Por
José Gabriel.
Nos volvemos a
enfrentar a una nueva “fiesta de la democracia”. Conviene
recordar que, ¡jamás!, ha salido nada bueno de unas elecciones
dominadas por partidos políticos al servicio de intereses ya nada
ocultos. Pero las elecciones, como las malas digestiones, se repiten
una y otra vez y, con ellas, los mismos e insoportables argumentos,
descalificaciones y despilfarros económicos.
Durante unas
semanas, los partidos políticos, en un ejercicio de cínica
memoria selectiva, se recuerdan mutuamente los engaños, los
errores y las corrupciones cometidas. Mientras, los católicos, se
vuelven a ver involucrados en un incomprensible dilema moral: ¿A
quién se puede votar?
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Monseñor Fernando
Sebastián, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela, ha tenido el
valor de nombrar a los partidos políticos que en España pretenden
ser fieles en su totalidad a la doctrina social de la Iglesia. Por
su parte, Monseñor García-Gasco, Arzobispo de Valencia, que posee
una gran habilidad para insinuar una cosa y justificar en el mismo
texto la contraria, ha recordado acertadamente, en esta ocasión,
que « a la
hora de votar, nadie puede olvidar cuestiones fundamentales como la
protección del derecho a la vida de los concebidos y no nacidos, de
los ancianos y enfermos crónicos; la necesidad de proteger a la
familia y al verdadero matrimonio, sin confusiones; la educación
moral de la juventud; la tranquilidad y estabilidad de la
convivencia, sin ceder a chantajes inaceptables».
La Iglesia, tiene
una influencia y por lo tanto una responsabilidad, que ni puede ni
debe dejar de aplicar por más tiempo. Uno de los argumento más
repetidos por los tibios, es el de la inutilidad que tiene el votar
a formaciones políticas que no van a obtener representación
parlamentaria. Semejante falacia, pretende justificar el respaldo al
mal menor, que según ellos, representa el Pp, ya que no existe un
«bien posible». El argumento es falaz, ya que si no existe el
susodicho «bien posible», es precisamente por el apoyo que recibe
el “mal menor”; de ahí la responsabilidad de la Iglesia. Está
claro que los Obispos ni pueden ni deben de respaldar directamente
unas siglas políticas determinadas; pero no menos cierto, es que sí
tienen la obligación de señalar qué partidos cumplen con la moral
objetiva y cuáles no. Con ello conseguirán varios logros:
el primero, formar al católico para que no se vea desasistido
frente a una contienda electoral; el segundo, los movimientos políticos
que son fieles a la doctrina de la Iglesia, no se sentirían
marginados e insultados por aquellos a los que defienden y, sí
respetados y comprendidos; por último, obligarían a los partidos que se benefician abrumadoramente del voto católico,
a ser coherentes en sus propuestas con el respaldo que reciben so
pena de perder el inmerecido apoyo.
¿Cómo va un católico
a votar a un partido político que promueve o respalda leyes que no
se pueden obedecer? No se puede votar algo y
querer desentenderse de sus consecuencias. Un católico no
puede votar por miedo u odio frente a la chusma socialista; un católico
ama, evangeliza, convence de lo correcto y lo expone con el corazón,
mirando a los ojos y con el ejemplo de su vida privada y pública
sin tener que avergonzarse; un católico no regatea la verdad ni la
ofrece con medida, en pequeñas dosis mezclada con la mentira, por
la conveniencia de un interés bastardo; un católico no propone el
error a la sociedad y se reserva lo justo para su vida privada; un
católico, en resumen, no debería tener dudas de a quién no se
puede votar en estas elecciones. ¡Basta de pragmatismos mal
entendidos! El pragmatismo que justifica el voto al Pp, no es otra
cosa que la antesala de la usura moral, un burdo eufemismo de la
cobardía y una renuncia a la aplicación de la Verdad.
Mientras los católicos
sigan respaldando aquello en lo que ni creen ni pueden creer, las
elecciones seguirán siendo algo falso, algo triste, algo, en
definitiva, sin esperanza…
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