Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Cuando tras cuatro décadas,
sin duda de las más gloriosas de España, la Verdad dejó de ser
una categoría de razón, para pasar a ser una decisión de
voluntad, volvió a surgir el Estado liberal que consagra el
simulacro de democracia, la partidocracia, amparada por la
Constitución de 1978. Una constitución que se define por
proposiciones demasiado generales, palabras mal definidas y
suposiciones gratuitas.
El Estado liberal, que es por principios a-confesional, despoja a la
sociedad del bien de la Verdad revelada, circunscribiéndola al ámbito
privado, porque quienes dictan las leyes son las mayorías
parlamentarias. De ahí, pues, que quienes hoy protestan por las
leyes contra la moral del Gobierno de Zp y al mismo tiempo defienden
el sistema, sean, en el mejor de los casos, unos hipócritas.
La reforma legislativa que plantea el Gobierno socialista para alcanzar
la laicidad, entiendo que es la prueba de la coherencia del PSOE y
de las izquierdas que le apoyan e incitan. Porque tal reforma se
hace, no lo perdamos de vista del análisis crítico al sistema,
conforme a lo que es práctica legitima en el sistema liberal:
respetando las vías legales y apoyada por una mayoría
parlamentaria.
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Sin embargo, quienes todavía creen, a pesar de todo y de tanto, en el
PP como alternativa al PSOE, y no sólo como opción de Gobierno
para una o varias legislaturas, obvian que su patrimonio moral está
conformado por parecidos valores a los de la izquierda; valores que
trivializan las verdades esenciales de lo humano. Pues uno y otro
partido, PSOE y PP, creen en una moral de intenciones, a la medida
del modo de pensar de hoy: "Si ganamos las próximas
elecciones, la ley del divorcio y del aborto seguirán como están",
han dicho recientemente desde la dirección del PP.
Por eso, frente a la coherencia de unos, sobresale la hipocresía de los
otros, que sobre la apariencia, una impedimenta que le es necesario
llevar, de defender los valores cristianos, caen en la contradicción
manifiesta de no darse cuenta, que el cristianismo, como les ocurre
a las otras dos grandes religiones, judaísmo e islamismo, implica
una ética tan claramente definida que excluye la duda o la
interpretación subjetiva.
¿Qué esperan, pues, los que votan como mal menor al PP? Acaso la
supresión de la Ley del Aborto, la de las Parejas Homosexuales, la
de Adopción, el divorcio Express, la regeneración moral de la
sociedad...
Desde este análisis sucinto, y a vuelapluma de los acontecimientos,
sorprende también, y no quiero dejarlo a un lado, las recientes
declaraciones que con motivo del setenta cumpleaños del Rey hizo el
Cardenal Cañizares (ver Suplemento Especial en La Razón) Unas
declaraciones que a muchos nos han sorprendido, pues si hay algo que
define el reinado de don Juan Carlos de Borbón es la doble ruptura
ética y religiosa en la sociedad española. Una ruptura que desde
todas las instancias de poder se ha presentado como una liberación.
Por eso, toda ponderación que se haga de estos treinta años será
cuanto menos interesada, pues es evidente que la sociedad española
ha perdido no sólo el asidero esencial para adaptarse a la
existencia, sino un criterio para valorar la conducta propia y las
ajenas. Y para muestra, ahí tenemos a nuestros jóvenes,
desmoralizados y huérfanos de quienes deberían situarles.
Y es que, frente a lo que se ha venido pensando, el descenso de la
confesionalidad del Estado ha quebrado la más profunda y firme de
las vinculaciones de la conciencia individual a una moral concreta,
estable y compartida: el cristianismo.
Se queja la derecha y con ella sus foros, se queja la Jerarquía de la
Iglesia Católica, se quejan muchos demócratas asustados, pero lo
único que se les puede decir, es que cada palo aguante su vela.
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