Por
Pablo Gasco de la Rocha.
El proyecto de reforma de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa llevado
a la Comisión Constitucional por el Gobiernos socialista de José
Luís Rodríguez Zapatero para avanzar en el camino de la
"laicidad" y el paquete de propuestas que la izquierda
radical anti-española y anti-cristiana -IU, ERC y BNG- se propone
llevar a cabo para que la Iglesia Católica no reciba ningún privilegio
respecto a otras confesiones, a pesar de ser abrumadoramente
mayoritaria, sitúa la cuestión religiosa en España en su
verdadera dimensión. Esto es, la ofensiva contra la Palabra
revelada, el Hijo hecho Hombre, nuestro Señor Jesucristo. Una
ofensiva satánica, pues el odio contra Dios va más allá de toda
lógica, una lógica que apunta a la utilidad que para cualquier
sociedad tiene la cuestión religiosa, y por encima de todas, la que
sostiene la religión Católica por motivos que todo el mundo puede
apreciar.
Pese a todo, la ofensiva ni es nueva ni debería causarnos mayor espanto
que el comprobar que se cumple todo lo que se nos anunció... Todo
lo que está escrito en la Ley. Porque el mensaje del Señor, de
Jesús de Nazaret, no es sólo doctrinal, sino de advertencia, como
parte de ese discurso escatológico que nos enseña, que la Historia
del Hombre está marcada por una lucha agónica entre el Bien y el
Mal. La lucha que sostiene Satanás contra el Hijo que la Mujer
sostiene en sus brazos. Visión que se nos trasmite y refiere
magistralmente en el Apocalipsis de San Juan. El último libro de la
Santa Biblia, que cierra y encierra todo lo que será el final de
este Mundo.
Y así, por tanto, desde este discurso escatológico del Señor, nada ni
nadie nos puede engañar en cuanto al propósito que anima toda
ofensiva contra su Iglesia, la Católica. Porque entonces, sus
buenos propósitos se convierten en el anatema contra el mismo
Mensaje anunciado, a través de un discurso sostenido
sobre el argumento de que la fe religiosa no garantiza por sí misma
la ética y el sentido de lo que es justo, y que salvando las
diferencias religiosas determinas por la historia como aporte
exclusivamente cultural, crea un núcleo, una semilla de principios
comunes universales sobre el bien y el mal que los creyentes deben
reconocer como carentes de fundamentos religiosos sobre la base de
la aspiración insatisfecha por el mensaje religioso. Un discurso,
en definitiva, que so pretexto de construir un universalismo ético
a través del diálogo entre creyentes y no creyentes en términos
de convergencia moral definida y verificable empíricamente, expresa
de forma rotunda el pensamiento y el comportamiento del hombre libre
de elegir su verdad. Una pretensión que si nos damos cuenta está
en la misma línea de significación que la del alarido de Luzbel "Quién
como yo".
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Pero claro, esto no llega de repente. Pues hay todo un proceso que viene
determinando que esta ofensiva larvada vaya gestándose hasta poder
dar el asalto definitivo. De ahí que sorprenda, que muchos se
muestren hoy escandalizados, cuando ese laicismo que propicia la
ofensiva contra Dios responde de pleno al espíritu de la
Constitución que se ha ido desarrollando a través de todo tipo de
leyes y de modas, aunque sus redactores por una parte y sus
defensores por otra prefieran decir que no es laicista, sino
"no confesional". Sin embargo, toda Constitución que
ponga en valor absoluto la decisión de la mayoría, es laica,
anticristiana y, por tanto, va contra Dios.
En una sociedad ya preparada y sobre la base de las buenas
intenciones, es fácil presentar esa ofensiva como un proyecto
ético de mayor importancia que la religión, en tanto parte
integrante de la identidad de todos los hombres y única fuente de
significado que no proviene de un universo sordo a nuestras
aspiraciones, sino que es construido laboriosa y humildemente por
seres humanos en solidaridad con sus semejantes. Como vemos, todo
lleno de palabras "biensonantes" que han sido empleadas
machaconamente por sus primeros propagadores, siendo la más
extendida la de solidaridad vez de caridad.
Fieles y no fieles, pues, deben de construir, a través del diálogo,
convergencias y alianzas cada vez más poderosas, duraderas y
significativas en la lucha común por un mundo más humano y menos
violento. Y esto, dicen, es posible hacerlo sin que ninguno de los
dos tengan que reconocer la superioridad del otro. Puesto que afecta
de forma decisiva a ese universalismo a través del diálogo que la
diversidad exige. De ahí que, y al margen de la cuestión que
tratamos, aunque íntimamente relacionada con ella, se puedan
entender los flujos migratorios que desde finales del siglo xx se
vienen produciendo hacia Europa occidental y, en especial, la
invasión extranjera que se ha producido en España en los últimos
diez años, sin parangón con ningún otro país de Europa, y a la
cabeza de todos ellos en número de inmigrantes, que da pie a exigir
un marco institucional laico. Un proceso de años a través del
cual, se ha ido rebajando lo sagrado del Occidente cristiano, sin
marginarlo, hasta esta hora en la que precisamente España, por
muchos motivos, se ha puesto a la cabeza del asalto final.
Por eso, el proyecto de reforma de la Ley Orgánica de Libertad
Religiosa para avanzar en el camino de la "laicidad" y el
paquete de propuestas para que la Iglesia Católica no reciba
ningún privilegio respecto a otras confesiones, no es más
que la segunda parte de esa ofensiva, después de la realizada en el
ámbito de la conciencia y el pensamiento. Porque teniendo la
religión, todas ellas, no sólo una dimensión individual sino
también social, y en cuanto es legitimo que ejerzan una influencia
a través del mensaje moral que defienden, cuya aspiración debe
plasmarse en el contexto de todo lo social, lo que de verdad se
pretende es eliminar ahora todo vestigio de influencia que pudiera
dar lugar a un repunte al alza de lo religioso, aunque fuera como
consecuencia de la degradación moral en la que estamos instalados.
Pese a nuestra
realidad europea, conformada por unos valores y creencias, por una
cultura, una religión y una etnia, España, sin duda más que
ningún otro país de Europa, se aboca hacia un lugar de paso,
conformado por un pensamiento único social-liberal, laico y
mercantilista. Y todo ello, y ahí está su máxima contradicción,
bajo una Jefatura de Estado, la Monarquía, que entre otros títulos
tiene el de "Católica". Lo que necesariamente nos lleva a
una reflexión profunda de nuestro quehacer en la Historia, antes de
que sea demasiado tarde.
Y es que, vivimos en
medio de ideas y valores suspendidos en la apariencia, sin engarce
real, salvo el soporte que les presta el interés inmediato y
mediático que conforman las contradicciones, componente del
sustrato ideológico del sistema, su verdadera personalidad,
un mero trámite para su propósito.
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