Por
Eduardo Palomar Baró.
Señor Hilari Raguer
Monje (?) e
historiador (?)
Leo con estupor,
sorpresa e indignación sus lamentables, retorcidas y casi blasfemas
declaraciones publicadas en La
Vanguardia correspondiente al jueves 11 de octubre de 2007, y en
la sección denominada ‘La Contra’.
Todas sus peroratas
periodísticas son una completa contradicción, propias de una
profunda esquizofrenia. Curiosamente el perdón que exige a los demás,
usted se lo salta a la torera. Posee un enfermizo complejo y obsesión
hacia el franquismo.
A sus 79 años,
mentalmente tiene usted una inmadurez profunda y un severo trastorno
de la personalidad. No se entiende académicamente que se auto
titule historiador, cuando en realidad es un vulgar menesteroso de
la pluma. Si no, ¿cómo se entiende que, entre otras magníficas
perlas, manifieste que “a aquellos religiosos los mataban por
pugna política, no por su fe cristiana. No son mártires, pues”.
Con esa afirmación resulta ser un ignorante, un ignaro, un
insensato, un necio y un mala uva. Es usted tan perínclito en
ciencias eclesiásticas que supera incluso al docto Papa Benedicto
XVI, y sus conocimientos históricos son superiores a los del Padre
postulador de la Causa, el Rvdo. Jorge López Teulón.
¿Cómo es posible
que fuera alférez provisional de una España que detestaba, a no
ser que actuase como espía al servicio del marxismo y de la masonería?
No se entiende, que siendo militar de complemento llevase
documentación subversiva, y no supiese que está rigurosamente
prohibido por el Código de Justicia Militar, cosa que los que somos
alféreces con honor estudiamos en los Campamento de las Milicias
Universitarias. Desde luego hay que reconocer que no estuvo correcto
el llevarlo a Montjuich ya que lo más lógico y justo hubiese sido
trasladarlo a una suite en el Hotel Ritz…
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Si estaba en su
pleno juicio, cosa rara confirmada por su lastimosa y bochornosa
trayectoria como monje e historiador trampa, sabía a lo que se
exponía.
Para contrarrestar
su exorbitada soberbia y
orgullo encubierta bajo su antiguo traje talar de monje –hoy
americana y corbata– estudie, lea y hable con los verdaderos
testigos de aquella masacre –superior a la de Diocleciano– de
los que por fortuna aún quedan algunos.
Por su edad, podría
tener unos conocimientos, que su infantilismo no percibió, como
otros que tienen su misma edad y presenciaron la tragedia con
talento y agudeza de ingenio, percibiendo la realidad de los hechos,
que personas de su mediocre talante intelectual pretenden
tergiversar e inventar.
Su democrática y
beatífica República persiguió a la Iglesia Católica desde el
primer momento de su proclamación, aquel nefasto 14 de abril de
1931. Empezó quemando iglesias y conventos y acabó asesinando a
curas, frailes, monjas y católicos, después de destruir un inmenso
patrimonio cultural. Ya en la revolución de Asturias de 1934 fueron
asesinados los Hermanos de las Escuelas Cristianas, profesores de la
Escuela de Turón y el pasionista P. Inocencio de la Inmaculada. En
total 33 sacerdotes y religiosos ejecutados durante las jornadas
revolucionarias de octubre de 1934.
No sé si se habrá
dado cuenta del tremendo mal y daño que hace a la Iglesia, a sus
correligionarios de Montserrat, a los siete benedictinos asesinados
el 20 de agosto de 1936 y a los tres desaparecidos en la estación
de la plaza de Cataluña, apareciendo sus cadáveres en el depósito
del Clínico el 29 de julio y que al no ser reclamados por nadie,
fueron echados a la fosa común del cementerio sudoeste de
Barcelona.
Sus grotescas, maléficas
y falsas opiniones son merecedoras de juzgado de guardia y desde el
punto de vista eclesiástico, como medida cautelar, debiera ser
suspendido “a divinis”.
Sin ningún respeto,
pues se ha hecho merecedor de ello, al no tenerlo ni con la Iglesia,
ni con los fieles, ni con los obispos, ni con los monjes de
Montserrat, ni con los historiadores verdaderos. ¡Qué el Señor,
en su infinita misericordia, le perdone!
Con mi más absoluto
desprecio.
Eduardo Palomar Baró
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