Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Como viene apreciándose de un tiempo a esta parte, las proclamas a favor
de una rectificación en el proyecto político suicida que iniciamos
el 21 de noviembre de 1975, cuyo resultado máximo fue la Constitución,
se suceden y multiplican cada día, aunque todavía sean simples
susurros frente a los gritos de la algarada revolucionaria que reina
en España, atrapada en un lenguaje que sirve no tanto para expresar
la realidad como de instrumento para los pregoneros, los políticos,
que todavía tienen algo que vender. Realidad todavía posible,
merced a la inercia que mantiene una sociedad estructurada y
cohesionada por la herencia del franquismo. Lo que no quiere
decir, antes al contrario, que no se aprecien ya signos evidentes
del resquebrajamiento social que padecemos.
Y es que, treinta años después, el grosero trabajo de la propaganda
del Sistema ha tenido como resultado la perversión de la realidad.
Ofreciendo a los ingenuos, a los electores cautivos del mal menor
y a los acomodaticios, una imagen falsa de la realidad política y
social de España. Pero como el ideal de la maquinaria devastadora
era que no hubiera interferencias, ahí han estado todos, los unos y
los otros, para desprestigiar, desvalorar y no reconocer nada de lo
que durante décadas se hizo en España, acallando a quienes, pese a
todo, intentábamos que fuese reconocido. Un periodo que logró
realizar las tres revoluciones que teníamos pendientes desde el
siglo XIX: la económica, la social y la cultural. Una labor
ingente que nos hizo pasar de la era de la alpargata a la
industrial. Sin embargo, esa propaganda populista, escandalosa y
perversa que tiene cómplices extravagantes, silencios hipócritas y
altavoces con resonancia, presentó la Era de Franco, y lo sigue
haciendo, no sólo solapando sus realizaciones, sino asemejándola
con dictaduras sanguinarias, sin duda que para contrarrestar las que
el Comunismo había creado, y que muchos de ellos habían defendido.
En un librito que circuló con cierta profusión en la década de los
setenta, "Planificación comunista para España",
se nos hacia ver y comprender de forma ciertamente evidente, cuál
era la estrategia, la infiltración, que los enemigos de España y
de la civilización cristiana habían empezado a poner en práctica
para derribar el Régimen político del "18
de Julio", un régimen
que muchos eran partidarios de seguir conservando y otros muchos de
reformar, que no derribar. Una estrategia de infiltración que tenía
tres frentes: la Iglesia, el mundo laboral (la empresa y la fábrica)
y la Universidad.
En cuanto a la Iglesia, y tras el Concilio Vaticano II, de tan
perniciosas consecuencias prácticas, la planificación venía
marcada por ese espíritu de diálogo que se impuso con el
marxismo por mor de dos factores: el miedo que se le tenía a raíz
del impulso revolucionario que había alcanzado en Europa, y por una
más que evidente seducción en determinados ambientes eclesiásticos,
por el aspecto social que tan perniciosa ideología aparentaba
tener. Y de entre todos esos sectores, sin duda que los jesuitas se
destacaron de forma sobresaliente. Aunque aquí, en España, tampoco
fue mínima la aportación de determinados jerarcas de la Iglesia
encabezados por el obispo Tarancón. Al que sus amigos, Patiño, el padrecito
Ángel, el fraile Patera, el lamesotanas de Bono, el
meapilas de Vázquez y los bragueteros de Entrevías están
intentando beatificar. Cosa harto imposible, pues se exige el
milagro.
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Por lo que respecta
al mundo del trabajo, el camino quedo expedito mediante la algarada
"supuestamente" laboral que puso en practica la creada
CCOO, compuesta en su mayoría por activistas reclutados de las
sacristías, cuya característica, al margen de la falta de
testosterona, era la confusión ideológica a la que determinados
curitas les abocaban con sus predicas y sermones en los que se
comparaba a Nuestro Señor Jesucristo con el asesino comunista del
Che.
Y referente a la
Universidad, que era el sector más fácil de conquistar, se
aprovechó simplemente el ardor de la juventud, que siempre será
rebelde. Y para muestra, ahí tenemos los enfrentamientos con la
policía por simples motivos de orden académico, que luego la
propaganda se encargaría de trocar en reivindicaciones políticas y
sociales. Cuyas imágenes se exportaban al exterior para que un
maricón sifilítico, Olof Palmer, asesinado años después por otro
maricón, se pusiese al frente por la caída del franquismo.
Planificación que contó con los llamados "tontos útiles",
que esas fueron sus huestes; su ejército en acción, que por
contar, hasta contaron con un pretendiente para ceñirse la
Corona de España que el Caudillo ya le había ceñido sobre las
sienes a don Juan Carlos de Borbón y Borbón, el prometedor Príncipe
de España. Individuos manejados por una vanguardia bien preparada
en la simulación y en la guerrilla, a los que primero sedujeron y
después conquistaron, y que fueron ciertamente los que en el fondo
se enfrentaron con quien les daba el pan y la sal: con Franco.
En ese ambiente
previo a la muerte de Franco, el siguiente objetivo era el de la
normalización; al fin y al cabo, y como una buena parte de la
sociedad llego a concebir, no eran tan malos como se les había
supuesto. Y es que no eran tan malos, porque sin duda que eran
peores.
Conquistadas las
conciencias, y porque siempre hay que trabajar en orden a las
circunstancias y al contexto histórico en el que la lucha se
desarrolla, uno de los aspectos que elaboran mediante la
auto-critica fue posponer con lo más aparente de sus propósitos: la
lucha de clases, la reivindicación de la República, y la
aceptación de la Monarquía y de la bandera nacional, para
terminar presentándose bajo el lema "100 años de
honradez". Una "honradez" a la que finalmente se
apuntó la repugnante "rata" de Santiago Carrillo, que con
sus asquerosos ojos de mierda y su alma de mal nacido ha visto como
se retiraban las estatuas de Franco de nuestras calles y plazas.
Incluso de la Academia General Militar, ante la actitud de los
cobardes que allí moran, enseñan y aprenden.
Franco murió en su cama, rodeado del cariño y del respeto de la inmensa
mayoría de los españoles, mientras unos individuos que siempre
estuvieron descerebrados -víctimas del mal espantoso del
"alzehimer"- entregaban su heredad a los bárbaros. Esos
mismos bárbaros que durante años llamaron a los terroristas
marxistas, "los chicos de ETA". Los mismos que, con el
concurso de los otros, hicieron una Constitución, vértice
del sistema, que a todas luces hace aguas. Pues lo que se vulnera es
la misma unidad territorial, cultural y social de España. Aunque
ahora mucha de esa tropa trate de sacudirse culpas y
responsabilidades cuando apenas sí queda tiempo para salvarse de la
quema.
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