Por
Eduardo Palomar Baró.
El viernes 16
de mayo de 2008, en la sección ‘La Contra’ de La
Vanguardia, salió publicado un deplorable y lastimoso
diálogo con ese orondo hijo de la Gran Bretaña, natural de la
ciudad de Liverpool, donde nacieron cinco chicos, de los cuales (Los
Beatles) se dedicaron a la canción y el quinto, a contar mentiras.
Y es que el odio, el encono y la saña que exhibe el ‘rojo’ Paul
Preston contra Franco y su régimen es digno de un estudio
psiquiátrico.
Ese Preston actúa como lo haría un historiador
oficioso de la Internacional Socialista y la Masonería, ya que esas
son sus tendencias ideológicas e históricas, al margen si
pertenece o no a una secta determinada.
Ha sentido una misteriosa atracción hacia la historia
de España, a la que ha dedicado varios libros, verdaderos
panfletos, sin ningún rigor histórico, plenos de interpretaciones
erróneas, tergiversaciones, mentiras, inexactitudes, falacias,
resentimientos y sectarismos, aunque hay que reconocer que han sido
jaleados por el infinito número de papanatas carpetovetónicos.
Basta recordar aquel ladrillo de siete centímetros de
altura, que publicó en Inglaterra en 1993 con el título Franco y que a los pocos meses apareció la edición española, con
gran aparato propagandístico, con un curioso aditamento en forma de
subtítulo: Caudillo de
España, que el autor se guardó mucho de exhibir en lengua
inglesa. Se trató de una argucia para captar lectores españoles
entre los millones que todavía respetan a Franco, y que al ir
comprobando el antifranquismo radical y grosero del ladrillo, se
sintieron lamentablemente engañados, al creer que Preston ofrecía
una biografía seria. En la quinta página ya estaban completamente
decepcionados, pero el libro estaba ya pagado, aunque no lo
siguieran leyendo. Como no podía faltar, el retorcido Luis María
Anson se aprovechó para justificar su reconocido y enfermizo odio
contra Franco, decidiendo exaltar en ABC
la categoría de Preston como historiador, como posteriormente han
venido haciendo todo los medios de comunicación
“independientes”, entre ellos el rotativo barcelonés de los
condes de Godó, siempre al lado del sol que más calienta…
Una sistemática desfiguración interesada de la
historia dice muy poco a favor de su persona, máxime si esa se
autodenomina historiador e hispanista. Quien tiene por oficio narrar
la historia no debe ni puede escribir con la crispación del rencor
sino con la serenidad del rigor y de la prudencia. A la hora de
escribir o de dogmatizar con el pasado, hay que tener la conciencia
objetiva de asomarse a su realidad, sin actitudes previas para la
exaltación o la desfiguración. La historia debe escribirse de
acuerdo con la verdad y no conforme a intereses partidistas. Por
suerte sobreviven las hemerotecas y con ellas la posibilidad de
calibrar el abismo que media entre declaraciones y conductas.
Falsificando el pasado, directamente se falsea y compromete el
futuro.
Ahora acaba de publicar, con una propaganda inaudita de
todos los medios de comunicación izquierdosos, otro libelo titulado
“El gran manipulador. La
mentira cotidiana de Franco”, del que le hace publicidad La
Vanguardia, mediante ese miserable interviú.
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De entre la infinidad de badajadas, memeces, majaderías
y boberías, escritas por ese sandio, resaltan las de que Franco “no
fue el general más joven de Europa desde Napoleón, ni el artífice
de la neutralidad española en la II Guerra Mundial, ni el
arquitecto del crecimiento español de los años 60”. Eso sí,
sin demostrar ni documentar nada.
“Detentó
el poder a través del terror impuesto tras la guerra civil por su
capacidad de manipular y torear a sus colaboradores y su habilidad
para saber el precio de su silencio y por la suerte de un contexto
internacional en el que británicos y norteamericanos difundían
con pleno conocimiento
las mentiras del régimen.
