Por
Pablo Gasco de la Rocha.
El Rey, con el
refrendo del Gobierno, naturalmente, ha otorgado a Adolfo Suárez la
más alta condecoración del Reino, el Toisón de Oro, una
condecoración que hace referencia al vellocino de oro de la mitología
griega y al carnero de Gedeón, pues no en balde la condecoración
consiste en un collar del que cuelga un carnero. Lo que puede
ocasionarle al Rey un serio problema con los ecologistas y amantes
de los animales. Por no citar a los islamistas, que siendo también
partidarios del cordero en sus ritos religiosos, hubiesen preferido
que estuviera degollado en vez de colgado, conforme dicta su libro
sagrado, el Corán, todo una ristra de recetas de cocina, costumbres
higiénicas y normas de conducta.
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Pero sin ahondar en el evidente propósito de esta distinción
a quién ya no puede reconocerla, sería bueno aprovechar la ocasión
que nos brindan al unísono Corona & Gobierno socialista o
Gobierno socialista & Corona, que para el caso siempre ha sido
lo mismo, para dimensionar, si quiera someramente, quién fue y qué
hizo este tal Suárez al que hoy nuevamente se premia.
Y lo primero que hay que decir de Suárez, es que quien
fuera un funcionario al servicio del Movimiento Nacional y fervoroso
seguidor del Régimen del 18 de Julio no fue antes de ser ungido por
impulso soberano jefe del Gobierno español y encargado de realizar
el derribo del régimen que él había jurado defender ni siquiera
un reformista. Todo lo contrario. No obstante, y una vez hubo
colgado la camisa azul –por más sentimientos encontrados que la
citada prenda causen en su hijo, el mismo que prometió si era
elegido Presidente de Castilla La Mancha hacer que todos tuvieran
chalet- cumplió tan concienzudamente su misión, que cuando fue
retirado, también en este caso por impulso real, la catástrofe
lucia esplendorosa sobre el horizonte España.
A Suárez le nombro el Rey en 1976 presidente del Gobierno
en sustitución de Carlos Arias Navarro manipulando su elección en
el Consejo del Reino, en detrimento de otros políticos de muchísima
más valía y con el único propósito de que "pilotase"
la traición, perdón, la transición democrática. En el plazo de
un año, y previamente hubo legalizado todo lo que estaba en la
calle sin pararse en argumentos morales, de orden público o de
naturaleza jurídica, Suárez tuvo que desmontar el aparato del
Estado: las Cortes, el Consejo Nacional del Movimiento, los
sindicatos, etcétera, y paralelamente levantar un nuevo Estado,
legalizando los partidos políticos y los sindicatos correas de
transmisión del PC, PSOE y FAI: CCOO, UGT y CNT. Con tal bagaje, el
15 de junio de 1977 convocó las primeras elecciones, que tras
ganarlas su partido, UCD, abrió una legislatura constituyente, que
duraría un año y medio, centrada en la elaboración de una
constitución que presento al Rey y que éste firmo con gravísimas
irregularidades en lo que afecta a la unidad de España, hasta el
punto, que el propio Tribunal Constitucional define la organización
política del Estado español como "constitucionalmente
compleja" (STC 4/1981, de 2 de febrero). Convocadas
nuevamente unas elecciones en abril de 1979, que volvió a ganar,
fue obligado a dimitir en enero de 1981, en medio de una crisis
nacional generalizada de proporciones gravísimas, hasta el punto
que entre unos y otros amañaron un golpe de Estado, perdón, de Timón,
y con su partido, la UCD, dividido.
Por eso hoy, cuando se cumple
el treinta aniversario de "aquello", y la imagen de aquel
hombre de simpatía natural y presencia juvenil vuelve a las
portadas de todos los medios, a mí me viene a la memoria lo que
dejo escrito Antonio de Sanchis en su libro "Los golpes de
Estado en España" (Vassallo de Mumbert, Editor): "Suárez
fue un político marrullero y bullidor, que manejaba los "dossiers"
comprometedores como nadie. Pero sobre todas las cosas era una
ambición desmedida, en marcha hacia sus altos destinos, pasara lo
que pasara". Que es, sin duda, la mejor definición que se ha
dado de quien fue el último Secretario General del Movimiento
Nacional.
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