Por
Pablo Gasco de la Rocha.
Sin Dios, todo es posible... Pues el hombre, arrojado entonces a
la nada, y a una nada sin esperanza, no tendrá ningún sentido. Su
vida y su muerte tendrán la misma importancia que la vida y la
muerte de cualquier otro animal, cuyo proceso vital será el
resultado de una determinación biológica sin más trascendencia
que su destrucción. De ahí, pues, que la existencia de Dios no se
mida sólo por la fe, sino por la razón. Por una razón deductiva
que nos interpela, y que conforma, sin duda, como conocimiento real.
Algo en lo que tanto insistió su Santidad Juan Pablo II al hacernos
pensar en ese Dios, que es también el Dios de la Razón y no sólo
el de la Fe.
Sin embargo, el discurso secular, ese discurso falsario que primero
laboró por el abandono de los comportamientos y de los valores
religiosos, ha terminado por arrojar a Dios de la cúspide de la
Nación y del Estado, el Estado aconfesional, tratando de
hacernos ver que la inexistencia de Dios en nada desdice de la
supervivencia de la sociedad, cuyo fundamento último está
condicionado por un indomable subjetivismo humanista. Y si acaso,
por un Ordenanza de astros y galaxias, un Arquitecto invisible, que
es el resultado de la paranoia anticristiana sustentada por la
Masonería. Una secta satánica y destructiva (de ahí que las
sociedades conscientes la impidan y persigan hasta su completa y
total aniquilación) cuyo fundamento y clave está en la obediencia
a Satanás. Pues, en el mismo nombre "masón", está la
clave hermenéutica de lo que decimos... Nosotrosmas:
resultado de invertir el nombre, ma-s-ón, y conformar ambos
vocablos por la letra que les une, la S de Satanás. Nosotrosmas,
que es el mismo alarido de Luzbel... "¿Quién como yo?".
|
|
Como consecuencia, pues, de haber arrojado a Dios del centro de la
Historia del hombre, la Ley y el Derecho cambian su
significado-significante, que ya no son, porque no pueden serlo por
principio, ni la ordenación de la razón dirigida al bien común,
ni la perpetua y constante voluntad de dar a cada uno lo que le
corresponde. Pues ahora es el resultado de una decisión de voluntad
conformada por la mayoría. Es decir, por esa masa a la que se mueve
apelando al factor emocional, y al subconsciente no de los
argumentos, sino de un conjunto de ideas concretas, sencillas y bien
dosificadas. Una estrategia que se emplea fundamentalmente en las
campañas electorales, último reducto formalista de la
partitocracia.
Con lo que cambiando el significado-significante de la Ley y del
Derecho, ahora es posible que la mentira reine, y que reine con la
complicidad de los otros, que apelan igualmente a la palabra o
termino democracia no en su sentido real, sino en el de
partitocracia. Incluso, en las liturgias más sagradas... en la
Santa Misa: "Señor, Dios Nuestro, te pedimos que desde las
instituciones democráticas se fomente la paz, la libertad y el
respeto a....." O que los Obispos de la Iglesia Católica
argumenten que un Jefe de Estado que potencia y rubrica todo tipo de
leyes anticristianas (aborto, matrimonio homosexual, reproducción
asistida e investigación biomédica), es quien representa la
"unidad espiritual de la Nación española".
Pero como no es posible que sin Dios las cosas funcionen, al menos por
mucho tiempo. Ahí tenemos el lastre que arrastran todas las
sociedades cristianas-occidentales, con un grado de degradación
moral e intelectual que las está demoliendo, incluso desde el punto
de vista más aparente o estético, en la mediocridad de los gustos.
Un problema que se traduce en violencia (el caso de Francia es el
inicio del comienzo de lo que pasará en los próximos años en toda
Europa) anónima, gratuita y sin sentido aparente, ante la cual los
Estados pronto dispondrá a sus ejércitos de mercenarios, e inundarán
con cámaras todas las actividades sociales. Y todo ello, ante la
expectación y conjura de los bárbaros que ya esperan el asalto
final a esta Europa, a este Occidente en franca decadencia. Una
decadencia que las masas son incapaces de advertir, mientras tengan
algo en que gastar.
Y lo más grave de todo, es que la solución no está en quienes han
pecado de omisión, porque han sido incapaces de afrontar la
realidad con la consabida frase de "no se trata tanto
de...", sino en la rectificación del sistema, que ellos son
incapaces de abordar. Un sistema que bajo el epígrafe de libertad
para todo, no censura la basura del producto, aunque promueva la
destrucción de la sociedad, siempre y cuando se invoque el sufragio
universal, que es la enfermedad más grave que padecemos, y la que
nos conduce irremediablemente al más sórdido auto-suicidio.
Entonces, ante la imposibilidad de cambiar las cosas, siquiera de
influir, medito sobre el Fin de los Tiempos, pieza
fundamental en el sermón escatológico de Nuestro Señor
Jesucristo, tal y como nos lo demuestran los evangelistas, y en íntima
relación con los Signos de los que el Señor mismo nos advierte.
Unos signos que ya son pruebas fehacientes de la mesianidad de
Jesucristo que acompañaron y justificaron la expectativa que invadió
al pueblo de Israel. Realidad que contiene una apremiante exhortación
a la vigilia: "porque a la hora que menos penséis vendrá
el Hijo del hombre" (Mat. 24, 44). Momento improvisto este,
que interrumpirá el discurso normal de la vida ordinaria de este
mundo en la que los hombres seguirán haciendo las mismas cosas de
siempre y sintiendo los mismos anhelos que constituyen las metas de
este mundo: "...dos hombres estarán en el campo, a uno se
lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a
una se la llevarán y a otra la dejarán" (Mat. 24, 40-41)
Así, pues, "cuando clamen paz y seguridad -tal y
como se nos advierte- de repente se precipitara sobre ellos la
ruina".
Por eso,
frente al Mundo que odia a Cristo, porque odia a Dios (Jn. 15,
18-27), cuyo anatema será juzgado el día en que la odisea de este
Mundo concluya con la venida victoriosa del Señor, finalicemos esta
breve disertación con el profundo anhelo con que termina el libro
del Apocalipsis, versículos finales de la Sagrada Escritura... "¡Ven
Señor Jesús!" (Apoc. 22, 20).
INICIO
|