Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Pero una vez el Rey
nombra a Suárez para provocar la involución del Régimen que ambos
habían jurado y perjurado defender, propósito que fue hábilmente
manejado por Torcuato F. Miranda en aquella célebre sesión del
Consejo del Reino que la historia computará como una de las más hábiles
maniobras de tergiversación legal producidas, y antes de que se
pudiera aprobar la Constitución, que pasara lo que pasara se haría,
había un escollo que había que salvar. Un escollo que comprometía
nada menos que al Rey, que también en esto tendría que quedar
libre de toda mancha, su sucesión de legitimidad.
Con este propósito, pues,
en la tarde del día
14 de mayo de 1977, y en un acto circunscrito a la más estricta
intimidad familiar, tanto que no se publicita ni se exige vestir de
gala, don Juan de Borbón abdica de una corona que jamás
logro ceñir sobre sus sienes. Terminando su patética existencia pública
reconociendo lo que desde hacia tiempo era evidente, pero que él se
negó aceptar.
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A saber, que su padre, don Alfonso XIII, había abandonado el poder; que
la guerra, que nos había salvado del comunismo con la Victoria del
1 de abril de 1939, no había tenido signo monárquico ni
republicano, y que el pueblo español no era monárquico, salvo en
la persona del "Príncipe de España", don Juan Carlos de
Borbón y Borbón, y porque así lo había querido Franco.
El acto se realiza
en el palacio de la Zarzuela, ni siquiera en el de Oriente. A él
asiste la familia real, el ministro de Justicia como Notario Mayor
del Reino y Pemán. Ni siquiera el canelo fino. Es un acto íntimo,
y hasta ridículo, y contra menos testigos, mejor: "Ofrezco
a mi patria la renuncia de mis derechos para que la Ley histórica
de sucesión a la Corona quede automáticamente designada, sin
discusión posible en cuanto a la legitimidad, en mi hijo el Príncipe
don Juan" . Dijo de pie y sin inmutarse ante la
incongruencia de lo que estaba diciendo don Juan de Borbón...
Con toda la carga
sentimental que para muchos pudiera tener aquel "acto", un
análisis más serio nos lleva a una consideración distinta, sin
duda de mayor alcance político en cuanto a su verdadero y real
significado, pues aquel "acto" fue decisivo para el
devenir del proceso involutivo que se iniciaba: "Majestad, no
se preocupe, que lo que pone una Ley, con otra se quita"
(Torcuato Fernández Miranda)
¿Qué se pretendía
con el acto de Abdicación de don Juan de Borbón, un
perfecto desconocido para la inmensa mayoría de españoles como no
fuera por los dibujos de mujeres desnudas que tatuaban sus brazos?
Pues ni más ni menos que romper todos los vínculos con el anterior
régimen. Y desde esa dimensión, don Juan Carlos ya no sería,
aunque de derecho lo fuera, el sucesor de Franco, sino de su padre.
Todo un contrasentido, el mismo que ha terminado por impregnar toda
la vida nacional en su intento de falsificar la Historia.
La sucesión, en definitiva, se legitimaba a través de la dinastía
borbónica, no por los Principios del Movimiento. De esta forma el
Rey tenía las manos libres, y nadie podría acusarle de traidor.
Era, pues, el primero de los actos importantes para desmantelar
definitivamente el régimen anterior. Y para tal cambio no hacia
falta el pueblo, al que se engaño vilmente. Se bastaba el Rey que,
con tres buenos válidos (el teniente general Díaz Alegría,
Torcuato Fernández-Miranda y Adolfo Suárez) y el apoyo
incondicional de toda clase de fuerzas secretas o
"discretas", se constituía en motor del mismo. Es decir,
del cambio que se ha producido en España en estos treinta años.
Consecuencia directa de la situación que padecemos... Pese a que Su
Majestad haya dicho el 15 de junio pasado en el Congreso
de los Diputados, con motivo de celebrarse el 30 aniversario de las
primeras elecciones generales tras el Régimen del 18 de Julio, que
está orgulloso del "gran país que hemos hecho".
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