Son los verdaderos nostálgicos de Franco. Y
florecen por todos lados. No pueden vivir sin él, sin insultarle un
poco todos los días, sin calumniarle, sin regodearse en la mentira
y en lo más ruin. Son aquellos que no tienen edad para ser coetáneos
suyos y quieren “luchar” contra él ahora, cuando no tienen
rival, cuando los que podrían defenderlo ya han muerto o tienen
muchos años y muchas dolencias y achaques encima. Cuando los que
deberían defenderlo tienen la bajeza moral de mirar para otro lado
porque no es políticamente correcto, porque les podría perjudicar
profesionalmente o porque quieren olvidar los beneficios y posición
social que alcanzaron sus padres y abuelos durante el Régimen
“anterior”. Son los que retrató José Antonio certeramente en
“La hora de los enanos”, aunque pensamos que, a veces, se quedó
corto.
Que haya
antifranquistas en nuestros días, cuando ya han pasado más de
treinta años de la muerte del Caudillo resulta, cuanto menos,
chocante. No existe otro personaje en la historia reciente de España
que concite tanto interés como Franco. No hay anti-Pablo Iglesias,
ni anti-Azaña, ni anti nada. Solo anti-Franco. Los socialistas o
los comunistas no se pelean ni sufren escisiones por culpa de
discusiones y enfrentamientos sobre sus personajes de antaño. Los
liberales, los socialdemócratas, las demás ideologías, tampoco.
En cambio los falangistas o los tradicionalistas, cada vez que parecía
que iban a empezar a despuntar, salía a relucir el tema
“Franco”, y comenzaban las disputas y las divisiones. Entraba
ese veneno, junto al personalismo de sus dirigentes, alentado desde
fuera y con aviesas intenciones, casi siempre, y se producía el
enfrentamiento y la inevitable ruptura y abandono, por aburrimiento,
de muchos valiosos elementos.
El sistema lo sabe,
y por eso no nos debe extrañar que cada vez que hay unas elecciones
aparezca este tema renovado una y otra vez. Y sospechamos que este
sistema financia generosamente a muchos de esos antifranquistas de
profesión para que hagan ese trabajo tan sucio y tan artero, para
que satanicen a Franco como ya se satanizó a otros personajes de la
Historia para beneficio del “pensamiento único globalizado”…
Lo peor de todo es
que estos antifranquistas sin Franco, estos “revolucionarios” de
artículo, libro, comida, reunión o salón, luego ellos mismos, no
se consideran ya, por ejemplo, falangistas. Van a las reuniones a
poner “pingando” a Franco, a gritar “¡No ha venido!” con
ningún estilo cuando se le invoca, negándole el ¡Presente!
Tergiversan, cuentan lo malo que fue, que por su culpa no se realizó
el nacionalsindicalismo y que por eso está así de mal la Falange.
Ellos son muy buenos y muy listos… Se sienten así más
“modernos”, más “progres” y más admirados. Pero eso sí,
si les preguntas su militancia, muchos de ellos te dicen que NO son
falangistas, como mucho que son o fueron joseantonianos o ni eso. Y
luego votan a la derecha liberal y se quedan tan panchos. O al PSOE,
o a Rosa Díez. Pero eso sí, son antifranquistas. De profesión:
Antifranquista.
Los de mi generación,
muchos de los cuales no hemos cumplido aún los 20 años, vemos,
aunque a algunos les parezca mentira, muy, pero que muy lejana la
figura del Generalísimo, como era denominado. La vemos tan lejana
como a Alfonso XIII, Carlos III o Felipe II, sí Felipe II. Es
cierto: nos parecen figuras que deben ser estudiadas desde el punto
de vista histórico, de forma rigurosa y seria, y que no deberían
provocar las fobias que algunos llevan por bandera, triste y
bochornosa donde las haya.
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