Secularización, Violencia y Partitocracia.
Por
Pablo Gasco de la Rocha.
05/12/2007.
Sin Dios, todo es posible... Pues el hombre, arrojado entonces a
la nada, y a una nada sin esperanza, no tendrá ningún sentido. Su vida y su
muerte tendrán la misma importancia que la vida y la muerte de cualquier otro
animal, cuyo proceso vital será el resultado de una determinación biológica
sin más trascendencia que su destrucción. De ahí, pues, que la existencia de
Dios no se mida sólo por la fe, sino por la razón. Por una razón deductiva
que nos interpela, y que conforma, sin duda, como conocimiento real. Algo en lo
que tanto insistió su Santidad Juan Pablo II al hacernos pensar en ese Dios,
que es también el Dios de la Razón y no sólo el de la Fe.
Sin embargo, el discurso secular, ese discurso falsario que primero
laboró por el abandono de los comportamientos y de los valores religiosos, ha
terminado por arrojar a Dios de la cúspide de la Nación y del Estado, el Estado
aconfesional, tratando de hacernos ver que la inexistencia de Dios en nada
desdice de la supervivencia de la sociedad, cuyo fundamento último está
condicionado por un indomable subjetivismo humanista. Y si acaso, por un
Ordenanza de astros y galaxias, un Arquitecto invisible, que es el resultado de
la paranoia anticristiana sustentada por la Masonería. Una secta satánica y
destructiva (de ahí que las sociedades conscientes la impidan y persigan hasta
su completa y total aniquilación) cuyo fundamento y clave está en la
obediencia a Satanás. Pues, en el mismo nombre "masón", está la
clave hermenéutica de lo que decimos... Nosotrosmas: resultado de
invertir el nombre, ma-s-ón, y conformar ambos vocablos por la letra que les
une, la S de Satanás. Nosotrosmas, que es el mismo alarido de Luzbel...
"¿Quién como yo?".
Como consecuencia, pues, de haber arrojado a Dios del centro de la
Historia del hombre, la Ley y el Derecho cambian su significado-significante,
que ya no son, porque no pueden serlo por principio, ni la ordenación de la razón
dirigida al bien común, ni la perpetua y constante voluntad de dar a cada uno
lo que le corresponde. Pues ahora es el resultado de una decisión de voluntad
conformada por la mayoría. Es decir, por esa masa a la que se mueve apelando al
factor emocional, y al subconsciente no de los argumentos, sino de un conjunto
de ideas concretas, sencillas y bien dosificadas. Una estrategia que se emplea
fundamentalmente en las campañas electorales, último reducto formalista de la
partitocracia.
Con lo que cambiando el significado-significante de la Ley y del
Derecho, ahora es posible que la mentira reine, y que reine con la complicidad
de los otros, que apelan igualmente a la palabra o termino democracia no en su
sentido real, sino en el de partitocracia. Incluso, en las liturgias más
sagradas... en la Santa Misa: "Señor, Dios Nuestro, te pedimos que desde
las instituciones democráticas se fomente la paz, la libertad y el respeto
a....." O que los Obispos de la Iglesia Católica argumenten que un Jefe de
Estado que potencia y rubrica todo tipo de leyes anticristianas (aborto,
matrimonio homosexual, reproducción asistida e investigación biomédica), es
quien representa la "unidad espiritual de la Nación española".
Pero como no es posible que sin Dios las cosas funcionen, al menos por
mucho tiempo. Ahí tenemos el lastre que arrastran todas las sociedades
cristianas-occidentales, con un grado de degradación moral e intelectual que
las está demoliendo, incluso desde el punto de vista más aparente o estético,
en la mediocridad de los gustos. Un problema que se traduce en violencia (el
caso de Francia es el inicio del comienzo de lo que pasará en los próximos años
en toda Europa) anónima, gratuita y sin sentido aparente, ante la cual los
Estados pronto dispondrá a sus ejércitos de mercenarios, e inundarán con cámaras
todas las actividades sociales. Y todo ello, ante la expectación y conjura de
los bárbaros que ya esperan el asalto final a esta Europa, a este Occidente en
franca decadencia. Una decadencia que las masas son incapaces de advertir,
mientras tengan algo en que gastar.
Y lo más grave de todo, es que la solución no está en quienes han
pecado de omisión, porque han sido incapaces de afrontar la realidad con la
consabida frase de "no se trata tanto de...", sino en la rectificación
del sistema, que ellos son incapaces de abordar. Un sistema que bajo el epígrafe
de libertad para todo, no censura la basura del producto, aunque promueva la
destrucción de la sociedad, siempre y cuando se invoque el sufragio universal,
que es la enfermedad más grave que padecemos, y la que nos conduce
irremediablemente al más sórdido auto-suicidio.
Entonces, ante la imposibilidad de cambiar las cosas, siquiera de
influir, medito sobre el Fin de los Tiempos, pieza fundamental en el sermón
escatológico de Nuestro Señor Jesucristo, tal y como nos lo demuestran los
evangelistas, y en íntima relación con los Signos de los que el Señor mismo
nos advierte. Unos signos que ya son pruebas fehacientes de la mesianidad de
Jesucristo que acompañaron y justificaron la expectativa que invadió al pueblo
de Israel. Realidad que contiene una apremiante exhortación a la vigilia: "porque
a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre" (Mat. 24, 44).
Momento improvisto este, que interrumpirá el discurso normal de la vida
ordinaria de este mundo en la que los hombres seguirán haciendo las mismas
cosas de siempre y sintiendo los mismos anhelos que constituyen las metas de
este mundo: "...dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán
y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a
otra la dejarán" (Mat. 24, 40-41) Así, pues, "cuando clamen
paz y seguridad -tal y como se nos advierte- de repente se precipitara
sobre ellos la ruina".
Por eso, frente al Mundo que odia a Cristo, porque odia a Dios (Jn. 15, 18-27), cuyo anatema será juzgado el día en que la odisea de este Mundo concluya con la venida victoriosa del Señor, finalicemos esta breve disertación con el profundo anhelo con que termina el libro del Apocalipsis, versículos finales de la Sagrada Escritura... "¡Ven Señor Jesús!" (Apoc. 22, 20).
Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com