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Actualizada: 26 de Mayo de 2.008.  

 
 
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De los orígenes de la Institución, al Baile de la Rosa ...


periplo histórico de una institución fenecida.


Por Pablo Gasco de la Rocha.


Siguiendo el hilo conductor del razonamiento de José Antonio ("la Monarquía es una institución gloriosamente fenecida"), yo también expreso hoy ese juicio de valor, constatación evidente del estado de postergación al que ha llegado la Monarquía en Europa. Cuyos dignatarios, prácticamente todos ellos descendientes del corso, han perdido su misma razón de ser.

Mi padre era monárquico por convicción, por concepto, de ahí su militancia en Legitimismo, del que formó parte como combatiente voluntario en los Tercios del Requeté durante nuestra gloriosa y heroica Guerra de Liberación Nacional. Y hasta casi estuvo a punto de formar en la Secretaría Política del Pretendiente, si no llega a ser porque bajando las escaleras de Hermanos Bécquer 6 se dio cuenta que tanto el padre como el hijo eran una farsa. Mi abuela Servanda era monárquica por sentimientos, casi por devoción a don Alfonso XIII y después a don Jaime, que hasta que Franco decidió al Sucesor le consideró el legítimo heredero de su padre, aunque "no pudiese hablara por teléfono", pues, como decía mi abuela, "ni falta que le hacia". Crecí, pues, entre estos dos sentimientos, y aunque sin salirme del guión, lo hice un poco a mi aire. Pues, más que por otra cosa, yo fui monárquico por distinción, algo así como por estética, qué es, sin duda, otra forma de serlo. Pero sobre todo y ante todo, siempre joseantonianista. Lo que jamás he considerado una traición a mi bautismo carlista en Montejurrra cuando tenia 9 años, porque siendo José Antonio un pensador clásico, siempre le consideré el último gran pensador tradicionalista.    

Con un presupuesto anual, según la última partida, de 15 millones de euros anuales, y creciendo, nuestra Monarquía es la tercera en presupuesto de Europa, después de la de Inglaterra con 44 millones y Noruega con 20, pese a lo que se nos quiera hacer creer. Pues, si la nuestra no recibe, como otras, una asignación para el sostenimiento de sus palacios y mansiones, es sencillamente porque tales bienes inmuebles, pese a no ser patrimonio de la Familia Real, sí son de su exclusivo uso y disfrute. Y hasta llegado el caso, de su venta, como nos demostró don Juan, el padre del Rey.      

Sin embargo, con ser estas partidas muy elevadas. Ninguna República llega a ese derroche. Lo verdaderamente escandaloso es el grado de opacidad en el que se registran los dineros de las personas que ostentan las coronas y los cetros de Europa. Pues, al margen del erario público vía impuestos con el que sufragan sus gastos y sus caprichos, todos ellos, sin excepción, tienen participaciones millonarias en negocios, bien como accionistas, bien como consejeros. Y así, por ejemplo, la Reina de Inglaterra recibe unos 30 millones de euros anuales por ingresos en concepto de alquileres o de subsidios agrícolas de Bruselas. O Alberto II de Bélgica, cuya vida siempre fue una auténtico escándalo, tiene a sus hijos colocados como senadores vitalicios del Estado, gozando de paga e inmunidad perpetua. Sin obviar a la Reina de Holanda, cuyos gastos personales anuales ascienden a 20 millones euros, al margen de poseer el 5% de participación en Shell, la petrolera angloholandesa, que es una de sus mayores fuentes de ingresos. Por no citar a Su Alteza Serenísima, Alberto II, un chico en nada diferente a cualquier otro, pongamos del barrio de Chueca, propietario de todo lo que se mueve entre esas cuatro calles, que es, lo que realmente es Mónaco: cuatro calles que hace siglos tomó un pirata al asalto. Y todo este fabuloso e incalculable estipendio, unido a la protección que tienen todos ellos y sus familias ante la justicia vía inmunidad. Situación que evidencia el estado de Derecho que dicen defender y consagrar con sus coronas.  

A tenor de lo dicho... ¿Quién puede seguir sosteniendo, salvo que sea rey, reina, príncipe o familia afín, que la Monarquía es igual de gravosa y democrática a la República? Aunque nada de esto se solucionará mientras los pueblos sigan manteniendo este surrealista y esperpéntica teatro. Mientras no se tome conciencia, mientras no se sea capaz de considerar que ni las predicas de Fin de Año ni la campechanería  justifican un Trono. Y mucho menos el de España, a tenor de cómo está la situación.

Dijo José Antonio que la Monarquía era "una institución gloriosamente fenecida". Que es, sin duda, la más leal, elegante y hasta exacta definición del devenir político de la Institución secular y tradicional de España, y hasta de Europa. Pero yo creo que a estas alturas, pese a su elegancia y precisión conceptual en todo, él también hubiese omitido lo de "gloriosamente".  


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La poesía de Fa
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