Por
Dr. Manuel Clemente Cera.
En nuestros días, con extraordinaria
frecuencia, la Prensa diaria y demás medios de comunicación de
masas, denuncian desde diversos puntos geográficos peninsulares, así
como en otras latitudes extranacionales, habituales agresiones psíquicas
y físicas al colectivo médico y personal sanitario del Sistema
Nacional de Salud, por determinados usuarios. El mismo trato
violento suelen recibir los maestros y personal docente de la enseñanza
pública, como si se tratara de una costumbre establecida en una
sociedad deteriorada y decadente. Actitudes incomprensibles e
inadmisibles de tipo patológico, que brotan coincidiendo con la
instauración de la democracia moderna -con
peculiaridades atípicas-
en la que todo es admisible y prácticamente nada punible, Existe
una hipertrofia liberal que confunde el concepto de libertad con el
de libertinaje. Acepciones dispares no coincidentes.
Tras la implantación,
de forma pacífica del régimen
de libertades, desde el primer momento, se fue excesivamente
generosos con el principio de autoridad, fomentando indirectamente
el desorden, teniendo que ser etiquetados de autoritarios por la
nueva sociedad emergente.
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Los demócratas españoles
aceptaron y toleraron con agrado el tuteo entre personas de distinto
rango. Médicos y pacientes, maestros y discípulos, sacerdotes y
feligreses, etc. Trato paternal, novedoso y atractivo al principio,
si se hubieran mantenido las normas establecidas, que no debieran
haberse abandonado.
Finalmente
este moderno experimento generó la pérdida total de respeto al
superior jerárquico, costumbre tradicional que no supieron
conservar, quienes tenían obligación moral de perpetuar.
Una
desmesurada tolerancia que no se frenó en el momento oportuno, por
aprensión a ser descalificados por las nuevas corrientes políticas,
que gestó los graves conflictos sociales actuales, cada vez más
peligrosos, que suscitan importantes y reiteradas protestas de los
afectados, exigiendo con urgencia soluciones inmediatas.
Terapéutica de riesgo en la
actual coyuntura, ante una legislación atenuada incapaz de afrontar
con vigor los mencionados conflictos, si no se realiza rápidamente
una positiva modificación de la ley vigente.
El
desconcierto general fruto de una filosofía progresista equivocada,
se ha infiltrado en algunos de los estamentos más representativos
de la sociedad, garantes de transmitir y perseverar la educación,
la formación, la cultura y el respeto al superior jerárquico.
Debemos entonar el mea culpa general, desde
la familia a los centros de enseñanza, por no haber sabido defender
desde el primer momento la disciplina sucumbiendo ante la rebeldía
por debilidad.
Vivimos
un momento histórico decadente, muy preocupante, impensable hace
tan sólo unos lustros, en el que predomina la violencia contumaz,
auspiciada y fomentada por los medios de comunicación de masas.
Escolares
flagelados, acosados cruelmente por sus condiscípulos, sin compasión
y alevosía, llegando ocasionalmente al homicidio. Maestros
injuriados, agredidos física y psíquicamente por sus alumnos y
algunos padres. Médicos cuestionados arbitrariamente, insultados y
a veces lesionados
por sus pacientes en el desempeño de sus funciones. Sacerdotes
abucheados y denostados sin motivo alguno. Resultados previsibles
tras conculcarse precipitadamente el principio de autoridad.
Las
modernas orientaciones políticas han preconizado y divulgado el
secularismo, el agnosticismo y el relativismo. Este último concepto
hace referencia a la “Tendencia que afirma la relatividad de toda
verdad, actitud o conocimiento”. De este modo, todo es posible y
nada censurable.
El
cardenal de Toledo y Primado de España, Monseñor Cañizares,
denuncia la influencia del relativismo sobre la propia Iglesia:
“La Iglesia debe hacer frente no sólo al secularismo que intenta
expulsar a Dios de toda la sociedad sino también a iniciativas
legislativas que abundan en el laicismo y tratan de marginarla como
formadora de la conciencia ética y moral del ciudadano”.
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