prevención por
falta de estudio y plena dedicación, recurriendo generalmente a las
lamentaciones y tratamientos paliativos cuando surge espontáneamente el
infortunio, muchas veces predecibles por los expertos, sin entonar jamás
humildemente el “mea culpa” por tanta negligencia.
Necesitamos políticos
experimentados, con verdadera vocación de estadistas para cada una de las
funciones encomendadas.
A título de ejemplo
citaremos a dos personalidades históricas que reunían las cualidades aludidas.
Alfonso Peña Boeuf, ministro de Obras Públicas del primer Gobierno
autoritario, desde 1938 a 1945. Ingeniero de Caminos, doctor en Ciencias Exactas
y Catedrático. Con él comenzó la política de pantanos, llevando a la práctica
los proyectados por la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera, completándose
posteriormente mediante una red de presas diseminadas por toda nuestra geografía.
Otro tecnócrata similar del primer Gobierno nacional, fue el insigne Ingeniero
de Caminos Pedro González-Bueno y Boscos, ministro de Acción y Organización
Sindical, equivalente al Ministerio del Trabajo.
Universitarios relevantes
que habían triunfado en la vida civil, acceden a los altos cargos con espíritu
de servicio, dotados de una firme vocación por lo social y por la creación de
riqueza. Actuando en todo momento movidos por el interés nacional. Al cesar en
el Ministerio, éste último, tuvo que vivir algún tiempo de préstamos de sus
hermanos. Así eran de austeras aquellas edificantes personas en circunstancias
heroicas, que hoy se pretenden borrar de la historia, como si no hubieran
existido. El trabajo, el sacrificio, la unidad y su ardorosa fe en el triunfo,
fueron los factores esenciales de la victoria final.
En el último lustro del
Régimen autoritario accede al Ministerio de Obras Públicas, en sustitución de
Silva Muñoz –el ministro eficacia–, Gonzalo Fernández de la Mora y Mon,
uno de los más sobresalientes intelectuales del siglo XX. Embajador de España,
perteneciente a la carrera diplomática, numerario de la Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas, licenciado en Derecho y Filosofía y Letras a los
20 y 21 años respectivamente. Regentó el Ministerio aproximadamente durante
cuatro años. Formó parte de los ilustres tecnócratas de la época. En su
discurso de toma de posesión, se expresó en los siguientes términos: “Vengo
a un ministerio técnico”. “No hay más que dos dogmas políticos, uno de
carácter ético y otro pragmático: el primero el de la justicia, y el segundo
el de la eficacia”. Por ello, se propuso despolitizar su gestión técnica,
nombrando para subsecretarios a dos ilustres juristas de larga experiencia, y
eligiendo a tres destacados Ingenieros de Caminos expertos en su profesión y en
la contratación, como
directores generales de Carreteras, Obras Hidráulicas y Puertos. El mismo
criterio adoptó en el nombramiento del presidente de RENFE.
Su colaboración en el
Gobierno puede sintetizarse en austeridad gestora y honestidad a rajatabla.
Comentó el ex ministro: “Salí del Ministerio más pobre que entré”.
Una de las personalidades
más importantes de nuestra generación, dotado de una erudición excepcional,
que como a otros muchos de sus condiciones y pensamiento similares no se les ha
hecho justicia, mientras se mitifican a las mediocridades del Sistema.
Comparemos sucintamente
los currículos académicos y profesionales de aquellos beneméritos gobernantes
cuya misión primordial era la plena dedicación al trabajo y al progreso
nacional, con nuestros políticos contemporáneos, que consumen el tiempo y
energías en áridos parlamentos y en conflictos intestinos para escalar los
puestos más privilegiados, así como en constantes descalificaciones al
adversario, de acoso y derribo, con falaces argumentos a todas luces
insostenibles. Todo menos gobernar con seriedad y abnegación.
Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com