Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Pese haber argumentado sobrada y suficientemente, al menos desde esta página,
sobre la llamada Ley de
Memoria Histórica, que so pretexto de dar satisfacción a una
supuesta reconciliación, sorprende al conocedor de la Historia,
porque la mayor parte de su contenido trata de rehabilitar a
"la canalla que se apoderó de la República" (son
palabras textuales de quien fue su último presidente y máximo
valedor, Manuel Azaña) con propuestas implícitas y explícitas que
se esperan poder llevar a cabo: actos de homenajes institucionales,
nombramientos de calles, etcétera, hay un aspecto dentro de la Ley
que no por contemplado por su parte y vislumbrado por la nuestra
deja de tener una importancia vital. Nuestra eliminación ideológica,
y hasta física si llega el caso.
Aspecto éste, que en absoluto resta méritos a su Ley, que ha sido
concebida, no nos olvidemos, con una clara voluntad didáctica,
rectificar la verdad con la intención de anatematizar y
deslegitimar no sólo el glorioso Alzamiento del 18 de Julio que
salvó a España, sino al Régimen de los 40 años de paz y
prosperidad que acaudilló Franco, al margen de dotar de
revestimiento democrático al colapsado régimen por toda clase de
crímenes e ilegalidades que fue la Segunda República, y la
posterior dictadura marxista del Frente Popular.
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Por lo que la Ley de Memoria Histórica que sale adelante con el apoyo
del PP, constituye una magnífico ejemplo de cómo exponer
fragmentariamente la Historia para crear un pasatiempo en perfecto
equilibrio entre el pasado y el presente. Que es lo que más les
interesa, y que es en lo que se han empleado cuando les ha llegado
el momento (Felipe González, el "señor X" del
crimen y del latrocinio de Estado no pudo hacerlo) con el apoyo de
los otros, el PP, que les han preparado el caldo imprescindible para
tan repugnante guiso.
En este ambiente, pues, hemos celebrado este último 20-N que dicen será
el último. Aunque siempre nos quedaran los tribunales de justicia
que amparen nuestra propuesta disidente y nuestro legítimo derecho
a la libertad de expresión, de manifestación y reunión. Aunque
convendría no fiarse demasiado.
Pero centrándonos en este último 20-N, dos datos convendría que extrajésemos.
Dos datos que, aun separados hasta el punto de llevar títulos
diferentes, se concatenan entre sí favoreciendo el mismo objetivo:
nuestra eliminación política, incluso física del panorama político.
Van decididamente a por nosotros
En cuanto al primero, es absolutamente evidente que este 20-N se ha
querido reventar dentro del clima de violencia que los llamados anti-fascistas
han querido provocar, no tanto por la muerte del joven asesinado por
un "desquiciado" que no formaba parte de ninguna de las
organizaciones denominadas de extrema derecha, cuanto por el
objetivo que todos los años ponen como propósito, pero que este año
ha podido ser aprovechado por parte de las autoridades para pedir de
inmediato nuestra ilegalización, a la cabeza ese tal Zaplana al que
muchos de nosotros votarán en las próximas elecciones; el mismo
individuo acusado de beneficiarse ilícitamente de su posición política
para hacerse con un buen patrimonio. Una ilegalización que saben
pueden hacer, aunque vulnere la legalidad del Estado de Derecho,
porque saben de nuestra capacidad de desunión.
Y así, y en este contexto, toda la información que los medios han
ofrecido a la ciudadanía, ha sido hacerles ver que ambos grupos tenían
mucho en común, aspecto que ha quedado reflejado tanto en palabras
como en imágenes a través de la superposición que de tal objetivo
han hecho. Como si nosotros tuviéramos que ver con los del
"Movimiento contra la Intolerancia" en Madrid, la kale
borroka en Vascongadas y los "jóvenes radicales de
ERC" en Cataluña. Una pandilla de guarros, de gamberros y
delincuentes que no dudan en portar cuchillos y atacar con todo tipo
de material violento a la policía, aunque en realidad sean jóvenes
dirigidos por los verdaderos responsables de la algarada, los
autores intelectuales, que se aprovechan del cada vez mayor número
de jóvenes desarraigados moral, familiar, cultural y laboralmente.
Unos jóvenes españoles a quienes no se ofrece más garantía de
futuro que competir por un salario de mierda con toda la invasión
extranjera que soportamos, y a los que se anestesia de alcohol y de
todo tipo de estupefacientes. No en vano estamos a la cabeza del
mundo en ambas lacras en lo que respecta a nuestra juventud.
Sustituyendo las alarmas de peligro por las trompetas triunfales
Por lo que respecta al segundo aspecto de la cuestión, este último
20-N, y como viene siendo habitual desde hace años, nos ha vuelto a
dejar una triste sensación de orfandad, pues las llamadas fuerzas
nacionales han vuelto a expresarse desunidas, aunque monocordes en
su discurso de salvación nacional. Pues, dirigidas por cabezas
de ratones, son incapaces intelectual, moral e incluso estratégicamente
de ponerse de acuerdo si quiera en un plan de mínimos. Y tanta es
la desunión y la antipatía que se profesan, que les importa un
bledo darles bazas al sistema, incluso para que se cachondee, con
tal de no compartir el mismo cartel o la misma tribuna.
Aunque el verdadero problema sea la sobre-dimensión numérica de
secretarios y la falta de un líder...
Y es que resulta patético que no se halla llegado a ese mínimo a través
si quiera de una especie de Federación o Plataforma. Una Plataforma
constituida por tres ideas fundamentales que todos deberíamos
compartir. En primer lugar, la idea de civilización
cristiana que constituye nuestra raíz cultural y social, y que
implica necesariamente, y antes que nada por una cuestión de fe,
conformar todo el sistema político conforme a la idea cristiana del
hombre y de la sociedad; porque toda la Historia es historia de
Salvación. En segundo lugar, la idea de la unidad de España,
irredenta en el anhelo de Gibraltar, Patria común e indivisible,
que nos legaron nuestros antepasados y que debemos legar a las
futuras generaciones de españoles; sin menoscabo de admitir y
potenciar la rica multiplicidad de sus regiones, a las que el Estado
debe conferir personalidad jurídica práctica. En tercer lugar, la
idea de una economía social de mercado al servicio de las
necesidades de la nación y de sus ciudadanos. Y todo ello, sobre la
idea de la Unión de las Patrias de Europa, de esa Europa que se nos
niega, pero que sigue portando, como gran signo mariano, su bandera
azul y sus doce estrellas.
De nosotros depende, pues, que podamos celebrar el próximo 20-N no en
una iglesia encerrados, sino con la significación y dignidad que
sin duda la fecha merece. De ahí que sea la hora ineludible de
ponerse a trabajar por nosotros y por los españoles. Pero, ¡ojo!
Siempre con la prudencia de saber que vienen a por nosotros... Por
tanto, como estrategia, toda la prudencia, toda la legalidad y toda
la astucia al servicio de la causa.
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