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Actualizada: 23 de Diciembre de 2.007.  

 
 
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 El liberalismo sigue siendo pecado.


Por Pablo Gasco de la Rocha. 


Una propuesta por el Estado confesional Católico que dedico al director de Alfa y Omega con quien mantuve una interesante relación epistolar a tenor de mí critica por la utilización del medio que utilizan para su distribución, el periódico ABC, que inserta páginas enteras de publicidad de las formas más depravadas de prostitución sin merma de su aparente prestigio para quienes dirigen Alfa y Omega.

Surge esta reflexión desde la fe en Jesús, el Señor, y desde esta reflexión, la hondura de quién pretende ser fiel en todo, a través de tres puntos o argumentos:

Todo tiempo histórico del hombre es tiempo de Dios. De ahí la importancia de avizorar de dónde vienen y adonde llevan los tumbos de una sociedad, como la del comienzo de este nuevo milenio. Debemos, pues, preocuparos mucho, particularmente, por aquellos cambios culturales inducidos que afectan al hombre directamente en el corazón de su ser. En lo que es, lo que puede ser o no puede ser; o no debe ser, y lo que pretende ser. En definitiva, para conducir al hombre, a través del laberinto de proyectos del hombre.

Hay que meterse de lleno en esta sociedad materialista con ribetes religiosos. Pues no vale escudarse en el modo de pensar según nuestra cultura o país de origen. No pertenecemos a nada ni a nadie salvo a Dios, que a través de Jesucristo nos hace hijos suyos y hermanos todos.

Hay que volver a encontrar a Cristo , y a Cristo clavado en la Cruz. No sólo porque, como hijos de nuestra época, no podemos sustraernos a ella, sino, sobre todo y ante todo, porque como "hijos de la luz", tenemos obligación de esparcir esta fe

El último documento del Episcopado español, "Orientaciones morales ante la situación de España" , no hace sino denunciar lo que para nuestra sociedad supone el escándalo de la Verdad. Pero no de cualquier verdad, por absoluta, objetiva y definitiva que sea, sino de la única Verdad que nos hace libres. La Verdad absoluta que nos enseña Cristo, que no sólo enseña palabras de verdad, sino que Él mismo se define como la Verdad.

Sin embargo, esa pretensión de plenitud provoca el rechazo del "relativismo", que sustenta el liberalismo, y en su versión política la democracia liberal, que pretende configurar el orden humano y, por tanto, su moral por vía legalista en virtud de una "delirante" decisión colectiva: el sufragio universal. Siendo el liberalismo –como tan certeramente ha dicho don Blas Piñar, con motivo de la celebración del 1 de Abril pasado- "el que infecta de tal modo la democracia que la falsifica, y conceptualmente la altera, porque convierte la libertad en libertinaje, la igualdad en masificación y la fraternidad en compañerismo". Pues el liberalismo, que ignora que la ley civil tiene una naturaleza moral, considera la Verdad absoluta como una pretensión inaceptable para la inteligencia; ya que a su juicio todo es mudable, opinable y relativo. De ahí, por tanto, que el rechazo a la Verdad se extienda en primer lugar a la ley moral, origen de toda nobleza, sustentada por el Derecho Natural, regulador de la conducta del hombre como criatura de Dios. Lo que conlleva que la moral no dependa ya de la verdad objetiva, sino de algo tan contingente y mudable como es la decisión popular, expresada en cada momento por el voto de la mayoría parlamentaria, incluso por las tendencias de las encuestas y los sondeos de opinión.

El liberalismo, pues, configura una ideología que en el mejor de los casos se opone a la Verdad, y en su forma más perversa impide incluso la plenitud humana, persuadiendo al hombre a venerar y amar lo que le oprime e impide su crecimiento. Todo lo contrario del Estado confesional, que siendo éste por naturaleza una realidad distinta a la de la Iglesia, propende al mismo fin, pues aleccionado por la Revelación Divina no sólo promueve y fomenta el progreso material, sino la perfección espiritual de la nación y de los ciudadanos.

