Por
Pablo Gasco de la Rocha.
(a los asesinados por la banda marxista-separatista ETA, excluyendo
de éste mi recuerdo y homenaje, aunque no de mis oraciones, a los
contados socialistas y demás gentes de izquierda asesinadas, así
como a los generales y tenientes generales, por considerar que ellos
sí tuvieron capacidad suficiente para haber parado la sangría
criminal de ETA)
Con todo lo dicho
hasta aquí, y con lo que también he manifestado en otros foros,
entiendo que he expresado sobrada y suficientemente cuál es mi
punto de vista sobre el tema. Por eso, y porque también me servirá
de terapia personal, doy por finalizado el debate, pues entiendo que
todo lo que pueda seguir diciendo, será repetitivo y coincidente. A
saber: Que todo ha consistido en una historia de asesinos y de
cobardes. Asesinos, los etarras y todo el independentismo vasco,
intencionadamente llamado "nacionalismo vasco democrático".
Cobardes, las instituciones del Reino de España y los súbditos de
Juan Carlos I, cuyo discurso, al margen de los reproches que ahora
se hagan, ha venido marcado y sostenido por dos expresiones: "ETA
tiene que darse cuenta" y "Al final,
ETA entenderá que tiene que negociar", que
marcan la extensa crónica de un proceso de negociación que dura ya
treinta años entre el Reino de España y la banda
marxista-separatista ETA.
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Una crónica que
viene pautada por el acuerdo que los distintos Gobiernos del Rey han
hecho por alcanzar una solución para lo que siempre se ha llamado
eufemísticamente el "conflicto vasco", que no sólo se ha
negado a los ciudadanos, sino que ha planteado un dilema moral de
enorme calado para el devenir de la nación. Un proceso que todos
los Gobiernos desde la muerte de Franco han establecido con la banda
criminal ETA, contribuyendo a su disculpa y, a la postre, a su
fortalecimiento, pues el diálogo negaba o rebajaba, al menos implícitamente,
la verdadera naturaleza de la banda marxista y sus fines.
Comportamiento éste,
que no sólo ha llevado aceptar sus condiciones de método,
la paz que los asesinos ofrecían, y que tiene su muestra más
evidente en la expresión que todos los ministros de Interior y
Justicia han utilizado: "El día en que los terroristas
dejen de matar, la democracia sabrá ser muy generosa ",
sino muchos de sus contenidos: condiciones de treguas; pactos y
compromisos de garantías recíprocas; internacionalización de la
negociación a través de deportaciones pactadas con otros países;
reagrupamiento y excarcelación de presos; empleo de expresiones que
rebajaban los contenidos reales como "violentos" por
asesinos, atentados por "accidentes" y lucha callejera de
baja intensidad por "kale borroka"; acomodo de la Fiscalía
a una aplicación oportunista de las leyes; consentimiento de
candidaturas como HB o recientemente ANV, y privación de respaldo
político a los jueces y policías que perseguían a la banda. Un
comportamiento que ningún Gobierno civilizado hubiese consentido, y
que ha puesto en una condición muy comprometida, puede que
irreversible, la unidad de España y su orden constitucional.
Pese a todo, y a
pesar de la última tergiversación que del "problema" se
ha hecho desde el centro-derecha ("El partido de las víctimas"
artículo de Teresa Jiménez-Becerril, ABC 20 de septiembre de
2007)... A mi se me antoja seguir haciéndome las mismas preguntas
de siempre, y que hoy, y para finalizar seguir dándole vueltas,
también quiero seguir haciéndome. Por ejemplo: ¿Qué hubiese
ocurrido si el Ejército o la Guardia Civil no hubiesen consentido
el goteo de muertes, hasta casi llegar a la mítica cifra de
"mil" asesinados? O más concretamente, ¿si entre las víctimas
de estos años, también hubiese padres, madres, hijos y hermanos de
etarras? O ¿si los conversos que hoy pueblan los medios, constituyéndose
en adalides contra el terror, se hubiesen dado cuenta antes de lo qué
era ETA? O ¿si los católicos hubiésemos dejado de contribuir económicamente
con nuestra asignación a la Iglesia, a tenor del respaldo que la
Jerarquía Católica vasca le ha prestado siempre a ETA?
De todas formas, lo
más sorprendente es el estado de acomodación que el pueblo ha
manifestado y sigue manifestando respecto a los asesinos que quieren
acabar con su convivencia. Y en este sentido, no deja de ser
absolutamente sorprendente, que no se pida para ellos la pena de
muerte. Esa sana costumbre de fusilar a los terroristas al
amanecer por un pelotón de soldados, previa sentencia judicial
firme con arreglo a Derecho, que no torturados y quemados en
"cal viva". Que es, parece, lo que disculpa y legitima el
pueblo soberano.
Es posible que ETA
llegue a desaparecer, aunque no absolutamente, pero con todo, el
problema no habrá terminado, pues los alegatos que surjan desde las
filas de los ex terroristas contra el Estado y sus instituciones serán
demoledores para el sistema, y desde luego que también para la
Corona, pese a ser su representante un experto en ceñida,
esto es, ir contra viento.
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