Por
Pablo Gasco de la Rocha.
No está en mi ánimo
en estos momentos el hacer un balance de lo que vulgarmente se llama
con absoluta imprecisión intencionada la Guerra Civil; pero de
todos modos, no estaría de más que considerásemos que el
calificativo mártir tiene un alcance mucho mayor y más preciso del
que algunos pretenden darle. Pues, como la misma Doctrina católica
dice en boca de Santo Tomás: "Todo el que defiende la Patria
contra enemigos que la atacan con el intento de acabar con la Fe de
Cristo y en tal defensa padece muerte es mártir de fe". Hecho
histórico que se produjo en nuestra Guerra de Liberación de
1936-39 por la enorme trascendencia espiritual de lo que estuvo en
juego, el propósito de acabar con la Fe en Cristo; una persecución
religiosa comparable, incluso mayor, como ha dicho el señor
Arzobispo, don Antonio Cañizares, a la de Diocleciano, Nerón o
Trajano. Por lo que sí hablamos en puridad de mártires, tendremos
necesariamente que admitir, que mártires fueron todos los caídos
combatientes en el Bando Nacional, y con total exactitud los miles
de seglares que murieron exclusivamente por su fe en circunstancias
semejantes a las de los recientemente beatificados.
Como, por ejemplo, mi tío Luís Valeé, asesinado en Madrid por ir
a Misa y leer el ABC; o los que componían esa "Cruzada selecta
de religiosidad y caridad" en palabras de Monseñor don
Leopoldo Eijo y Garay, Obispo de Madrid, que fue la Cruzada
Antiblasfema: don Manuel Arranz Ayuso, don José Menoyo, don Luís
Cabañas, don Leodegario Herrero y la baronesa de Patraix. Por no
citar a quienes no habiendo sido detenidos por su fe, sino por sus
ideas políticas, dieron testimonio de su fe en Cristo, aunque ello
les perjudicase, muriendo en gracia de Dios y perdonando a quienes
iban a matarles. ¿Saben ya a quién me refiero, no?... A José
Antonio Primo de Rivera.
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Pero centrándonos
en el tema que nos ocupa, la mayor Beatificación de la Historia de
la Iglesia Católica, la pregunta es obligada... ¿Por qué fueron
muertos estos 498 religiosos católicos, entre los que hay que
contar a algunos extranjeros?
Pues, pese a que se omita hacer referencia al tiempo (1936-39), al régimen
(la II República), y hasta a las ideologías y partidos políticos
que pusieron en marcha tan satánico propósito (PCE, PSOE, CNT-FAI)
como fue arrancar de los corazones y de las mentes a Nuestro Señor
Jesucristo, con lo que todo queda en una especie de nebulosa sin
delimitación espacio-temporal, hasta el punto que muchos pueden
pensar que en Roma se celebró la beatificación de 500 mártires
católicos linchados en el 36 por turbas vengadoras que se tomaron
la justicia por su mano, lo cierto es que no sólo los 498, sino
muchos más, y no sólo los sacerdotes, frailes y monjas en los que
el Vaticano se fija, fueron vilmente asesinados, masacrados y
torturados durante la cruel persecución que se desató en España
durante nuestra Guerra de Liberación (1936-39) en el llamado bando
rojo, que no republicano. Una persecución religiosa que obedecía a
un proyecto diseñado de antemano, acabar con la Fe en Cristo. Y
aunque lo que menos tenga que hacer la Iglesia Católica sea
politizar el asunto (como se ha encargado de decir nuestra Jerarquía
por activa y pasiva), porque es evidente que quienes han sido
beatificados no fueron asesinados sólo por simpatizar con tal o
cual ideología, sino por profesar la fe católica, por ser testigos
de Cristo. No es menos cierto que los mártires lo son contra
alguien, aunque ello no les prive, todo lo contrario, de
ser nexo de unión a favor de todos; y en este sentido, son
banderas del Bando Nacional contra el Bando Rojo. Y aquí radica la
naturaleza desafiante del asunto, que se es incapaz de
reconocer y mucho menos de explicitar.
En cuanto a la
belleza de su sacrificio, sus muertes in odium fidei, que hoy
separan, no siempre fue, pues hubo un tiempo en que acabó
propiciando una cosecha de reconciliación de enorme trascendencia
espiritual, gracias a la voluntad que puso en acción un Régimen,
el Régimen de los 40 años de paz y prosperidad que acaudilló el
hombre providencial con el que España se encontró en una de las
encrucijadas más difíciles de su Historia, Francisco Franco
Bahamonde, "la espada más limpia de Occidente". Una
figura excepcional, Franco, que los castrados niños de Alba (nº
150, del 12 al 18 de octubre de 2007) han comparado de forma
explicita, aunque bien es cierto que guardando el orden cronológico
(ellos son así de correctos), con gentuza como Lenin, Stalin, Mao,
Hitler, Che Guevara o Bin Laden. Todo un despropósito en quienes
están aquejados del más endémico de la sociedad española, su
carencia moral e intelectual, a la que éstos añaden su
falta de testosterona y su tufo a vela de sacristía, que no de
Sagrario.
Una época aquella, la de Franco, que tras salvar a la Iglesias Católica
española del exterminio más brutal, y a España, y a Europa, del
Comunismo –propósito que se intento poner en práctica.. "A
Europa hay que tomarla por detrás, por la Península Ibérica",
que dijo Lenin-, consiguió reconciliar a los españoles, pese a lo
que digan los "Pasivos" que, falsificando la Historia y
emponzoñándolo todo, se atreven ha decir, que: "desde la
Transición hemos manifestado constate y claramente nuestro rechazo
a todo signo de gerracivilismo". Que es, curiosidades del
destino, el mismo argumento que estos días expresaba Carrillo (en
la revista del PSOE, Actas), la repugnante "rata de Pontejos"
–como se le conocía durante la época en que ejerció el terror
en Madrid-, el responsable de las matanzas de Paracuellos del Jarama,
Torrejón y otros lugares en el Madrid controlado por la Junta de
Defensa Nacional, verdadero órgano de gobierno en la capital de
España, que presidido por el general Miaja guardaba una característica
común, todos ellos eran de filiación comunista.
De ahí que, pese a
lo que sostengan los "pasivos", y estando como estamos en
el mes en que la Santa Madre Iglesia dedica culto a los fieles
difuntos. Quiero que mi súplica a favor de todas aquellas almas,
los que cayeron en el Bando Nacional, se eleve hacia Él, redundando
en su beneficio. Porque si en la oración no caben distinciones, en
lo que respecta al culto externo que en el mundo se hace, sí se
pueden y deben hacer diferencias. Así, pues, centrémonos en la
memoria de todos cuantos combatientes murieron para gloria de Dios y
en defensa de España durante nuestra Guerra de Liberación,
en quienes se observa un exceso de amor hacia los demás y una
creencia fija, la de ser portadores de la Verdad. Sacrificio que les
hace acreedores de nuestra solidaridad. Y ello, independientemente
de que fueran o no conscientes de la misión trascendental en la que
estuvieron inmersos.
¡ Honor, Gloria y Paz Eterna
a los mártires del Bando Nacional !
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