Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Tras los fastos del
2 de Mayo, donde se ha especulado y simulado a mayor gloria del
sistema, ahora les llega como bajada del Cielo -nunca mejor dicho-,
la muerte de quien fue presidente del Gobierno tras la dimisión de
Adolfo Suárez. Una muerte, la de Leopoldo Calvo Sotelo, que salvo a
su familia, no ha causado más sensación que la lógica y serena
aceptación de la perdida de una persona de ochenta y dos años.
Aunque algunos traten de llevar este sentimiento hasta una
"profunda conmoción en la sociedad española".
Adusto, escasamente
popular (hoy apenas se le recordaba), con apenas cintura política
y frío, fue uno de los principales artífices de aquella etapa que
fue la Transición, ejerciendo la presidencia del Gobierno en un
tiempo especialmente difícil, caracterizado por una crisis económica-social-política
gravísima y la ofensiva de la izquierda. Crisis que, unidad a la
descomposición de UCD, dibujaba un panorama muy problemático que
el 23-F no hizo más que acentuar.
Con apenas tiempo de
maniobrabilidad, escasamente tuvo dos años, el gobierno de Calvo
Sotelo determinó su acción política sobre dos cuestiones
prioritarias: Las negociaciones que conllevarían la entrada de España
en la OTAN, que los Gobiernos de Suárez, anti atlantistas, no habían
siquiera iniciado. Y la apertura de la verja de Gibraltar que Franco
había cerrado como medida de presión para su devolución por parte
de Inglaterra, contribuyendo a crear el status quo del que hoy goza
la Roca de los monos: ser paraíso fiscal para la evasión de
los capitales de Europa y nido de mafias. Sin resolver, antes al
contrario, el gravísimo problema del terrorismo marxista de ETA y
GRAPO, pues, bajo su presidencia, ambos grupos mataron a más de 100
compatriotas nuestros.
Sin embargo, lo que
marca su indudable categoría política para el sistema por
encima de otros cuestiones, es que bajo su mandato se juzgó por
segunda vez y en instancia no competente a su fuero, a los militares
protagonista del 23-F, al recurrir las sentencias que el Tribuna
Superior de Justicia Militar les había impuesto tras haberles
juzgado, sentenciado y condenado. Lo que hace que hoy, el PSOE se
deshaga en elogios hacia su persona, pese a que en su día fuera
objeto de mofa y burla.
Con Suárez
desmemoriado para siempre y pletórico de impulsos cainitas no
resueltos el señor "X" (Felipe González), la muerte de
don Leopoldo Calvo Sotelo nos introduce de lleno en lo qué
realmente fue la Transición, una etapa aciaga y suicida que deviene
en la España que hoy soportamos y padecemos, constituida sobre tres
pilares. A saber: una desmemoria absoluta de nuestro pasado más
reciente que nos quedo sin referentes aleccionadores, un impulso
revanchista y revolucionario hecho a golpe de algarada, y el
imposible de ajustarse a la lógica política que la Nación
demandaba. Que fue el drama particular y personal del anciano político
fallecido. Pues para él, y como dejó escrito, la Transición debería
haber sido: "Un referente aceptable para todos los españoles
sobre el que asentar el futuro con los necesarios ajustes no
esenciales".
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No seré yo quien le
escamotee su voluntad de convivencia y su esfuerzo de encuentro
entre todos los españoles, esas dos actitudes que quedaron
definitivamente resueltas tras los cuarenta años de paz y
prosperidad de la Era de Franco, pero lo que no deja de ser una
desvergüenza, es que dijera, por mucho que lo tomará de un filósofo
castrati, Julián Marías, que "no se debería
estar ni con los justamente vencidos en la guerra civil ni con los
injustamente vencedores de ella".
Ha muerto Leopoldo
Calvo Sotelo, Procurador en las Cortes de Franco, Director general
de la Unión Española de Explosivos, S.A, Presidente de Renfe,
ministro de Comercio, ministro de Obras Pública, ministro sin
cartera de Relaciones con las Comunidades Europeas, Presidente del
Gobierno, miembro de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa
y del Parlamento Europeo, Consejero de Estado, Consejero de
Administración del Banco Hispano Americano... y miembro de un
partido abortista (PP), y entre sus manos inertes y frías alguien
ha colocado un Rosario... ¡Piedad, perdón y misericordia, Señor!
Descanse en paz.
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