Por
Eduardo Palomar Baró.
Como español y por ende catalán, me veo en la
obligación moral de rebatir su lamentable, triste, virulento y
demagógico artículo publicado en La
Vanguardia el 21 de octubre de 2007 titulado “Ladrillo y caudillo” amparado impunemente por los Godó, con
los cuales, por lo visto, goza usted de patente de corso para
injuriar, denostar y atacar arteramente a nuestros compatriotas ya
fallecidos y que por lo tanto no se pueden defender, demostrando una
vez más su arrojo y valentía.
¿En qué tipo de
democracia milita? Sin duda debe pertenecer a la especie tan
extendida desde 1976, denominada ‘demócrata de toda la vida’,
ya que así se demuestra a través de su experiencia maoísta, para
posteriormente actuar como catalanista de militancia dura. Como en
su condición actual de ferviente demócrata debía conocer uno de
sus pilares fundamentales: respetar al que piensa de otro modo, sin
descalificarle.
Normalmente sus
escritos son de índole totalitaria, rezumando odio y revanchismo,
junto a una enfermiza aversión al llamado Régimen anterior, sin
cuyo recuerdo y exhumación no puede vivir. Es su tema habitual
desde que se instauró esa pseudo democracia. Este último panfleto
está plagado de afrentas, insultos, ultrajes, agravios y vejaciones
tributarios de Juzgado de Guardia. No se puede mancillar alegremente
la memoria de los muertos que gozan de la paz eterna, en la cual, me
imagino, no debe creer.
En cuanto a su
procaz desprecio al Monumento del Valle de los Caídos es un
síntoma más de su incultura. Descalifica al arquitecto que
desconoce, Pedro Muguruza Ontañón, uno de los mejores de la época
y no precisamente de los filos del Régimen, y que fue sustituido
poco antes de su fallecimiento, por Diego Méndez González. Sus
epítetos de “artísticamente horrible y éticamente abominable”
confirman su visión esquizoide de las obras de arte.
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Siguiendo con su
vasta cultura denomina “los gallináceos escudos de su España”,
cuando es el águila de San Juan. Deje lo de gallináceo a los que
no tuvieron, como usted, la suficiente gallardía para haber
exteriorizado estas ‘opiniones’ antes de la transición.
No contento con tantas descalificaciones sociales,
políticas, arquitectónicas y religiosas, pretende convertir la
Basílica en una plaza de toros. Igual ha estado inspirado por
algún pueblo de la provincia de Huesca reconstruido por CC.OO.,
donde las iglesias las han convertido en discotecas. Una muestra
cultural de los demócratas candidatos al Premio Nobel.
Calificar de
lóbrego y muermo a un preclaro e inmáculo marino español como el
Almirante Luis Carrero Blanco, vilmente asesinado por etarras y
otros cómplices, para dinamitar el Régimen del 18 de Julio. No
tiene dignidad ni vergüenza al refocilarse con “los devotos de
las momias del torvo general”, tan “torvo” que fue el general
más joven de toda Europa, y del “chulete falangista”, fundador
de la Falange, gran erudito sacrificado por la beatífica y
democrática República y que antes de ser fusilado a los 33 años
de edad manifestó: “Ojalá fuera la mía la última sangre
española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara
ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades
entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia”.
Este panfleto ha
colmado el vaso de sus infumables escritos (?) por lo que La
Vanguardia, si no rectifica este artículo basura, pidiendo
disculpas por faltar a tantos ciudadanos, perderá muchos lectores y
suscriptores.
Con mi total
menosprecio, tal como se merece,
Eduardo
Palomar Baró.
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