Los «Pasivos» en torno a los mártires de la última Cruzada.


- A propósito de un artículo de Monseñor don Braulio Rodríguez Plaza (Alfa y Omega, 18-X-2007), de otras declaraciones de la Jerarquía Católica española y del Editorial de Alba (nº 150, del 12 al 18 del 10 de 2007) -


Por Pablo Gasco de la Rocha. 09/11/2007.  


No está en mi ánimo en estos momentos el hacer un balance de lo que vulgarmente se llama con absoluta imprecisión intencionada la Guerra Civil; pero de todos modos, no estaría de más que considerásemos que el calificativo mártir tiene un alcance mucho mayor y más preciso del que algunos pretenden darle. Pues, como la misma Doctrina católica dice en boca de Santo Tomás: "Todo el que defiende la Patria contra enemigos que la atacan con el intento de acabar con la Fe de Cristo y en tal defensa padece muerte es mártir de fe". Hecho histórico que se produjo en nuestra Guerra de Liberación de 1936-39 por la enorme trascendencia espiritual de lo que estuvo en juego, el propósito de acabar con la Fe en Cristo; una persecución religiosa comparable, incluso mayor, como ha dicho el señor Arzobispo, don Antonio Cañizares, a la de Diocleciano, Nerón o Trajano. Por lo que sí hablamos en puridad de mártires, tendremos necesariamente que admitir, que mártires fueron todos los caídos combatientes en el Bando Nacional, y con total exactitud los miles de seglares que murieron exclusivamente por su fe en circunstancias semejantes a las de los recientemente beatificados.   Como, por ejemplo, mi tío Luís Valeé, asesinado en Madrid por ir a Misa y leer el ABC; o los que componían esa "Cruzada selecta de religiosidad y caridad" en palabras de Monseñor don Leopoldo Eijo y Garay, Obispo de Madrid, que fue la Cruzada Antiblasfema: don Manuel Arranz Ayuso, don José Menoyo, don Luís Cabañas, don Leodegario Herrero y la baronesa de Patraix. Por no citar a quienes no habiendo sido detenidos por su fe, sino por sus ideas políticas, dieron testimonio de su fe en Cristo, aunque ello les perjudicase, muriendo en gracia de Dios y perdonando a quienes iban a matarles. ¿Saben ya a quién me refiero, no?... A José Antonio Primo de Rivera.

Pero centrándonos en el tema que nos ocupa, la mayor Beatificación de la Historia de la Iglesia Católica, la pregunta es obligada... ¿Por qué fueron muertos estos 498 religiosos católicos, entre los que hay que contar a algunos extranjeros?

Pues, pese a que se omita hacer referencia al tiempo (1936-39), al régimen (la II República), y hasta a las ideologías y partidos políticos que pusieron en marcha tan satánico propósito (PCE, PSOE, CNT-FAI) como fue arrancar de los corazones y de las mentes a Nuestro Señor Jesucristo, con lo que todo queda en una especie de nebulosa sin delimitación espacio-temporal, hasta el punto que muchos pueden pensar que en Roma se celebró la beatificación de 500 mártires católicos linchados en el 36 por turbas vengadoras que se tomaron la justicia por su mano, lo cierto es que no sólo los 498, sino muchos más, y no sólo los sacerdotes, frailes y monjas en los que el Vaticano se fija, fueron vilmente asesinados, masacrados y torturados durante la cruel persecución que se desató en España durante nuestra Guerra de Liberación (1936-39) en el llamado bando rojo, que no republicano. Una persecución religiosa que obedecía a un proyecto diseñado de antemano, acabar con la Fe en Cristo. Y aunque lo que menos tenga que hacer la Iglesia Católica sea politizar el asunto (como se ha encargado de decir nuestra Jerarquía por activa y pasiva), porque es evidente que quienes han sido beatificados no fueron asesinados sólo por simpatizar con tal o cual ideología, sino por profesar la fe católica, por ser testigos de Cristo. No es menos cierto que los mártires lo son contra alguien, aunque   ello no les prive, todo lo contrario, de  ser nexo de unión a favor de todos; y en este sentido,  son banderas del Bando Nacional contra el Bando Rojo. Y aquí radica la naturaleza desafiante del asunto, que se es incapaz de reconocer   y mucho menos de explicitar. 

En cuanto a la belleza de su sacrificio, sus muertes in odium fidei, que hoy separan, no siempre fue, pues hubo un tiempo en que acabó propiciando una cosecha de reconciliación de enorme trascendencia espiritual, gracias a la voluntad que puso en acción un Régimen, el Régimen de los 40 años de paz y prosperidad que acaudilló el hombre providencial con el que España se encontró en una de las encrucijadas más difíciles de su Historia, Francisco Franco Bahamonde, "la espada más limpia de Occidente". Una figura excepcional, Franco, que los castrados niños de Alba (nº 150, del 12 al 18 de octubre de 2007) han comparado de forma explicita, aunque bien es cierto que guardando el orden cronológico (ellos son así de correctos), con gentuza como Lenin, Stalin, Mao, Hitler, Che Guevara o Bin Laden. Todo un despropósito en quienes están aquejados del más endémico de la sociedad española, su carencia moral e intelectual, a la   que éstos añaden su falta de testosterona y su tufo a vela de sacristía, que no de Sagrario.

Una época aquella, la de Franco, que tras salvar a la Iglesias Católica española del exterminio más brutal, y a España, y a Europa, del Comunismo –propósito que se intento poner en práctica.. "A Europa hay que tomarla por detrás, por la Península Ibérica", que dijo Lenin-, consiguió reconciliar a los españoles, pese a lo que digan los "Pasivos" que, falsificando la Historia y emponzoñándolo todo, se atreven ha decir, que: "desde la Transición hemos manifestado constate y claramente nuestro rechazo a todo signo de gerracivilismo". Que es, curiosidades del destino, el mismo argumento que estos días expresaba Carrillo (en la revista del PSOE, Actas), la repugnante "rata de Pontejos" –como se le conocía durante la época en que ejerció el terror en Madrid-, el responsable de las matanzas de Paracuellos del Jarama, Torrejón y otros lugares en el Madrid controlado por la Junta de Defensa Nacional, verdadero órgano de gobierno en la capital de España, que presidido por el general Miaja guardaba una característica común, todos ellos eran de filiación comunista.

De ahí que, pese a lo que sostengan los "pasivos", y estando como estamos en el mes en que la Santa Madre Iglesia dedica culto a los fieles difuntos. Quiero que mi súplica a favor de todas aquellas almas, los que cayeron en el Bando Nacional, se eleve hacia Él, redundando en su beneficio. Porque si en la oración no caben distinciones, en lo que respecta al culto externo que en el mundo se hace, sí se pueden y deben hacer diferencias. Así, pues, centrémonos en la memoria de todos cuantos combatientes murieron para gloria de Dios y en defensa de España durante nuestra Guerra de Liberación,   en quienes se observa un exceso de amor hacia los demás y una creencia fija, la de ser portadores de la Verdad. Sacrificio que les hace acreedores de nuestra solidaridad. Y ello, independientemente de que fueran o no conscientes de la misión trascendental en la que estuvieron inmersos.

¡ Honor, Gloria y Paz Eterna a los mártires del  Bando Nacional !

 

Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com