Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Manuel Azaña que era masón del Gran Oriente
Español (con sede en Madrid, calle El Príncipe), tuvo la sensación,
y así lo confesó varias veces a lo largo de su vida, de haber
llegado tarde a todo, convirtiéndose en los últimos años, en un
ser acomplejado moral e intelectualmente, pues sin duda reconoció
su fracaso. Un fracaso que no sólo se circunscribía a la parcela
política, con toda la importancia que ello tendría para su
persona, sino que, traspasándola ampliamente, se concreta a todo su
ser. Incluso a su condición más íntima, pues, se sepa o no, Azaña
fue un acomplejado e irredento homosexual, condición que nunca
aceptó.
Dos
hechos marcan este fracaso. En primer lugar, lo que escribe desde el
exilio dorado de Méjico referente al régimen del que fue
presidente y máximo valedor, la II República española. Y, en
segundo lugar, su abjuración de su condición de masón, pidiendo
en la hora de la muerte un sacerdote, y un sacerdote español.
Circunstancia ésta que tanto hacia llorar a mi tía Consuelo, una
ferviente señora de sacristía, hasta el punto de tener de cuerpo
presente a este tal Manuel Azaña en todas sus oraciones.
Manifiesto
fracaso de quien es considerado como la figura política clave de la
mitad del siglo XX español, y uno de los políticos más singulares
y luminosos de la Historia de España. Un simple activista, ególatra,
y acomplejado por su fealdad y su condición sexual, un resentido,
un déspota y, finalmente, el hazme-reír de todo la izquierda
marxista española e internacional. Aspecto éste que nunca pudo
olvidar.
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Pues
bien, sobre la idea que de la nación española tuvo Azaña, se
viene construyendo España desde la época en que gobernó la
primera Z que se declaro discípulo tardío del malogrado político, José María
Aznar... El mismo que hoy escribe al joven Santiago. El que nos
advirtió a los franquistas, que "con él lo pasaríamos
peor que con "Mister X" (Felipe González para los
olvidadizos). El que acabó con el servicio militar obligatorio, la
mili a la que hoy se quiere volver. El que pactó con el PNV, cómplice
siempre de ETA. El que negoció con ETA y con los GRAPOS una
"salida" honrosa para sus asesinos. El que no abolió la
ley del Aborto. El que desmembró todo el tejido industrial del
Estado para entregárselo al mejor postor. El que comenzó a crear
el problema de la inmigración, no articulando ninguna ley que
pusiera freno a lo que ya era una invasión. Y, finalmente, el que
nos metió en una guerra sin sentido, amoral, ilegal e ilícita,
pero que hoy, melena al viento y siguiendo trabajando en ello,
esto es, en la simulación, escribe al joven Santiago.
En
cuanto a la segunda Z,
José Luís Rodríguez Zapatero, no tiene otro propósito que
conseguir la España que el malogrado político que fue Azaña no
pudo realizar: republicana, pacifista, laicista y desmembrada.
Por eso, el momento más esperado será el que
entronice la tercera Z de
este imaginario colectivo que es España, me refiero al tiempo en
que finalmente don Juan Carlos abdique en su hijo casado con doña
LetiZia Ortiz (una chica de clase baja, divorciada, atea,
republicana y de ideas izquierdistas), y ella, por tanto, se
convierta en la reina de España.
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