Pero esta crisis de la Verdad, como constata el documento de la Jerarquía, es antes que nada una crisis de fe, que afecta de forma profunda al mismo núcleo de la persona. Una crisis que se constata en algo tan fundamental como es en la obediencia a Dios, cuya realidad conforma el primer mandamiento del Decálogo... "Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás, a Él sólo rendirás culto " (Mt. 4, 10; Lc. 4, 8) Cumplimiento que define la postura del hombre ante Dios en virtud de su misma condición de criatura. Y que no es sólo su primer deber, sino el corolario de su auténtica condición humana. De ahí, pues, que la confesionalidad del Estado sea antes que nada una cuestión de Fe.

Desde esta dimensión, pues, la voz de Dios busca al hombre y le llama a la obediencia para que desde la obediencia experimente la Verdad que le haga libre. Y esta obediencia, que esta implícita en toda la Historia de la Salvación (la historia figurativa de los patriarcas y de los profetas, tal como fue realizada por Cristo), sería imposible de entender si no recurriéramos a la teología del pecado y de la redención.  

"Sin mí no podéis hacer nada"   

Es la máxima a la que nos aplicamos los que defendemos el Estado confesional católico, pues declaramos y hacemos nuestra esta máxima del Señor sin parcelar nuestra realidad humana, que es única y total. Lo que no resta para que respetemos las creencias de todos, y en la medida de lo posible les facilitemos su practica. Porque "las ideas -según nos dijo Su Santidad Juan Pablo II- se proponen, no se imponen". Algo que sólo entendemos y respetamos los cristianos. Y sobre todo los católicos.

Y es que la confesionalidad, al contrario de la a-confesionalidad, es consecuencia de la declaración que hacemos de la fe en Jesús, el Señor y Redentor que dio su vida para salvarnos;   y el Único que tiene palabras que iluminan la vida del hombre sobre la tierra y le conducen, más allá de la muerte, al destino feliz para el que fue creado por nuestro Padre Dios.

Sin embargo, nos encontrarnos con un elevado número de individuos a los que convengo agrupar bajo el calificativo de "pasivos", que, por desgracia, forma la especie más numerosa del género humano, responsables de los males que aquejan a Europa. Se caracterizan, primordialmente, por su falta de fe, so pretexto de un empirismo endiosado, que en verdad no es sino enfermizo; un desarrollo abusivo o, mejor dicho, vicioso del instinto de conservación, y una propiedad sui generis que es la de acomodarse al medio ambiente con gran suavidad, del que pronto se convierten en sus conservadores más radicales. ¿Los habéis descubierto? Son los que apuestan y defienden el Estado a-confesional. Partidarios de la total independencia del hombre y de la sociedad de toda influencia religiosa.   

"Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos"

Pese a todo, el Espíritu nos ayuda contra el mundo que nos odia, pues no somos del mundo. De ahí que digamos con el salmista: "Pero yo con mi yo apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante" (Salmo 16, 15) Pues, como nos dice el Señor: "Cuando llegue el valedor que yo voy a enviaros recibiéndolo del Padre, el Espíritu de la verdad que procede el Padre, él dará testimonio en mi favor. Pero también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo" .

Por eso hoy, igual que en Cesarea de Filipo, Jesús nos apremia y nos compromete con la misma pregunta que les hiciera a sus discípulos "¿Y vosotros quién decís que soy yo?".

Finalmente decir, que el Estado confesional Católico nos evitaría ver celebrarse funerales de Estado de rito católico con asistencia de autoridades civiles que no sólo se declaran ateos, sino beligerantes contra la Fe de Cristo, sin que ello les prive de presidir procesiones y celebraciones, y asistir a bendiciones eclesiásticas en las inauguraciones oficiales. Peccata minuta para una sociedad que ha perdido todo decoro y para una Jerarquía que parece incapaz de dimensionar en toda su realidad y justa proporción el Segundo Mandamiento de la Ley de Dios, tan olvidado y en desuso: "No tomarás el nombre de Dios en vano". 


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