Se queja el PP y sus "foros", se queja la Jerarquía de la Iglesia Católica, se quejan muchos demócratas asustados, pero, qué podemos decirles nosotros, los "apestados"...


Por Pablo Gasco de la Rocha. 25/01/2008.  


Cuando tras cuatro décadas, sin duda de las más gloriosas de España, la Verdad dejó de ser una categoría de razón, para pasar a ser una decisión de voluntad, volvió a surgir el Estado liberal que consagra el simulacro de democracia, la partidocracia, amparada por la Constitución de 1978. Una constitución que se define por proposiciones demasiado generales, palabras mal definidas y suposiciones gratuitas.

El Estado liberal, que es por principios a-confesional, despoja a la sociedad del bien de la Verdad revelada, circunscribiéndola al ámbito privado, porque quienes dictan las leyes son las mayorías parlamentarias. De ahí, pues, que quienes hoy protestan por las leyes contra la moral del Gobierno de Zp y al mismo tiempo defienden el sistema, sean, en el mejor de los casos, unos hipócritas.

La reforma legislativa que plantea el Gobierno socialista para alcanzar la laicidad, entiendo que es la prueba de la coherencia del PSOE y de las izquierdas que le apoyan e incitan. Porque tal reforma se hace, no lo perdamos de vista del análisis crítico al sistema, conforme a lo que es práctica legitima en el sistema liberal: respetando las vías legales y apoyada por una mayoría parlamentaria.

Sin embargo, quienes todavía creen, a pesar de todo y de tanto, en el PP como alternativa al PSOE, y no sólo como opción de Gobierno para una o varias legislaturas, obvian que su patrimonio moral está conformado por parecidos valores a los de la izquierda; valores que trivializan las verdades esenciales de lo humano. Pues uno y otro partido, PSOE y PP, creen en una moral de intenciones, a la medida del modo de pensar de hoy: "Si ganamos las próximas elecciones, la ley del divorcio y del aborto seguirán como están", han dicho recientemente desde la dirección del PP.

Por eso, frente a la coherencia de unos, sobresale la hipocresía de los otros, que sobre la apariencia, una impedimenta que le es necesario llevar, de defender los valores cristianos, caen en la contradicción manifiesta de no darse cuenta, que el cristianismo, como les ocurre a las otras dos grandes religiones, judaísmo e islamismo, implica una ética tan claramente definida que excluye la duda o la interpretación subjetiva.

¿Qué esperan, pues, los que votan como mal menor al PP? Acaso la supresión de la Ley del Aborto, la de las Parejas Homosexuales, la de Adopción, el divorcio Express, la regeneración moral de la sociedad...

Desde este análisis sucinto, y a vuelapluma de los acontecimientos, sorprende también, y no quiero dejarlo a un lado, las recientes declaraciones que con motivo del setenta cumpleaños del Rey hizo el Cardenal Cañizares (ver Suplemento Especial en La Razón) Unas declaraciones que a muchos nos han sorprendido, pues si hay algo que define el reinado de don Juan Carlos de Borbón es la doble ruptura ética y religiosa en la sociedad española. Una ruptura que desde todas las instancias de poder se ha presentado como una liberación. Por eso, toda ponderación que se haga de estos treinta años será cuanto menos interesada, pues es evidente que la sociedad española ha perdido no sólo el asidero esencial para adaptarse a la existencia, sino un criterio para valorar la conducta propia y las ajenas. Y para muestra, ahí tenemos a nuestros jóvenes, desmoralizados y huérfanos de quienes deberían situarles.

Y es que, frente a lo que se ha venido pensando, el descenso de la confesionalidad del Estado ha quebrado la más profunda y firme de las vinculaciones de la conciencia individual a una moral concreta, estable y compartida: el cristianismo.

Se queja la derecha y con ella sus foros, se queja la Jerarquía de la Iglesia Católica, se quejan muchos demócratas asustados, pero lo único que se les puede decir, es que cada palo aguante su vela.


 

Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com