"Crepúsculo", una película
que en Estados Unidos ha conseguido mayor recaudación que el mismísimo
"Agente 007", sin duda todo un record, nos muestra el
arquito del mito que se ha querido subliminalmente trasmitir. Pese a
que dicho arquetipo se encuentre dentro de unos registros
alternativamente ambiguos, difuminados por sucesivas significaciones
y lecturas: políticas, sociales y morales. Aunque subliminalmente
como símbolo resistente del cristianismo.
Adaptada
de una novela, "Crepúsculo" pertenece a ese modelo de película
diseñada para satisfacer a su público potencial, introducir a los
incautos y excluir a los iniciados. Y es que, lo que nos importa
reseñar, es lo que subyace como mensaje, que no es otro que la
seducción por el mundo de las tinieblas, con toda su carga
de significado y significante, en contraposición con el mundo de la
luz. Por eso la película, lejos de quedarse en una
aparente ficción de entretenimiento, tiene una clara
intencionalidad de consideración cognoscitiva.
La
película, que no pasará a la historia del cine, se mueva en las
texturas del Mal, aunque convenientemente vaciado de todo componente
transgresor que lo delate. Que es, precisamente, donde radica su
mayor peligro. Peligro que se concreta en el binomio entre la
inmortalidad desde el Infierno o la muerte física para compartir
con Cristo la Gloria de la Resurrección.
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