Elecciones sin esperanza.

Por José Gabriel. 18/05/2007.

Nos volvemos a enfrentar a una nueva “fiesta de la democracia”. Conviene recordar que, ¡jamás!, ha salido nada bueno de unas elecciones dominadas por partidos políticos al servicio de intereses ya nada ocultos. Pero las elecciones, como las malas digestiones, se repiten una y otra vez y, con ellas, los mismos e insoportables argumentos, descalificaciones y despilfarros económicos.

Durante unas semanas, los partidos políticos, en un ejercicio de cínica  memoria selectiva, se recuerdan mutuamente los engaños, los errores y las corrupciones cometidas. Mientras, los católicos, se vuelven a ver involucrados en un incomprensible dilema moral: ¿A quién se puede votar?

Monseñor Fernando Sebastián, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela, ha tenido el valor de nombrar a los partidos políticos que en España pretenden ser fieles en su totalidad a la doctrina social de la Iglesia. Por su parte, Monseñor García-Gasco, Arzobispo de Valencia, que posee una gran habilidad para insinuar una cosa y justificar en el mismo texto la contraria, ha recordado acertadamente, en esta ocasión, que « a  la hora de votar, nadie puede olvidar cuestiones fundamentales como la protección del derecho a la vida de los concebidos y no nacidos, de los ancianos y enfermos crónicos; la necesidad de proteger a la familia y al verdadero matrimonio, sin confusiones; la educación moral de la juventud; la tranquilidad y estabilidad de la convivencia, sin ceder a chantajes inaceptables».

La Iglesia, tiene una influencia y por lo tanto una responsabilidad, que ni puede ni debe dejar de aplicar por más tiempo. Uno de los argumento más repetidos por los tibios, es el de la inutilidad que tiene el votar a formaciones políticas que no van a obtener representación parlamentaria. Semejante falacia, pretende justificar el respaldo al mal menor, que según ellos, representa el Pp, ya que no existe un «bien posible». El argumento es falaz, ya que si no existe el susodicho «bien posible», es precisamente por el apoyo que recibe el “mal menor”; de ahí la responsabilidad de la Iglesia. Está claro que los Obispos ni pueden ni deben de respaldar directamente unas siglas políticas determinadas; pero no menos cierto, es que sí tienen la obligación de señalar qué partidos cumplen con la moral objetiva y cuáles no. Con ello conseguirán varios  logros: el primero, formar al católico para que no se vea desasistido frente a una contienda electoral; el segundo, los movimientos políticos que son fieles a la doctrina de la Iglesia, no se sentirían marginados e insultados por aquellos a los que defienden y, sí respetados y comprendidos; por último, obligarían  a los partidos que se benefician abrumadoramente del voto católico, a ser coherentes en sus propuestas con el respaldo que reciben so pena de perder el inmerecido apoyo.

¿Cómo va un católico a votar a un partido político que promueve o respalda leyes que no se pueden obedecer? No se puede votar algo y  querer desentenderse de sus consecuencias. Un católico no puede votar por miedo u odio frente a la chusma socialista; un católico ama, evangeliza, convence de lo correcto y lo expone con el corazón, mirando a los ojos y con el ejemplo de su vida privada y pública sin tener que avergonzarse; un católico no regatea la verdad ni la ofrece con medida, en pequeñas dosis mezclada con la mentira, por la conveniencia de un interés bastardo; un católico no propone el error a la sociedad y se reserva lo justo para su vida privada; un católico, en resumen, no debería tener dudas de a quién no se puede votar en estas elecciones. ¡Basta de pragmatismos mal entendidos! El pragmatismo que justifica el voto al Pp, no es otra cosa que la antesala de la usura moral, un burdo eufemismo de la cobardía y una renuncia a la aplicación de la Verdad.

Mientras los católicos sigan respaldando aquello en lo que ni creen ni pueden creer, las elecciones seguirán siendo algo falso, algo triste, algo, en definitiva, sin esperanza…

 

Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com