El Cardenal Martini -jesuita, rector de la Universidad Gregoriana de
Roma, arzobispo de la mayor diócesis del mundo (Milán), papable,
intelectual con infinidad de libros y de artículos- que ya en 1999
pidió ante el Sínodo de Obispos Europeos la convocatoria de un
nuevo concilio para concluir las reformas aparcadas por el Vaticano
II, vuelve a la actualidad porque se publica, y a modo de testamento
espiritual, su libro "Coloquios nocturnos en
Jerusalén".
Retirado voluntariamente en Jerusalén, donde vive dedicado a estudiar
los textos sagrados, reflexiona el Cardenal sobre los grandes retos
a los que la Iglesia Católica tendrá que enfrentarse en este nuevo
milenio de la Era Cristiana. Y desde esta perspectiva, pide a las
autoridades del Vaticano coraje para "reformarse" y
"emprender cambios" en temas, como: el sexo -con la
autorización del preservativo y otras cuestiones-, el celibato
-cuestión que sostiene Martini debe ser una vocación porque
"quizás no todos tienen el carisma"-, la homosexualidad
-manifestando sutilmente que "nunca se le ha pedido, ni se me
habría ocurrido condenarles"-, y hasta con la posibilidad del
sacerdocio de las mujeres -con el argumento de las dificultades
derivadas de la falta de sacerdotes, hasta el punto de tener que
traerlos del extranjero-. Amén de recomendar a las autoridades no
alejarse del Concilio Vaticano II y de no tener miedo de los
jóvenes con los que se debe "confrontar la
Iglesia".
Desde el respeto y
sumisión espiritual al pastor de la Iglesia Católica que es
Monseñor Martini, entiendo que con ser inquietantes todas estas
cuestiones que plantea, lo verdaderamente inquietante es la postura
intelectual o de acción de muchos católicos ante el desasosiego
contemporáneo, conflicto que intentan apaciguar a través del
diálogo con la vorágine; una vorágine que trata de confundir,
aseverando la necesidad que de armonizar valores con el argumento
absolutamente innecesario entre fe y ciencia. Con todo, una cosa
deberemos tener en cuenta, que las expectativas de este mundo, nunca
serán las de Dios. Unas expectativas afirmadas y explicitadas por
Jesucristo, semejante a nosotros, sus hermanos, los hombres, en
todo, excepto en el pecado. Pues la expectativa de Dios, que es
Jesús, esta fuera de esta realidad nuestra, aunque siempre en la
perspectiva del horizonte del hombre. Y esta expectativa siempre ha
sido igual en todo tiempo, época y lugar, pues es eterna... "Cuando
el mundo os odie, recordad que primero me ha odiado a mí. Si
fuerais del mundo, el mundo os amaría, porque el mundo ama a los
que le pertenecen; pero como no sois del mundo, pues yo os he sacado
de él, el mundo os odia. Acordaos de lo que os dije: el siervo no
es más que su amo..." (Jn 15 18-19)
"No os
turbéis. Confiad en Dios y confiad en mí", nos dice el
Señor.
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