Conste que a mí este gallego agnóstico y republicano, que es Rajoy, no
me cae mal. Porque el político Rajoy se me antoja tiene algo de
figura quijotesca sólo frente a los energúmenos, que en este caso
no son simples molinos de viento.
Atrapado en su propio laberinto, que es su partido, Rajoy, un hombre
suficientemente preparado y ambiciones medidas, entiende que la
vocación natural de todo partido político, y más si es el primer
partido de la oposición, es alcanzar el poder. Y como el poder se
alcanza, según los unos y los otros, desde el vacío ideológico,
esto es, desde el centro, tras una legislatura agria y dura pretende
moderar los tonos y estructurar las estrategias entorno a ese
objetivo. Porque de lo contrario, es decir, de no ganar las próximas
elecciones, el Partido Popular se abocaría a una ofensiva en
oleadas sucesivas lanzadas desde las facciones aliadas contra un
adversario común. Salvadas las distancias, el mismo caso de UCD.
Una cuestión más difícil de que ocurra en el PSOE, entre otras
razones, porque dónde iría toda esa cuadrilla que lo forma.
Pero Rajoy sabe,
además, que así como la estrategia del PSOE es presentar un
discurso lleno de promesas irrealizables, la del PP es escorarse
cuanto más al centro le sea posible. Incluso hasta lo imposible,
para lo cual siempre tendrá a Gallardón. Pues este es el destino
de esa federación de ideologías que aglutinó en su día, previó
cambio de nombre, Alianza Popular. De ahí, también, que Fraga
permanezca junto a Rajoy, y no precisamente porque sean los dos
gallegos. Que no deja de ser una coincidencia añadida. Al margen,
claro está, de que como líder del PP Rajoy tiene todo el derecho
del mundo a iniciar una nueva estrategia, así como a nombrar a su
propio equipo de colaboradores y ministrables. Que es, en puridad,
donde reside el problema.
Por tanto, la trifulca del PP se centra y concentra no en una pugna
ideológica, que ciertamente sería muy beneficiosa, pero que no
existe por muchos amagos a los que nos tengan acostumbrados los
Vidal-Quadras y Cia, sino en motivos más sibilinos, como son las
ambiciones frustradas de la plana mayor de Aznar, que melena al
viento y con las pulseras de trapo con las que se adornó en
su etapa triunfal, les dirige a todos desde las sombras tras el que
pudiera ser su nuevo ministro de economías, Miguel Boyer. Por eso,
tras el pronunciamiento civil de la sin par Esperanza, la reina
del mambo, y las posteriores dimisiones preventivas de Zaplana y
Acebes, la situación suena demasiado a demolición controlada del
PP.
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