Tres son las cuestiones fundamentales que tendremos que resolver si no
queremos encontrarnos con nada que defender de aquí a no más de
veinticinco años. La primera, la estructura política territorial
del Estado, esto es, la unidad de España. La segunda, los
compromisos de España con la Iglesia Católica, o lo que es lo
mismo, la ofensiva religiosa. Y la tercera, la invasión extranjera
que soportamos en lo que puede afectar a nuestra identidad cultural,
social, política y étnica. Sobre estas tres cuestiones, verdaderos
problemas nacionales, deberíamos plantear una alternativa racional,
porque fuera de tales cuestiones todo es discutible. Y cuando digo
discutible, me refiero también, y puede que fundamentalmente, a la
forma de Estado, la Monarquía, y al actual modelo económico opaco
y sin control, que impuesto desde fuera de nuestras fronteras
gestionan los florentinos, los albertos y demás, que
en España son.
En cuanto a la
primera cuestión, esto es, la estructura política
territorial del Estado que consagra la Constitución de 1978
mediante el Estado de las Autonomías, un artificio de difícil
encaje en el Derecho Político, y que fue introducido con la frase
de "café para todos", reconociendo y estimulando como se
ha venido comprobando desde entonces las aspiraciones autonómicas
de regiones que no las tenían, creando al mismo tiempo, y por ende,
una enfatización del sentimiento nacionalista en las tres llamadas
"históricas", que gobernadas por minorías siguen viendo
en la unidad de España la consecuencia del sometimiento y la opresión.
Se impone, pues, una rectificación urgente del Reino de las Autonomías
sobre la base de una reforma constitucional, que, pese a todo, se
sigue sin contemplar, en la medida en que tal reforma pudiera
afectar a la propia forma de Estado, la Monarquía. Una forma de
Estado que hoy por hoy sigue teniendo un poder subterráneo
importante por múltiples razones que hoy no voy a contemplar, pero
que para muchos, seguro, es perfectamente evidente.
Respecto a la
segunda cuestión que contemplamos como de urgente necesidad de
rectificación, los compromisos de España con la Iglesia Católica,
la cuestión, tal y como deberíamos plantearla, es, desde la
perspectiva real, que en puridad no es otra cosa, que una ofensiva
beligerante contra el Cristianismo al que se acusa de encerrar
elementos mágicos-carismáticos que se contradicen con el discurso
de significación y validez universal que las sociedades modernas y
democráticas deben articular desde la racionalidad. Una ofensiva,
pues, tremendamente peligrosa, porque desde la simulación más
audaz de lo que se trata, es que desde la dominación legal se
prescinde de lo sagrado. Una ofensiva ciertamente satánica, que
aunque esté presente en toda Europa, en España se está planteando
como vía de trampolín, como parece advertir con claridad el
Cardenal Rouco, desde su más que evidente beligerancia contra el
gobierno de Zapatero. Algo impensable en nuestra Jerarquía hace años.
Y, por lo que afecta
a la tercera y última cuestión, la invasión extranjera que
soportamos, hoy se puede decir que toda Europa, y también
España, es racista como consecuencia de una tolerancia suicida que
dura más de veinte años. Por eso, las medidas adoptadas por
Italia, insuficientes a tenor del problema que se trata de resolver,
responden a una situación de emergencia nacional y europea que
trastoca nuestra cultura, nuestra religión, nuestra identidad y
todas las reglas de convivencia civil. Y es que, si no se toman
medidas nos enfrentaremos a una situación irreversible que no
podremos resolver salvo con el cambio, incluso, del mismo sistema
político, la Democracia.
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