Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Una
propuesta por el Estado confesional Católico que dedico al director de Alfa y Omega con quien mantuve
una interesante relación epistolar a tenor de mí critica por la
utilización del medio que utilizan para su distribución, el periódico
ABC, que inserta páginas enteras de publicidad de las formas más
depravadas de prostitución sin merma de su aparente prestigio para
quienes dirigen Alfa y Omega.
Surge esta reflexión
desde la fe en Jesús, el Señor, y desde esta reflexión, la
hondura de quién pretende ser fiel en todo, a través de tres
puntos o argumentos:
Todo tiempo histórico
del hombre es tiempo de Dios. De ahí la importancia de avizorar de
dónde vienen y adonde llevan los tumbos de una sociedad, como la
del comienzo de este nuevo milenio. Debemos, pues, preocuparos
mucho, particularmente, por aquellos cambios culturales inducidos
que afectan al hombre directamente en el corazón de su ser. En lo
que es, lo que puede ser o no puede ser; o no debe ser, y lo que
pretende ser. En definitiva, para conducir al hombre, a través
del laberinto de proyectos del hombre.
Hay que meterse de lleno en esta sociedad materialista con ribetes
religiosos. Pues no vale escudarse en el modo de pensar según
nuestra cultura o país de origen. No pertenecemos a nada ni a
nadie salvo a Dios, que a través de Jesucristo nos hace hijos
suyos y hermanos todos.
Hay que volver a encontrar a Cristo , y a Cristo clavado en la Cruz. No
sólo porque, como hijos de nuestra época, no podemos sustraernos a
ella, sino, sobre todo y ante todo, porque como "hijos de la
luz", tenemos obligación de esparcir esta fe.
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El último documento del Episcopado español, "Orientaciones
morales ante la situación de España" , no
hace sino denunciar lo que para nuestra sociedad supone el escándalo
de la Verdad. Pero no de cualquier verdad, por absoluta,
objetiva y definitiva que sea, sino de la única Verdad que nos
hace libres. La Verdad absoluta que nos enseña Cristo, que no sólo
enseña palabras de verdad, sino que Él mismo se define como la
Verdad.
Sin embargo, esa pretensión de plenitud provoca el rechazo del
"relativismo", que sustenta el liberalismo, y en su
versión política la democracia liberal, que pretende
configurar el orden humano y, por tanto, su moral por vía
legalista en virtud de una "delirante" decisión
colectiva: el sufragio universal. Siendo el liberalismo –como
tan certeramente ha dicho don Blas Piñar, con motivo de la
celebración del 1 de Abril pasado- "el que infecta
de tal modo la democracia que la falsifica, y conceptualmente la
altera, porque convierte la libertad en libertinaje, la igualdad
en masificación y la fraternidad en compañerismo".
Pues el liberalismo, que ignora que la ley civil tiene una
naturaleza moral, considera la Verdad absoluta como una pretensión
inaceptable para la inteligencia; ya que a su juicio todo es
mudable, opinable y relativo. De ahí, por tanto, que el rechazo
a la Verdad se extienda en primer lugar a la ley moral, origen
de toda nobleza, sustentada por el Derecho Natural, regulador de
la conducta del hombre como criatura de Dios. Lo que conlleva
que la moral no dependa ya de la verdad objetiva, sino de algo
tan contingente y mudable como es la decisión popular,
expresada en cada momento por el voto de la mayoría
parlamentaria, incluso por las tendencias de las encuestas y los
sondeos de opinión.
El liberalismo, pues, configura una ideología que en el mejor de los
casos se opone a la Verdad, y en su forma más perversa impide
incluso la plenitud humana, persuadiendo al hombre a venerar y
amar lo que le oprime e impide su crecimiento. Todo lo contrario
del Estado confesional, que siendo éste por naturaleza una
realidad distinta a la de la Iglesia, propende al mismo fin,
pues aleccionado por la Revelación Divina no sólo promueve y
fomenta el progreso material, sino la perfección espiritual de
la nación y de los ciudadanos.
