Por
José R. Navarro Pareja. La
Razón, 26/10/2007-
La Ley de Memoria Histórica
apenas cambia el estatus del Monasterio, aunque subraya su dimensión
apolítica
Una de las cuestiones que más
discusión ha generado en los debates sobre la Ley de Memoria Histórica
ha sido el futuro del Valle de los Caídos. Su Abad explica para LA
RAZÓN cómo les afectará esta nueva norma.
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¿Qué le parece el estatus en el que queda el Valle de los Caídos?
Entiendo que queda salvado lo fundamental del que fue el
objetivo original y de lo que hemos realizado desde entonces. Se
salva el hecho de que este lugar está destinado a fines de carácter
sagrado, lo cual seguirá así, no por que lo diga la Ley, sino
porque prácticamente todas las actividades que aquí se realizan
tienen esa consideración.
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Sin
embargo, aparecen nuevas cuestiones…
Un aspecto que se incorpora ahora de una manera específica
-aunque en realidad ha estado presente la mayor parte del tiempo- es
el hecho de que este lugar debe estar desprovisto de toda actividad
política.
En la nueva ley se excluyen de manera expresa los actos de
exaltación del antiguo Régimen político y de la persona del
General Franco, pero se especifica que toda actividad política
queda excluida. Este es un gran paso que aclara mucho las cosas, no
solamente en relación a las actividades expresas que se recogen en
el artículo sino en otras que pudieran empezar a organizarse a
partir de ahora, de uno u otro signo. Precisamente porque la ley
sugiere además una serie de actividades destinadas a exaltar la
libertad, la democracia o la paz, que aunque no tengan una realización
política, se encuentran en el orden de las ideas y abordan
claramente esa dimensión.
Para nosotros es fundamental que la despolitización del
Valle sea completa, en todas las direcciones y en todos los signos.
De tal manera que nadie que pueda venir aquí, y son infinidad las
personas que nos visitan, se sienta incómodo por encontrarse con
una proyección política o con otra. Queremos que sea la casa de
todos, que esté abierta a todos.
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¿Era
necesaria ahora la aprobación de esta Ley?
Sin la Ley la situación hubiera quedado tal como estaba
prevista en los documentos fundacionales. Ahora se subraya lo apolítico
y la dimensión de lo sagrado. La realidad legal y jurídica queda
prácticamente intacta pero parece muy positivo, a la vista de todo
lo que ha venido sucediendo, que se subrayen esas dos dimensiones.
Si el próximo 20 de Noviembre
los familiares de Francisco Franco les pidieran un funeral, ¿podrían
realizarlo?
Tanto por los fines fundacionales, como porque con la
nueva Ley se subraya expresamente esa dimensión cultural, no tendría
ningún sentido que se excluyeran los funerales por tal o cual
persona. Se trata de un acto religioso y por ello no hay ninguna razón
ni por parte del Gobierno ni por parte nuestra para excluir esta
celebración. Algo distinto sería el que algunas personas intenten
utilizar la ocasión para realizar algún tipo de acto político
que, por lo que hemos podido observar en estos últimos años, es
algo realmente menor y residual. Pero evidentemente nosotros estamos
muy interesados en que esto no ocurra para no continuar dándole
esta dimensión, que sabemos que después es utilizada de una manera
absolutamente desproporcionada.
Frente a esta Ley de Memoria
Histórica, en la que algunos ven tintes revanchistas, la Iglesia
siempre ha planteado el perdón. ¿Es el Valle un ejemplo de esta
realidad?
Antes de la Iglesia fue la propia fundación civil la que
puso como primer elemento en la construcción del Valle esa dimensión
de la reconciliación. Una finalidad que al mismo tiempo está
traducida en hechos concretos. El símbolo por excelencia del Valle
de los Caídos es la cruz, un signo de reconciliación no sólo para
cristianos sino universal.
Otro hecho concreto es que la Basílica se abrió
indistintamente para que pudieran ser enterrados Caídos de uno y
otro bando. Y esto se llevó a cabo sin ningún tipo de juicio ni
limitación. De hecho, los recientes estudios señalan la mayor
presencia de Caídos de la zona republicana que de la nacional.
También se buscó entonces la reconciliación no sólo entre los
muertos, sino entre los vivos, y por ello surgió el Centro de
Estudios Sociales, con el fin de paliar las desigualdades sociales y
económicas que se producían entre los distintos sectores de la
sociedad española. Desgraciadamente el Gobierno lo cerró a finales
de 1.982.
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¿Por qué fue manipulado ese planteamiento inicial del Valle para
acabar convirtiéndolo en símbolo sólo de una de las partes?
Lo cierto es que no solamente durante los años del Régimen,
sino hasta muy avanzada la Transición, esa situación a la que
alude no llegó a darse. Un dato significativo es que la cantidad de
personas que han venido por aquí se ha mantenido constante antes y
después de la Transición. Hemos comprobado cómo muchas personas,
en contacto con el Valle, se han reconciliado con él, y han
entendido que por encima de las circunstancias políticas o históricas
que están en su origen, debe ser conservado porque forma parte del
Patrimonio y la Historia de este país.
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Entonces, ¿cuándo sucedió este cambio?
No sabemos exactamente. Hace escasamente cuatro o cinco años,
las cosas estaban en la situación que le he dicho y, de improviso,
percibimos que empieza a crearse un gran revuelo en torno al Valle.
Creo que no solamente a nosotros, sino a la gran mayoría de la
sociedad española, eso le cogió de sorpresa. Todos creíamos que
esa gran reconciliación, por lo menos en cuanto lo fundamental, se
había llevado a cabo y que unos y otros estábamos entregados en
una nueva realidad. Y que el pasado, que a todos nos dolía, se había
superado.
Custodio
de sus propios Caídos
Llegó al Valle de los Caídos hace casi cincuenta años,
entre los primeros monjes que lo ocuparon, provenientes de Silos.
Hace apenas unos años, don Anselmo Álvarez descubrió que su
padre, asesinado por sus convicciones católicas en 1936, su
hermana, que murió en un bombardeo de la aviación nacional, y su tío,
republicano que murió en la batalla de Brunete, se encuentran
enterrados en el Valle. Como Abad, es custodio de todos ellos, «separados
por las ideas, pero unidos en el abrazo del Padre común». Señala
cómo en el monasterio benedictino «la paz interior, la serenidad y
el silencio» cobran una importancia absoluta, y lo convierten en un
lugar de «una extremada profundidad espiritual».
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