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Actualizada: 29 de Diciembre de 2.007.  

 
 
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 Y, ¿qué es la familia cristiana?

Por Demetrio Fernández. Obispo de Tarazona.

La celebración gozosa de la familia cristiana el próximo 30 de diciembre en Madrid, fiesta de la Sagrada Familia, es uno preciosa oportunidad para valorar más todavía la familia cristiana, tal como Dios la ha diseñado a favor del hombre y de la sociedad humana.

La familia cristiana no es fruto del consenso de los hombres, sino del diseño de Dios. Si a toda costa se quiere prescindir de Dios en la vida personal y social, el diseño de Dios sobre la familia o sobre cualquier otra realidad humana será rechazado de plano, con un a priori injustificado. La familia cristiana ha de ser acogida como un don de Dios, que hace bien al hombre y a la sociedad. Y, por tanto, ha de ser acogida en la obediencia de la fe, que libera al hombre de la estrechez asfixiante de su egoísmo. La familia, según el designio de Dios es un acontecimiento que se verifica en la historia, en el cada día de nuestra vida. Y la familia cristiana funciona, hace un bien inmenso a la sociedad y a las personas que viven así. Da estabilidad a la sociedad, le da hijos, atiende a sus miembros enfermos, cuida de sus ancianos. La familia cristiana no es un mal que hay que destruir, sino un bien que hay que proteger.

La familia, tal como Dios la ha pensado, es icono de la familia trinitaria. Es decir, es una comunidad de vida y de amor, a imagen de Dios uno y trino. Dios ha creado al hombre, “varón y mujer los creó” (Gn 1,27), con igual dignidad, distintos y complementarios. He aquí el pilar primero y fundamental de la familia. El hombre está creado para ser complementado, varón y mujer. La sexualidad le viene dada, no la elige el sujeto. Y agradeciendo el don recibido, ser varón o mujer, puede entregarse al otro para complementarle, y en la entrega al otro encuentra su propia plenitud. Así lo hizo Dios al principio y, después del pecado, así lo ha restaurado Jesucristo con el sacramento del matrimonio.

La familia tiene su fundamento en la unión para siempre del varón y de la mujer, santificada por Dios y abierta a la vida. Pertenece a la naturaleza del matrimonio que la unión no sea efímera ni para una temporada, sino para siempre. Esa perpetuidad hace que la entrega y la acogida del uno al otro consolide el amor, lo ponga a salvo de posibles eventualidades y haga viable un proyecto de vida duradero, que se prolonga en los hijos. Si a cualquiera le satisface tener un trabajo duradero y seguro, cuánto más es satisfactorio para el corazón humano tener un amor duradero y seguro, que a su vez incluye el compromiso de entregarse para siempre. Dios está en medio de ese compromiso, y “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (Mt 19,6).

Esa unión estable del marido y la mujer, les hace administradores del don de la vida. La entrega mutua de los esposos, administrando la propia sexualidad como lenguaje de amor que se entrega, convierte a los esposos en padres. Ellos son procreadores con Dios de nuevos hijos. En la fecundación de un nuevo ser, que se produce en el vientre de la madre, Dios concurre con la creación de un alma humana nueva. Desde el momento de la fecundación tenemos un ser humano, dotado de espíritu inmortal y de toda una fuerza genética que le desarrollará hasta ser un hombre o mujer maduro. Interrumpir este proceso natural es un crimen, es un asesinato, tanto más grave cuando más indefenso es el ser que se elimina.

En nuestro contexto social anticonceptivo y antinatalista, la familia cristiana está llamada a dar un claro testimonio del don precioso de la vida, que viene a este mundo no como producto de la manipulación embrionaria, sino como fruto del don mutuo de los esposos. No es lícita la fecundación in vitro, porque el hijo que va a nacer tiene derecho a nacer del abrazo amoroso de sus padres. Y nunca los padres tienen derecho a tener o a fabricar un hijo. El hijo es una persona, y por eso siempre es un don, que desborda toda manipulación de laboratorio. La familia cristiana está llamada a ser normalmente familia numerosa, llamativamente numerosa. Una de las estampas más bonitas del encuentro de las familias con el Papa Benedicto XVI en Valencia en julio de 2006 fue la de ver el panorama de miles de familias numerosas pululando por toda la ciudad. Eran como un rio de vida en el cauce del Turia, adelanto de una sociedad nueva, donde el hijo ya no es un estorbo o algo a evitar, sino alguien querido porque recibido como un don de Dios. E igual que se acoge a los hijos, se acompaña hasta su muerte natural a los abuelos, incluso cuando ya no son productivos en esta sociedad que sólo busca el crecimiento del PIB.

Nuestra vieja Europa se muere de tristeza y por falta de esperanza. La celebración de la familia cristiana es una bocanada de aire fresco, que nos hace mirar el futuro con esperanza. Donde hay niños, hay esperanza. Donde hay muchos niños, hay mucha esperanza. Hoy día es imposible arriesgarse a tener muchos hijos si no está muy firme la esperanza en ambos esposos, y una esperanza que no se termina con la muerte, sino que se prolonga más allá, en la vida eterna. Una esperanza que viene de Dios. Los esposos creyentes cristianos demuestran tener mucha esperanza cuando superan el ambiente dominante y tienen hijos en abundancia, en plena contracorriente.

Enhorabuena a todos los jóvenes esposos que tienen hijos. Si les preguntas de dónde vienen, os responderán gozosos: -Somos de una comunidad cristiana, o Neocatecumenales, o del Opus Dei, o del Regnum Christi, o de Comunión y Liberación, o Carismáticos o Cursillistas, o de un grupo parroquial o de Acción Católica. Bienvenida sea esta nueva generación de familias cristianas. De ellos es el futuro. Estén atentos los que buscan votos para superar el empate técnico. Un matrimonio joven cristiano no estará dispuesto a darlos a quienes no defiendan la familia, tal como Dios la ha diseñado. Si para ganar votos ese partido promueve o tolera el divorcio, o la uniones homosexuales, o el aborto, o la píldora del día después, o la manipulación de embriones, ese partido, sea de derechas o de izquierdas, no merece el voto de una familia cristiana.

+ Demetrio Fernández, obispo de Tarazona


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