Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Ciertamente que lo que planteas es una realidad. Una realidad que, al
menos yo, no espero pueda cambiar, y ello, por una sencilla razón,
no existen dirigentes. Pues quienes se han aupado en las diferentes
organizaciones son simples gestores, guardias jurados, notarios de
un tiempo que se fue, con mayor o menor capacidad intelectual,
cultural, moral y hasta estética. Pero simples gestores.
Con todo, la incapacidad la incapacidad de tales gestores es
la clave de la imposibilidad de haber llegado a un
mínimo acuerdo, siquiera como plataforma electoral. Siendo el caso
más sangrante la situación de la Falange, dividida en diferentes
grupos irreconciliables, cada uno con su pequeño local y sus
pequeños eventos. Lo que no quiere decir, ni mucho menos, y antes
al contrario, que no se sigan repartiendo medallitas de latón por
servicios prestados, pues esto parece que es lo único que han
querido conservar del pasado.
Cenas, reuniones, proclamas, eventos, más cenas y comidas, medallas,
diplomas, entonación de himnos sagrados en lugares improcedentes,
estupidez, bravuconadas, alardes, vaqueros, pelos largos entre los
varones, mini-mini faldas entre las mujeres, cenas, eventos,
diplomas, medallitas... Y así transcurre la acción política de
quienes dicen estar dispuestos a salvar a España.
¡Patético!
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Por otra parte, estimada Pituca, tampoco la base parece que esté muy
formada, pues, a nada que te fijes un poco, comprobarás que es el
fútbol lo que mueve a la gran mayoría. Y ahí tenemos a tantos y
tantos jóvenes patriotas alabando a un equipo nacional lleno
de extranjeros y poco menos que tratados los nuevos héroes
nacionales.
No hay, estimada Pituca, concienciación nacional. Se habla y se
critica, pero luego se hace lo contrario de lo que se dicen pensar y
sentir. Y así, los sábados se cena en cualquier Vip´s, pese a que
todo el personal sea extranjero. Pero es igual, porque cuando se
esté alcoholizado se empezará a despotricar sobre la invasión que
padecemos, y tal actitud, incluso hasta extremos ciertamente
desproporcionados. Pues debes saber también, que los españoles nos
hemos hecho muy vagos.
Somos, estimada Pituca, un país en fase de descomposición, que cansado
de seguir existiendo, ha decidido suicidarse. Y hasta tal punto es
así, que de aquí a menos tiempo del que pensamos, España se
habrá convertido en un lugar, sitio o espacio de paso. Algo así
como un lugar de fronteras. Una especie de territorio dividido en
subdivisiones territoriales cada una de ellas al mando de un virrey,
y todas ellas representadas por Felipe de Borbón. Un alter ego
de los dirigentes internacionales, que verán a España como lugar
de experimentación. Un territorio dominado por la concupiscencia
lasciva y el mercado único, puerto franco de toda suerte de
mercancías, y repleto de individuos de toda etnia,
cultura, color y religión.
Y es que, a poco que se conozca un poco la historia de nuestra gran
Patria, comprobamos que sólo ha sido grande bajo la sombra de la
Cruz de Cristo y el suave viento del ondear de su bandera. De ahí,
estimada amiga, que hayamos necesitado siempre de una espada y un
báculo. Algo que supo aunar en una misma persona nuestro Caudillo
Francisco Franco, que junto a los Reyes Católicos, Carlos I y
Felipe II ha sido el único dirigente nacional de destacar.
¿Qué se puede hacer? Verás, yo pienso que nos encontramos en un
tiempo que no es necesariamente peor, es sencillamente distinto,
pues la vida es cambio y fluye. Pero que es consecuencia directa de
lo que hemos venido haciendo entre todos. En definitiva, de la
traición que hemos hecho de nuestra dimensión de hijos de Dios. Y
en este tiempo, nuestra máxima preocupación debería ser nuestra
dimensión espiritual como individuos, como miembros de una
colectividad nacional y continental, y como ciudadanos de un mundo
cada vez más globalizado. Por eso, conscientes de que Venimos de
Él y que a Él volveremos, lo importante es tener
paciencia y fe. Y esta realidad, invadida por el Absoluto, por Dios,
debe servirnos no sólo para flexibilizar nuestros esquemas, sino
para relativizar los elementos del camino, aprovechándolos,
corrigiéndolos o rechazándolos para ayudar a todos. Pues todo
tiempo, es tiempo de Dios.
Debemos de preocuparos mucho, particularmente, por aquellos cambios
culturales inducidos que afectan al hombre directamente en el
corazón de su ser. En lo que es, lo que puede ser o no puede ser; o
no deber ser, y lo que pretende ser; al ser humano al que las
ideologías en juego le ofrecen todo tipo de mercancías.
Comprometiéndose en la hondura de tal análisis, que no sólo debe
afectar a la critica que hagamos, sino determinantemente al núcleo
mismo de quien lo dicta. Tenemos, Pituca, ¿dirigentes capaces de
asumir este reto?
Sin embargo, está es nuestra tarea y la misión del futuro dirigente,
conducir al hombre, a través del laberinto de proyectos del hombre,
porque cada vez se nota más que el centro de poder ya no se
encuentra en Europa, y el mundo cada vez está más cerca de perder
la marca occidental. Hay, pues, un desplazamiento significativo de
los centros de gravedad del planeta. Este problema vital del cambio
se nos presenta todos los días, tanto en nuestra vida individual,
como colectiva. No podemos regirlo. Y las consecuencias afectan
profundamente a planteamientos de vida.
La unidad y la lucha política, por tanto, tendrán que ser afrontadas
asumiendo la disparidad, y con arreglo a tres reglas: 1) Tenemos que
comprender los problemas que se nos plantean no sólo en el ámbito
nacional o continental, sino mundial, conociéndolos a fondo y
replanteándonos esquemas. 2) Recibiendo el shock en esa cercanía,
viviremos despiertos, capaces de ventear los cambios galopantes. 3)
Y midiéndonos siempre por el Evangelio de Jesús para discerniendo
lo humano de lo deshumanizador.
Desde esta reflexión, pues, de nosotros depende enderezar en el tiempo
lo torcido. De ahí la importancia de avizorar de dónde vienen y
adonde llevan los tumbos de una sociedad, como la del comienzo de
este nuevo milenio. Cuyo análisis debería ser nuestra ocupación
fundamental para pisar con seguridad. Sólo así la unidad y la
lucha política tendrán algún sentido, si no serán simples
maniobras de despiste elaboradas alrededor de una mesa de taberna en
una tarde de verano.
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