Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Siguiendo el hilo
conductor del razonamiento de José Antonio ("la Monarquía
es una institución gloriosamente fenecida"), yo también
expreso hoy ese juicio de valor, constatación evidente del estado
de postergación al que ha llegado la Monarquía en Europa. Cuyos
dignatarios, prácticamente todos ellos descendientes del corso,
han perdido su misma razón de ser.
Mi padre era monárquico por convicción, por concepto, de ahí su
militancia en Legitimismo, del que formó parte como combatiente
voluntario en los Tercios del Requeté durante nuestra gloriosa y
heroica Guerra de Liberación Nacional. Y hasta casi estuvo a punto
de formar en la Secretaría Política del Pretendiente, si no
llega a ser porque bajando las escaleras de Hermanos Bécquer 6 se
dio cuenta que tanto el padre como el hijo eran una farsa. Mi abuela
Servanda era monárquica por sentimientos, casi por devoción a don
Alfonso XIII y después a don Jaime, que hasta que Franco decidió
al Sucesor le consideró el legítimo heredero de su padre, aunque
"no pudiese hablara por teléfono", pues, como decía mi
abuela, "ni falta que le hacia". Crecí, pues, entre estos
dos sentimientos, y aunque sin salirme del guión, lo hice un poco a
mi aire. Pues, más que por otra cosa, yo fui monárquico por
distinción, algo así como por estética, qué es, sin duda, otra
forma de serlo. Pero sobre todo y ante todo, siempre joseantonianista.
Lo que jamás he considerado una traición a mi bautismo carlista en
Montejurrra cuando tenia 9 años, porque siendo José Antonio un
pensador clásico, siempre le consideré el último gran pensador
tradicionalista.
|
|
Con un presupuesto anual, según la última partida, de 15 millones de
euros anuales, y creciendo, nuestra Monarquía es la tercera en
presupuesto de Europa, después de la de Inglaterra con 44 millones
y Noruega con 20, pese a lo que se nos quiera hacer creer. Pues, si
la nuestra no recibe, como otras, una asignación para el
sostenimiento de sus palacios y mansiones, es sencillamente porque
tales bienes inmuebles, pese a no ser patrimonio de la Familia Real,
sí son de su exclusivo uso y disfrute. Y hasta llegado el caso, de
su venta, como nos demostró don Juan, el padre del Rey.
Sin embargo, con ser estas partidas muy elevadas. Ninguna República
llega a ese derroche. Lo verdaderamente escandaloso es el grado de
opacidad en el que se registran los dineros de las personas que
ostentan las coronas y los cetros de Europa. Pues, al margen del
erario público vía impuestos con el que sufragan sus gastos y sus
caprichos, todos ellos, sin excepción, tienen participaciones
millonarias en negocios, bien como accionistas, bien como
consejeros. Y así, por ejemplo, la Reina de Inglaterra recibe unos
30 millones de euros anuales por ingresos en concepto de alquileres
o de subsidios agrícolas de Bruselas. O Alberto II de Bélgica,
cuya vida siempre fue una auténtico escándalo, tiene a sus hijos
colocados como senadores vitalicios del Estado, gozando de paga e
inmunidad perpetua. Sin obviar a la Reina de Holanda, cuyos gastos
personales anuales ascienden a 20 millones euros, al margen de
poseer el 5% de participación en Shell, la petrolera
angloholandesa, que es una de sus mayores fuentes de ingresos. Por
no citar a Su Alteza Serenísima, Alberto II, un chico en
nada diferente a cualquier otro, pongamos del barrio de Chueca,
propietario de todo lo que se mueve entre esas cuatro calles, que
es, lo que realmente es Mónaco: cuatro calles que hace siglos tomó
un pirata al asalto. Y todo este fabuloso e incalculable estipendio,
unido a la protección que tienen todos ellos y sus familias ante la
justicia vía inmunidad. Situación que evidencia el estado de
Derecho que dicen defender y consagrar con sus coronas.
A tenor de lo dicho... ¿Quién puede seguir sosteniendo, salvo que sea
rey, reina, príncipe o familia afín, que la Monarquía es igual de
gravosa y democrática a la República? Aunque nada de esto se
solucionará mientras los pueblos sigan manteniendo este surrealista
y esperpéntica teatro. Mientras no se tome conciencia, mientras no
se sea capaz de considerar que ni las predicas de Fin de Año ni la campechanería
justifican un Trono. Y mucho menos el de España, a tenor de cómo
está la situación.
Dijo José Antonio que la Monarquía era "una institución
gloriosamente fenecida". Que es, sin duda, la más leal,
elegante y hasta exacta definición del devenir político de la
Institución secular y tradicional de España, y hasta de Europa.
Pero yo creo que a estas alturas, pese a su elegancia y precisión
conceptual en todo, él también hubiese omitido lo de
"gloriosamente".
INICIO
|