Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Antes de adentrarme en lo que hoy me trae a
esta página, quiero dejar constancia de mi profundo amor a la
Iglesia Católica, la Verdadera Iglesia de Cristo, de la que soy
miembro-practicante y en cuyo seno quiero morir. E igualmente quiero
dejar constancia, del respeto y obediencia que profeso a mis
pastores en la Fe, los Obispos, por cuanto son, y así les
considero, los sucesores de los Apóstoles del Señor, a cuya cabeza
figura Su Santidad Benedicto XVI como su Vicario en la tierra. Lo
que no mi priva de ejercer en conciencia mi deber y mi derecho a
expresar y manifestar mi crítica a la Jerarquía española, en
cuanto que no afecta a los dogmas ni a cuestiones de moral o
disciplina, compuesta por hombres, y hombres de su tiempo. En este
caso, de un tiempo convulso y difícil en el que no siempre se nos
es dado ver con claridad. Pese a que ellos, mejor que nadie, tienen
más facilidad de percibir lo que de mal se va gestando en la
sociedad.
La Iglesia Católica es, en cuanto Cuerpo Místico
de Cristo, santa, pero en la medida en que está formada por
hombres, es también imperfecta y pecadora, y, por tanto, necesitada
de perdón. De ahí su doble grandeza y su permanente tensión de
vigilia para ser lo más perfecta posible ante Dios y ante el mundo,
como imperativo fiel al mandato del Divino Maestro. Algo que tan
bien comprendió Su Santidad Juan Pablo II desde su profundo amor al
Señor.
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Y desde esta dimensión humana de la que
hablamos, hay un hecho que destaca de forma sobresaliente, sobre
todo en España. Su falta de previsión ante los signos de los
tiempos. O si se quiere, una relación con el laicismo más allá de
lo correcto. Porque sorprende sobremanera que la Jerarquía española
no previera lo que hoy denuncia de forma y manera tan determinante,
y que es consecuencia de un largo y continuado proceso de
secularización que va desde la legalización de todo lo que estaba
en la calle, a la asignatura inadmisible: "España se ve
invadida dentro de un proyecto bien trazado por un modo de vida en
que la referencia a Dios es considerada como una deficiencia en la
madurez intelectual y en el pleno ejercicio de la libertad".
(Palabras de la homilía que con motivo de la recepción de las
reliquias de San Ildefonso en Toledo, pronunció el Primado de España,
Cardenal Cañizares).
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Parece
preguntarse sorprendida nuestra Jerarquía. Pero llama la atención
que no se viera antes la existencia de ese proyecto laicista que
hoy, imparable, lo arrasa todo, llevándose por delante un
patrimonio espiritual y cultural enraizado en la fe cristiana;
fundamento de nuestra nación y de todo el orbe occidental. Y que
como recientemente dijo Su Santidad Benedicto XVI: "al borrar
de un plumazo sus raíces cristianas, Europa está apostatando de sí
misma y condenándose al infierno de la nada".
Sin embargo, todo empezó antes. Justo cuando
también la Jerarquía española se apuntó a la moda de lo políticamente
correcto. No dándose cuenta del mal que se ha hecho a tantos
millones de españoles, que hoy confundidos vagan entre una fe
rebajada a la categoría de ética y un impulso relativista suicida.
Cuando se olvido de Franco y obvió el Régimen
que él acaudilló, a los que tantísimos favores debe la Iglesia
Católica. Cuando después de que se les restituyera el honor debido
y burlado durante años a nuestros mártires de 1936-39, se ha
seguido obviando referenciar al régimen que propició la Guerra
Civil, la II República, y mencionar a la canalla roja de aquel
genocidio religioso, una de las tres mayores persecuciones de la
Historia contra la Iglesia de Cristo. Cuando se apuntó a alabar a
la transición, de tan funesto recuerdo para España, que con su
libertad imprecisa propicio una Constitución que rompe España y da
alas a sus enemigos, en la que la referencia a Dios Nuestro Señor
es nula. Cuando en su relación con el Jefe del Estado, el Rey, que
propicia con su refrendo toda clase de leyes anticristianas y
antinaturales, establece una relación que rebasa los límites de la
mera cordialidad social, y que es motivo de enorme confusión para
la coherencia cristiana de muchos católicos. Y cuando en la
actualidad se defiende de modo tan expresivo y manifiesto el sistema
liberal que consagra la actual democracia, origen del relativismo y
de la secularización que después se critica.
No advirtiendo, por el contrario, que lo que
constituye nuestra identidad y ser más propio, esto es, ser un
pueblo cristiano, siempre se ha debido a la acción política de una
Jefatura civil católica que, consciente de conformar en la Historia
de la Salvación y aun siendo una realidad distinta a la Iglesia, ha
tenido el mismo objetivo que ésta, la salvación de los ciudadanos.
Justo, pues, lo que ánimo a Franco y lo que conformó su Régimen.
Un régimen, repito, al que la Iglesia Católica debe mucho, y al
que debería estar eternamente agradecida. Tan agradecida, como lo
estamos los miles de católicos que tuvimos la suerte de vivir en él.
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