Cita en Zarzuela -o la trascendencia de la simulación-.
Por
Pablo Gasco de la Rocha.
24/06/2007.
Pero
una vez el Rey nombra a Suárez para provocar la involución del Régimen que
ambos habían jurado y perjurado defender, propósito que fue hábilmente
manejado por Torcuato F. Miranda en aquella célebre sesión del Consejo del
Reino que la historia computará como una de las más hábiles maniobras de
tergiversación legal producidas, y antes de que se pudiera aprobar la
Constitución, que pasara lo que pasara se haría, había un escollo que había
que salvar. Un escollo que comprometía nada menos que al Rey, que también en
esto tendría que quedar libre de toda mancha, su sucesión de
legitimidad.
Con este propósito, pues,
en la tarde del día 14 de mayo
de 1977, y en un acto circunscrito a la más estricta intimidad familiar, tanto
que no se publicita ni se exige vestir de gala, don Juan de Borbón abdica
de una corona que jamás logro ceñir sobre sus sienes. Terminando su patética
existencia pública reconociendo lo que desde hacia tiempo era evidente, pero
que él se negó aceptar.
A saber, que su padre, don Alfonso XIII, había abandonado el poder; que
la guerra, que nos había salvado del comunismo con la Victoria del 1 de abril
de 1939, no había tenido signo monárquico ni republicano, y que el pueblo español
no era monárquico, salvo en la persona del "Príncipe de España",
don Juan Carlos de Borbón y Borbón, y porque así lo había querido Franco.
El acto se realiza en el palacio de la Zarzuela, ni siquiera en el de Oriente. A él asiste la familia real, el ministro de Justicia como Notario Mayor del Reino y Pemán. Ni siquiera el canelo fino. Es un acto íntimo, y hasta ridículo, y contra menos testigos, mejor: "Ofrezco a mi patria la renuncia de mis derechos para que la Ley histórica de sucesión a la Corona quede automáticamente designada, sin discusión posible en cuanto a la legitimidad, en mi hijo el Príncipe don Juan" . Dijo de pie y sin inmutarse ante la incongruencia de lo que estaba diciendo don Juan de Borbón...
Con toda la carga sentimental
que para muchos pudiera tener aquel "acto", un análisis más serio
nos lleva a una consideración distinta, sin duda de mayor alcance político en
cuanto a su verdadero y real significado, pues aquel "acto" fue
decisivo para el devenir del proceso involutivo que se iniciaba: "Majestad,
no se preocupe, que lo que pone una Ley, con otra se quita" (Torcuato Fernández
Miranda)
¿Qué se pretendía con el acto
de Abdicación de don Juan de Borbón, un perfecto desconocido para la
inmensa mayoría de españoles como no fuera por los dibujos de mujeres desnudas
que tatuaban sus brazos? Pues ni más ni menos que romper todos los vínculos
con el anterior régimen. Y desde esa dimensión, don Juan Carlos ya no sería,
aunque de derecho lo fuera, el sucesor de Franco, sino de su padre. Todo un
contrasentido, el mismo que ha terminado por impregnar toda la vida nacional en
su intento de falsificar la Historia.
La sucesión, en definitiva, se legitimaba a través de la dinastía
borbónica, no por los Principios del Movimiento. De esta forma el Rey tenía
las manos libres, y nadie podría acusarle de traidor. Era, pues, el primero de
los actos importantes para desmantelar definitivamente el régimen anterior. Y
para tal cambio no hacia falta el pueblo, al que se engaño vilmente. Se bastaba
el Rey que, con tres buenos válidos (el teniente general Díaz Alegría,
Torcuato Fernández-Miranda y Adolfo Suárez) y el apoyo incondicional de toda
clase de fuerzas secretas o "discretas", se constituía en motor del
mismo. Es decir, del cambio que se ha producido en España en estos treinta años.
Consecuencia directa de la situación que padecemos... Pese a que Su Majestad
haya dicho el 15 de junio pasado en el Congreso de los Diputados,
con motivo de celebrarse el 30 aniversario de las primeras elecciones generales
tras el Régimen del 18 de Julio, que está orgulloso del "gran país que
hemos hecho".
Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com