Pero esta crisis de la Verdad, como constata el documento de la Jerarquía,
es antes que nada una crisis de fe, que afecta de forma profunda
al mismo núcleo de la persona. Una crisis que se constata en
algo tan fundamental como es en la obediencia a Dios, cuya
realidad conforma el primer mandamiento del Decálogo... "Al
Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás,
a Él sólo rendirás culto " (Mt. 4, 10;
Lc. 4, 8) Cumplimiento que define la postura del hombre ante
Dios en virtud de su misma condición de criatura. Y que no es sólo
su primer deber, sino el corolario de su auténtica condición
humana. De ahí, pues, que la confesionalidad del Estado sea
antes que nada una cuestión de Fe.
Desde esta dimensión, pues, la voz de Dios busca al hombre y le llama a
la obediencia para que desde la obediencia experimente la Verdad
que le haga libre. Y esta obediencia, que esta implícita en
toda la Historia de la Salvación (la historia figurativa de los
patriarcas y de los profetas, tal como fue realizada por
Cristo), sería imposible de entender si no recurriéramos a la
teología del pecado y de la redención.
"Sin mí
no podéis hacer nada"
Es la máxima a la que nos aplicamos los que defendemos el Estado
confesional católico, pues declaramos y hacemos nuestra esta máxima
del Señor sin parcelar nuestra realidad humana, que es única y
total. Lo que no resta para que respetemos las creencias de
todos, y en la medida de lo posible les facilitemos su practica.
Porque "las ideas -según nos dijo Su Santidad Juan
Pablo II- se proponen, no se imponen".
Algo que sólo entendemos y respetamos los cristianos. Y sobre
todo los católicos.
Y es que la confesionalidad, al contrario de la a-confesionalidad, es
consecuencia de la declaración que hacemos de la fe en Jesús,
el Señor y Redentor que dio su vida para salvarnos;
y el Único que tiene palabras que iluminan la vida del hombre
sobre la tierra y le conducen, más allá de la muerte, al
destino feliz para el que fue creado por nuestro Padre Dios.
Sin embargo, nos encontrarnos con un elevado número de individuos a los
que convengo agrupar bajo el calificativo de
"pasivos", que, por desgracia, forma la especie más
numerosa del género humano, responsables de los males que
aquejan a Europa. Se caracterizan, primordialmente, por su falta
de fe, so pretexto de un empirismo endiosado, que en verdad no
es sino enfermizo; un desarrollo abusivo o, mejor dicho, vicioso
del instinto de conservación, y una propiedad sui generis
que es la de acomodarse al medio ambiente con gran suavidad, del
que pronto se convierten en sus conservadores más radicales. ¿Los
habéis descubierto? Son los que apuestan y defienden el Estado
a-confesional. Partidarios de la total independencia del hombre
y de la sociedad de toda influencia religiosa.
"Yo
estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos"
Pese a todo, el Espíritu nos ayuda contra el mundo que nos odia, pues
no somos del mundo. De ahí que digamos con el salmista: "Pero
yo con mi yo apelación vengo a tu presencia, y al
despertar me saciaré de tu semblante" (Salmo 16, 15)
Pues, como nos dice el Señor: "Cuando llegue el valedor
que yo voy a enviaros recibiéndolo del Padre, el Espíritu de
la verdad que procede el Padre, él dará testimonio en mi
favor. Pero también vosotros daréis testimonio, porque desde
el principio estáis conmigo" .
Por eso hoy, igual que en Cesarea de Filipo, Jesús nos apremia y nos
compromete con la misma pregunta que les hiciera a sus discípulos
"¿Y vosotros quién decís que soy yo?".
Finalmente decir, que el Estado confesional Católico nos evitaría ver
celebrarse funerales de Estado de rito católico con asistencia
de autoridades civiles que no sólo se declaran ateos, sino
beligerantes contra la Fe de Cristo, sin que ello les prive de
presidir procesiones y celebraciones, y asistir a bendiciones
eclesiásticas en las inauguraciones oficiales. Peccata minuta
para una sociedad que ha perdido todo decoro y para una Jerarquía
que parece incapaz de dimensionar en toda su realidad y justa
proporción el Segundo Mandamiento de la Ley de Dios, tan
olvidado y en desuso: "No tomarás el nombre de Dios en
vano".
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