La única ‘cualidad’ de Franco, según ese gordinflón
rojo, “es que tenía una
gran capacidad de mandar al Ejército, además de no tener
sentimientos”. Se mantuvo en el poder “al
aprovechar el contexto internacional derivado de la Guerra Fría y
el anticomunismo feroz de las potencias occidentales”. ¡Ahí
se te ve claramente y sin ambages el plumero, Paul! Según ese
mindundi, “Franco no ayudó
para nada a los judío…”
De los argumentos esgrimidos por el llamado
‘historiador e hispanista’, Franco debía de ser tonto del todo,
ya que no hizo, tras más de 36 años en el poder, nada bien ni por
casualidad.
Hay que ser cretino para tildar a Franco de mediocre. Y
es que la miseria moral del de Liverpool es inabarcable. A todo ello
hay que sumarle su gran valentía y arrojo británico, al escribir
con esa bilis y odio sobre una persona que no se puede defender, y
encima en tono insultante.
En la mencionada entrevista, Preston, entre otras
muchas necedades, llega a manifestar que cuando llegó a España en
1969 “las callejuelas aún olían a ajo y aceite frito y a otros
mil olores inolvidables”. Y es que este a este refinado ‘Míster’
tampoco le gustaba el ambiente callejero de la ‘terrible’
dictadura franquista. Será que sus ‘street’ y sus ‘square’
siguen oliendo, aún actualmente, a curry, ‘mix spices’ e
insufribles adobes empleados por los súbditos ‘colonialistas’
de su Graciosa Majestad y desde luego lo menos parecido a los aromas
de ‘Chanel nº 5’ y ‘Molineux’…
No diga más asnerías, ya que España –en aquellos años
ya figuraba como la novena potencia mundial– ha dado, y sigue
dando ‘sopa con ondas’ gastronómicamente, a pesar de las
‘desdichadas fragancias’, a la pobretona cocina de las Islas,
una de las peores del continente europeo.
No siga incordiando a España y a los españoles con
sus aventuras del TBO, fruto de las fantasías de su cerebro con
connotaciones psicóticas, y dedíquese, por ejemplo, a la cría del
canario, a la caza del zorro, al críquet o a hurgar en la
turbulenta y vergonzosa historia de Gran Bretaña, donde tiene
suficiente materia para investigar, como los escalofriantes reinados
de Enrique VIII, de Isabel I con sus amigazos los piratas Francis
Drake y Walter Raleigh, a los que ennobleció otorgándoles el
dictado de ‘Sir’. A los innumerables personajes que los
‘hospedaban’ en la Torre de Londres para luego ser decapitados,
entre ellos Tomás Moro y Juan Fisher, por el grave delito de no
aceptar al monstruo Enrique VIII como cabeza de la iglesia.
Un buen tema tiene en nuestra reciente historia el
bombardeo asesino de Dresde, siendo el máximo responsable de esta
cobarde y repugnante masacre el demócrata Winston Churchill, junto
al mariscal del Aire Arthur T. Harris, conocido como “Bombardero
Harris” y “Carnicero Harris” por sus tristemente famosos ‘raids
millenium’, consistentes en oleadas de miles de bombardeos que
durante días y noches arrasaron las ciudades alemanas en los últimos
días de la II Guerra Mundial.
Ambos no se disculparon ni mostraron el más mínimo
pesar, y así Churchill comentó: “Ahora todo el mundo lo hace”
en referencia a la matanza deliberada de civiles, añadiendo, con
gran cinismo: “Es simplemente una cuestión de moda: como los
vestidos, que en ciertas épocas se llevan cortos, en otras
largos”.
La única verdad que dice en la lamentable entrevista
de La Vanguardia, es que
está “casado hace 28 años
y el mérito es de ella, una gran psicóloga”.
Por último, manifestarle que para un buen clínico, su
facies sui géneris, detecta la turbulenta personalidad que posee.
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