Ofensiva contra Dios.
(Jn. 15, 22-25)
Por
Pablo Gasco de la Rocha.
16/05/2008.
El proyecto de reforma de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa llevado
a la Comisión Constitucional por el Gobiernos socialista de José Luís Rodríguez
Zapatero para avanzar en el camino de la "laicidad" y el paquete de
propuestas que la izquierda radical anti-española y anti-cristiana -IU, ERC y
BNG- se propone llevar a cabo para que la Iglesia Católica no reciba ningún privilegio
respecto a otras confesiones, a pesar de ser abrumadoramente mayoritaria, sitúa
la cuestión religiosa en España en su verdadera dimensión. Esto es, la
ofensiva contra la Palabra revelada, el Hijo hecho Hombre, nuestro Señor
Jesucristo. Una ofensiva satánica, pues el odio contra Dios va más allá de
toda lógica, una lógica que apunta a la utilidad que para cualquier sociedad
tiene la cuestión religiosa, y por encima de todas, la que sostiene la religión
Católica por motivos que todo el mundo puede apreciar.
Pese a todo, la ofensiva ni es nueva ni debería causarnos mayor espanto
que el comprobar que se cumple todo lo que se nos anunció... Todo lo que está
escrito en la Ley. Porque el mensaje del Señor, de Jesús de Nazaret, no es sólo
doctrinal, sino de advertencia, como parte de ese discurso escatológico que nos
enseña, que la Historia del Hombre está marcada por una lucha agónica entre
el Bien y el Mal. La lucha que sostiene Satanás contra el Hijo que la Mujer
sostiene en sus brazos. Visión que se nos trasmite y refiere magistralmente en
el Apocalipsis de San Juan. El último libro de la Santa Biblia, que cierra y
encierra todo lo que será el final de este Mundo.
Y así, por tanto, desde este discurso escatológico del Señor, nada ni
nadie nos puede engañar en cuanto al propósito que anima toda ofensiva contra
su Iglesia, la Católica. Porque entonces, sus buenos propósitos se convierten
en el anatema contra el mismo Mensaje anunciado, a través de un
discurso sostenido sobre el argumento de que la fe religiosa no garantiza por sí
misma la ética y el sentido de lo que es justo, y que salvando las diferencias
religiosas determinas por la historia como aporte exclusivamente cultural, crea
un núcleo, una semilla de principios comunes universales sobre el bien y el mal
que los creyentes deben reconocer como carentes de fundamentos religiosos sobre
la base de la aspiración insatisfecha por el mensaje religioso. Un discurso, en
definitiva, que so pretexto de construir un universalismo ético a través del
diálogo entre creyentes y no creyentes en términos de convergencia moral
definida y verificable empíricamente, expresa de forma rotunda el pensamiento y
el comportamiento del hombre libre de elegir su verdad. Una pretensión que si
nos damos cuenta está en la misma línea de significación que la del alarido
de Luzbel "Quién como yo".
Pero claro, esto no llega de repente. Pues hay todo un proceso que viene
determinando que esta ofensiva larvada vaya gestándose hasta poder dar el
asalto definitivo. De ahí que sorprenda, que muchos se muestren hoy
escandalizados, cuando ese laicismo que propicia la ofensiva contra Dios
responde de pleno al espíritu de la Constitución que se ha ido desarrollando a
través de todo tipo de leyes y de modas, aunque sus redactores por una parte y
sus defensores por otra prefieran decir que no es laicista, sino "no
confesional". Sin embargo, toda Constitución que ponga en valor absoluto
la decisión de la mayoría, es laica, anticristiana y, por tanto, va contra
Dios.
En una sociedad ya preparada y sobre la base de las buenas
intenciones, es fácil presentar esa ofensiva como un proyecto ético de mayor
importancia que la religión, en tanto parte integrante de la identidad de todos
los hombres y única fuente de significado que no proviene de un universo sordo
a nuestras aspiraciones, sino que es construido laboriosa y humildemente por
seres humanos en solidaridad con sus semejantes. Como vemos, todo lleno de
palabras "biensonantes" que han sido empleadas machaconamente por sus
primeros propagadores, siendo la más extendida la de solidaridad vez de caridad.
Fieles y no fieles, pues, deben de construir, a través del diálogo,
convergencias y alianzas cada vez más poderosas, duraderas y significativas en
la lucha común por un mundo más humano y menos violento. Y esto, dicen, es
posible hacerlo sin que ninguno de los dos tengan que reconocer la superioridad
del otro. Puesto que afecta de forma decisiva a ese universalismo a través del
diálogo que la diversidad exige. De ahí que, y al margen de la cuestión que
tratamos, aunque íntimamente relacionada con ella, se puedan entender los
flujos migratorios que desde finales del siglo xx se vienen produciendo hacia
Europa occidental y, en especial, la invasión extranjera que se ha producido en
España en los últimos diez años, sin parangón con ningún otro país de
Europa, y a la cabeza de todos ellos en número de inmigrantes, que da pie a
exigir un marco institucional laico. Un proceso de años a través del cual, se
ha ido rebajando lo sagrado del Occidente cristiano, sin marginarlo, hasta esta
hora en la que precisamente España, por muchos motivos, se ha puesto a la
cabeza del asalto final.
Por eso, el proyecto de reforma de la Ley Orgánica de Libertad
Religiosa para avanzar en el camino de la "laicidad" y el paquete de
propuestas para que la Iglesia Católica no reciba ningún privilegio
respecto a otras confesiones, no es más que la segunda parte de esa ofensiva,
después de la realizada en el ámbito de la conciencia y el pensamiento. Porque
teniendo la religión, todas ellas, no sólo una dimensión individual sino
también social, y en cuanto es legitimo que ejerzan una influencia a través
del mensaje moral que defienden, cuya aspiración debe plasmarse en el contexto
de todo lo social, lo que de verdad se pretende es eliminar ahora todo vestigio
de influencia que pudiera dar lugar a un repunte al alza de lo religioso, aunque
fuera como consecuencia de la degradación moral en la que estamos instalados.
Pese
a nuestra realidad europea, conformada por unos valores y creencias, por una
cultura, una religión y una etnia, España, sin duda más que ningún otro país
de Europa, se aboca hacia un lugar de paso, conformado por un pensamiento
único social-liberal, laico y mercantilista. Y todo ello, y ahí está su máxima
contradicción, bajo una Jefatura de Estado, la Monarquía, que entre otros títulos
tiene el de "Católica". Lo que necesariamente nos lleva a una reflexión
profunda de nuestro quehacer en la Historia, antes de que sea demasiado tarde.
Y
es que, vivimos en medio de ideas y valores suspendidos en la apariencia, sin
engarce real, salvo el soporte que les presta el interés inmediato y mediático
que conforman las contradicciones, componente del sustrato ideológico del
sistema, su verdadera personalidad, un mero trámite para su propósito.
Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com