Gritos y susurros.
- Mirando hacia atrás con ira -
Por
Pablo Gasco de la Rocha.
03/06/2008.
Como viene apreciándose de un tiempo a esta parte, las proclamas a favor
de una rectificación en el proyecto político suicida que iniciamos el 21 de
noviembre de 1975, cuyo resultado máximo fue la Constitución, se suceden y
multiplican cada día, aunque todavía sean simples susurros frente a los gritos
de la algarada revolucionaria que reina en España, atrapada en un lenguaje que
sirve no tanto para expresar la realidad como de instrumento para los
pregoneros, los políticos, que todavía tienen algo que vender. Realidad todavía
posible, merced a la inercia que mantiene una sociedad estructurada y
cohesionada por la herencia del franquismo. Lo que no quiere decir, antes
al contrario, que no se aprecien ya signos evidentes del resquebrajamiento
social que padecemos.
Y es que, treinta años después, el grosero trabajo de la propaganda
del Sistema ha tenido como resultado la perversión de la realidad. Ofreciendo a
los ingenuos, a los electores cautivos del mal menor y a los
acomodaticios, una imagen falsa de la realidad política y social de España.
Pero como el ideal de la maquinaria devastadora era que no hubiera
interferencias, ahí han estado todos, los unos y los otros, para desprestigiar,
desvalorar y no reconocer nada de lo que durante décadas se hizo en España,
acallando a quienes, pese a todo, intentábamos que fuese reconocido. Un periodo
que logró realizar las tres revoluciones que teníamos pendientes desde el
siglo XIX: la económica, la social y la cultural. Una labor ingente que nos
hizo pasar de la era de la alpargata a la industrial. Sin embargo,
esa propaganda populista, escandalosa y perversa que tiene cómplices
extravagantes, silencios hipócritas y altavoces con resonancia, presentó la
Era de Franco, y lo sigue haciendo, no sólo solapando sus realizaciones, sino
asemejándola con dictaduras sanguinarias, sin duda que para contrarrestar las
que el Comunismo había creado, y que muchos de ellos habían defendido.
En un librito que circuló con cierta profusión en la década de los
setenta, "Planificación comunista para España", se nos hacia
ver y comprender de forma ciertamente evidente, cuál era la estrategia, la
infiltración, que los enemigos de España y de la civilización cristiana habían
empezado a poner en práctica para derribar el Régimen político del "18
de Julio", un régimen que
muchos eran partidarios de seguir conservando y otros muchos de reformar, que no
derribar. Una estrategia de infiltración que tenía tres frentes: la Iglesia,
el mundo laboral (la empresa y la fábrica) y la Universidad.
En cuanto a la Iglesia, y tras el Concilio Vaticano II, de tan
perniciosas consecuencias prácticas, la planificación venía marcada por ese espíritu
de diálogo que se impuso con el marxismo por mor de dos factores: el miedo
que se le tenía a raíz del impulso revolucionario que había alcanzado en
Europa, y por una más que evidente seducción en determinados ambientes eclesiásticos,
por el aspecto social que tan perniciosa ideología aparentaba tener. Y de entre
todos esos sectores, sin duda que los jesuitas se destacaron de forma
sobresaliente. Aunque aquí, en España, tampoco fue mínima la aportación de
determinados jerarcas de la Iglesia encabezados por el obispo Tarancón. Al que
sus amigos, Patiño, el padrecito Ángel, el fraile Patera, el
lamesotanas de Bono, el meapilas de Vázquez y los bragueteros
de Entrevías están intentando beatificar. Cosa harto imposible, pues se exige
el milagro.
Por
lo que respecta al mundo del trabajo, el camino quedo expedito mediante la
algarada "supuestamente" laboral que puso en practica la creada CCOO,
compuesta en su mayoría por activistas reclutados de las sacristías, cuya
característica, al margen de la falta de testosterona, era la confusión ideológica
a la que determinados curitas les abocaban con sus predicas y sermones en
los que se comparaba a Nuestro Señor Jesucristo con el asesino comunista del
Che.
Y
referente a la Universidad, que era el sector más fácil de conquistar, se
aprovechó simplemente el ardor de la juventud, que siempre será rebelde. Y
para muestra, ahí tenemos los enfrentamientos con la policía por simples
motivos de orden académico, que luego la propaganda se encargaría de trocar en
reivindicaciones políticas y sociales. Cuyas imágenes se exportaban al
exterior para que un maricón sifilítico, Olof Palmer, asesinado años después
por otro maricón, se pusiese al frente por la caída del franquismo.
Planificación que contó con los llamados "tontos útiles",
que esas fueron sus huestes; su ejército en acción, que por contar, hasta
contaron con un pretendiente para ceñirse la Corona de España que el
Caudillo ya le había ceñido sobre las sienes a don Juan Carlos de Borbón y
Borbón, el prometedor Príncipe de España. Individuos manejados por una
vanguardia bien preparada en la simulación y en la guerrilla, a los que primero
sedujeron y después conquistaron, y que fueron ciertamente los que en el fondo
se enfrentaron con quien les daba el pan y la sal: con Franco.
En
ese ambiente previo a la muerte de Franco, el siguiente objetivo era el de la
normalización; al fin y al cabo, y como una buena parte de la sociedad llego a
concebir, no eran tan malos como se les había supuesto. Y es que no eran
tan malos, porque sin duda que eran peores.
Conquistadas
las conciencias, y porque siempre hay que trabajar en orden a las circunstancias
y al contexto histórico en el que la lucha se desarrolla, uno de los aspectos
que elaboran mediante la auto-critica fue posponer con lo más aparente de sus
propósitos: la lucha de clases, la reivindicación de la República,
y la aceptación de la Monarquía y de la bandera nacional, para terminar
presentándose bajo el lema "100 años de honradez". Una
"honradez" a la que finalmente se apuntó la repugnante
"rata" de Santiago Carrillo, que con sus asquerosos ojos de mierda y
su alma de mal nacido ha visto como se retiraban las estatuas de Franco de
nuestras calles y plazas. Incluso de la Academia General Militar, ante la
actitud de los cobardes que allí moran, enseñan y aprenden.
Franco murió en su cama, rodeado del cariño y del respeto de la inmensa mayoría de los españoles, mientras unos individuos que siempre estuvieron descerebrados -víctimas del mal espantoso del "alzehimer"- entregaban su heredad a los bárbaros. Esos mismos bárbaros que durante años llamaron a los terroristas marxistas, "los chicos de ETA". Los mismos que, con el concurso de los otros, hicieron una Constitución, vértice del sistema, que a todas luces hace aguas. Pues lo que se vulnera es la misma unidad territorial, cultural y social de España. Aunque ahora mucha de esa tropa trate de sacudirse culpas y responsabilidades cuando apenas sí queda tiempo para salvarse de la quema.
Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com