Por
Miguel Ángel.
En un libro escolar
de los años 60, leí una vez que tres importantes dones recibimos
al nacer: la Vida, la Patria y el Apellido.
Es la Vida un regalo
de Dios; la Patria, la herencia de una Nación; y el Apellido, el
legado de una familia. Decía también que estos tres dones, debemos
llevarlos en el corazón, ostentarlos con honor y engrandecerlos con
gloria.
Sirva esta breve
introducción, para llegar al fin pretendido: nuestras vidas nos las
da Dios y justo sería que fuese Él quien les ponga fin.
En estos términos,
nosotros no seríamos propietarios de nuestras vidas, sino simples
usufructuarios, de las que podemos obtener los beneficios
pertinentes, pero no podemos deshacernos de ellas, ya que sí tienen
un propietario, Dios. Es una situación similar a la de los
mayorazgos de la tierra en el Antiguo Régimen, las tierras serían
el equivalente a las vidas; el titular del Mayorazgo, que no tiene
plena propiedad sobre la hacienda, seríamos nosotros; y por fin la
institución o familia, hace la función de propietario. Con este símil,
será más sencillo entender mi hipótesis.
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Sin embargo, me veo
obligado a diferenciar entre la eutanasia pasiva y eutanasia activa.
La eutanasia activa sería parar un organismo vivo que puede
funcionar sin depender de ningún tipo de aparato, mediante la
administración de cualquier sustancia, o directamente de un
disparo, o quizá mediante estrangulamiento, todo viene a ser lo
mismo, diferentes formas de asesinato. Una legalización de la
eutanasia activa, que no legitimación, llevaría a la tumba a
muchas personas que no desean morir aun estando impedidos para
manifestar sus deseos, y sus herederos, para evitarse
complicaciones, intentarían convencer al verdugo de que la voluntad
del enfermo es morir, pasando la herencia directamente a sus manos y
excusándose de los cuidados que el enfermo pudiese necesitar. Y es
que el ser humano, no es bueno por naturaleza. Otra cuestión
espinosa es otorgar el poder a alguien, un médico por ejemplo, para
poner fin a la vida de alguien, que seguro está pasando por un difícil
momento, y que su desesperación le empuja a finalizar su vida. ¿Quién
puede otorgarse ese poder? ¿Acaso nace alguien capacitado legítimamente
para poner fin a una vida ajena? ¿No sería un retroceso histórico
el crear nuevos verdugos?
Como eutanasia
pasiva, no se entiende el “ayudar a morir” como proclaman los
defensores de la eutanasia activa, si no el dejar seguir el curso a
los acontecimientos, y no alargar inútilmente una vida mediante métodos
artificiales que sólo conllevarían alargar la agonía, que
siguiendo un curso normal, el enfermo no sufriría. Dentro de este
tipo de eutanasias, podemos incluir entre otros, el tratamiento con
calmantes del dolor, aun a riesgo de acortar la vida; la separación
del enfermo de una máquina que le mantiene de forma artificial con
vida, y sólo unido a esa máquina permanentemente podrá prolongar
su existencia.
Visto lo anterior,
la eutanasia es más que un suicidio, es un homicidio, consentido,
pero homicidio, y en el actual código penal, es delito.
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